Conocí a María Canale en un festival de cine de Punta del Este. Venía de recibir varios reconocimientos por Abrir puertas y ventanas (Milagros Mumenthaler, 2011), con la que había ganado el premio a mejor actriz en el Festival de cine de Locarno, y estaba presentando Amor, etc..., de Gladys Lizarazu. Sin embargo, no la recuerdo tanto por su rol en aquella película, sino porque una noche del festival fue uno de los seis comensales que elegimos los mejillones a la provenzal como entrada. De todos los que elegimos aquel plato, fue la única que, misteriosamente, no sucumbió a los terribles efectos de la marea roja. La mayoría continuamos el festival entre antibióticos, botellitas de agua y un GPS interno de cada baño que conocíamos, pero Canale ni se despeinó; siguió dando entrevistas y apareciendo esporádicamente en algún evento, alegre y completamente inconsciente de haber sido una sobreviviente.

Esta simpática indiferencia al drama que la rodeaba era el eje de No me ama, su primer trabajo como actriz, el mismo que la colocó en el ojo de muchos directores y que catapultó a la fama a Martín Piroyanski. En el corto, ella actúa como la novia de un chico sumido en la neurosis de no saber si es correspondido en sus sentimientos. El chico va y viene, está todo el tiempo pensando en reproches y contrarreproches, estrategias o formas de chequear lo que su novia siente, pero ella nunca se da por aludida; contempla puestas de sol, cocina, baila o hace equilibrio en la muralla de Colonia de Sacramento, en un mundo completamente ajeno a los dramas internos de su novio. En los 15 minutos de cinta casi no pronunciaba palabra, pero aun así uno podía percibirla como un personaje complejo, no un mero pie para el lucimiento del rol masculino o una mampostería para las fantasías y proyecciones del otro. En pequeños detalles y gestos había un universo compartido, esa especie de inventario de los detalles del otro que uno hace cuando siente que está todo próximo a acabar.

En sus múltiples roles María parece siempre hacer mucho con muy poco, logrando verse hosca y melancólica o histriónica e impredecible apenas abriendo o cerrando un poco la boca, tensando los hombros, o subiendo o bajando el brillo de los ojos con tanta facilidad como se manipulan con un dimmer las luces dicroicas de una habitación.

María Canale se explaya sobre esto mientras come un rápido sándwich en el lobby de un hotel próximo a la sala Zitarrosa, donde se hará el preestreno de Respirar, película dirigida por Javier Palleiro. El director uruguayo trae a pantalla a una mujer de 30 años que, al descubrirse embarazada por su recentísima ex pareja, se enfrenta a la difícil decisión de abortar. La protagonista, deprimida y encerrada en sí misma, parece ir a los tumbos por la vida, enredándose en una serie de mentiras que no parecen destinadas sólo a los otros, sino a ella misma. Cuando le preguntamos los procesos de composición de su personaje responde que cree que “hay ciertos puntos donde uno puede encontrar congruencias consigo mismo. Todos atravesamos separaciones, mudanzas, vivencias con las que podés conectar para tocar ciertas fibras emocionales, pero después hay una composición deliberada de cierta fisicalidad que utilizo para realizar el personaje. En Respirar había algo de cierto nervio en la mirada, de la boca entreabierta constantemente, como una respiración distinta. Esas premisas físicas ya me dan pauta para tener dos o tres perillas que toco, y entonces digo ‘OK, ya estoy parada en Julia’, y veo el mundo desde ella”.

Canale tuvo que apelar a otros recursos físicos a la hora de construir otros roles. “Por ejemplo, para Marina –de Abrir puertas y ventanas–, Milagros [Mumenthaler] me pidió no sonreír nunca, salvo al final de la película. Ella me dijo: ‘Cuando sonreís tu cara se modifica mucho, sos otra persona, como que se abre algo en tu expresión, y no quiero eso’. Eso por un lado, y por el otro [me pidió] una voz grave”.

