Al igual que en el mundo perruno, la agresividad felina está bien clasificada y no toda se debe a los mismos motivos. Vamos a centrarnos en tres: agresividad redirigida, por juego y por caricias, pero les aseguro que hay más. En general estarán enfocadas en personas que viven en la casa y en aquellas que suelen frecuentarla. Es bueno aclarar que sólo hablaremos de causas cuyo origen tiene que ver con el comportamiento, y no con el malestar o cualquier dolencia que justifique un ataque. Por eso, para concluir en que su gato es agresivo por un tema de conducta, se deben descartar con un veterinario los problemas físicos.

Agresión redirigida

Aparece cuando hay un estímulo que no es accesible para el gato, de forma que este destina su agresión a un objeto o agente alternativo, que la mayoría de las veces resulta ser una persona.

Puede ser que el gato esté siendo acariciado por su dueño y un sonido de timbre, ambulancia o algo que lo irrite –otro gato en la ventana– irrumpa en escena y, al no tenerlo accesible, se la agarre con nosotros. Otro ejemplo frecuente es cuando llegamos a casa con olores de otros gatos en la ropa y de buenas a primeras solicitamos un mimo sin que el gato olfatee y recubra el olor extranjero con el suyo.

Si exploramos en detalle, es posible que recordemos lo que sucedió en los momentos previos, o lo que es más simple aun, podemos discriminar si el ataque sucede siempre que tocan timbre, ve a otro gato por el balcón u otras causas similares.

Si logramos identificar estos motivos y el contacto con el gato puede evitarse cuando esos eventos van a pasar, la agresividad dejará de ser un problema. Sin embargo, debemos tener en cuenta que cuando un gato está enojado mismo, hay que dejarlo un par de horas en la de él para que baje un poco y luego sí, intentar la interacción.

En otras ocasiones los factores son identificables pero difíciles de evitar. En ese caso existe lo que se conoce como desensibilización y contracondicionamiento. Un veterinario podrá ayudarnos.

Relacionada al juego

Al principio es gracioso y hasta estimulado por los dueños, pero luego de un tiempo pasa a ser molesto. El gato acosa, muerde y araña a una persona en movimiento como si estuviese jugando. En general esto pasa con gatitos en edad juvenil que, después de agazaparse tras un mueble, se tiran a los talones del pasante para luego salir corriendo.

La causa primaria son los ambientes hipoestimulantes, producto de nuestra rutina, que derivan en un gato solo y aburrido. Es más, en general los fines de semana los acosos disminuyen, ya que tiene el entretenimiento propio de nuestra presencia en casa.

Solución

No es bueno que jueguen con nuestras manos o pies, ya que entenderán que nuestras extremidades son un juguete y luego no habrá motivos para divertirse con ellos.

Si sucede apenas entramos a casa, tenemos que llevar pequeñas pelotas de papel en los bolsillos de forma tal que, cuando el gato se acerque, las tiremos para que este dirija su atención hacia las pelotitas en lugar de atacarnos. Si el ejercicio se repite, en tres o cuatro días el gato estará esperando los juguetes y no los talones.

Establecer períodos regulares de juego y con juguetes apropiados, como pelotas, ratones y objetos colgantes, suele gustar al animal.

Si las agresiones continúan, se puede sumar algún tipo de castigo remoto. El que más funciona es rociar al gato con agua con una jeringa en los momentos previos al ataque para que asocie la conducta con un evento desagradable. La clave es que no sepa de dónde viene el agua para que funcione mejor.

De todas maneras, este tipo de conducta disminuye considerablemente con la edad del animal.

Agresión por caricias

Es de mis favoritas, porque de alguna manera pinta al gato tal como es. “Te respeto, respetame”, parece decirnos. No se sabe su origen ni tampoco su cura. Surge cuando el gato está siendo acariciado con suavidad por una persona, y sin aviso este gira y muerde o araña.

Lo más interesante es que el gato comienza minutos o segundos antes a avisar que ya estaría por ahí el tema mimos. La escena es la siguiente: empieza a mover la cola y a plegar y dirigir lentamente sus orejas hacia atrás intentando advertirnos de su malestar. El dueño no es ajeno a tales señales, pero las interpreta erróneamente. Al imaginar que el gato se manifiesta así por otra cosa y confiar en que sus caricias serán la solución, intensifica el contacto con el animal llevándolo al trágico final: el gato ataca. Lo único que podemos hacer es entender que cuando aparezcan estos signos, simplemente debemos dejarlo ir.