Uno podría imaginar la disciplina actoral como una bolsa en la que se van acumulando aptitudes. Sin embargo, Canale parecería ir por el carril contrario: “En la actuación la mayoría de las veces es más desaprender que sumar competencias. Para mí, la actuación tiene algo más deconstructivo, de llegar a una tabula rasa”.

Aun así, para la realización de ciertas escenas de Respirar, en las que se recrea una pesadilla recurrente que actúa de alguna manera como hilo conductor metafórico de toda la película, tuvo que practicar buceo y apneismo.

¿A cuánto llegaste sin respirar?

Más que nada estaba preocupada con lo que podía hacer en escena. Soy bastante mala con los registros; empecé a registrar cuánto corría después de tres años de hacerlo. Hacía unos recorridos, simplemente. Después los empecé a contabilizar porque mi viejo me regaló un chip para zapatilla que se conectaba con el iPod. El profesor con el que estudie apnea no nos decía los tiempos. Yo quería estar tranquila con tener ciertas capacidades bajo el agua para el rodaje. Después no voy a ser apneista ni mucho menos, y el buceo no es algo que me guste particularmente. Me da bastante claustrofobia tener una columna de agua diez metros arriba de la cabeza.

En esta idea de no preocuparse por el registro parece haber otra clave de Canale. Los corredores pueden distinguirse bastante entre quienes corren con/contra ellos y los que corren con/contra su entorno. Los primeros son esclavos del cronómetro, de la cantidad de metros, pulsaciones por minuto y registros colocados de manera consecutiva como las marcas de crecimiento que un niño talla sobre una pared de su cuarto. Canale parece guiarse más bien por el paisaje, y lo corrido llega por añadidura. En una de esas corridas, también en Uruguay, se dio una de las decisiones más importantes de su vida. “Estábamos de vacaciones en La Pedrera, yo había cursado el primer año de la universidad de teatro y el ciclo básico para hacer Letras, y ese año estaba con insomnio. Nunca me había pasado. Leía y leía una cantidad de novelas, viendo cómo empezaba a salir el sol y yo todavía no me podía dormir. Una tarde salgo a correr por la playa, tenía el viento en contra por el desplayado de La Pedrera, y me dije: ‘Yo no quiero ser una intelectual y leer y analizar y entender todo el entramado detrás de los textos, yo quiero actuar el cuerpo, transformarme en mil cosas diferentes’. Y tomé esa decisión ahí, corriendo por la playa. Esa noche ya volví a dormir de nuevo. Al año siguiente colgué la carrera de Letras y seguí con la universidad de teatro”.

Más allá de todo, la decisión de ser actriz parece haber sido tomada mucho antes de aquel acontecimiento. “Mi madre me mandaba a clases de tenis, y mi profesor le dijo: ‘Con todo respeto, Inés, mandala a una clase de danza, teatro o algo así: usa la raqueta como micrófono, le hace shows a las compañeras, organiza unos bailes…’. En la escuela era siempre la que protagonizaba los actos. Yo fui a una escuela sólo de mujeres, y en los actos patrios los próceres los hacíamos las chicas, entonces me pintaba la barba con corcho y hacía de San Martín, o de Belgrano. Mi primer rol fue trasvestido”.

Roles fuertes para el comienzo de una carrera...

No tenía vergüenza. No tenía problema en decir los textos, agarraba el micrófono y me ponía a hablar. Viste que la historia está contada por los hombres y siempre los próceres son masculinos. Yo quería que me tocara ponerme el miriñaque, o el peinetón ese que usan las damas antiguas, pero siempre me tocaba pintarme con corcho la barba y hacer de hombre.

Al final a los liceos católicos de un solo sexo les sale el tiro por la culata; indirectamente logran que sus alumnos incursionen en el travestismo.

Si, es contradictorio, totalmente.

María Canale cursó colegio y liceo en el mismo instituto. Se bautizó, tomo la comunión, se confirmó y se confesó varias veces, pero con el tiempo, ya cuando estaba cerca de terminar, empezó a sentir que aquello era algo claustrofóbico.

¿No fue chocante comenzar a vivir ya de más grande con un montón de varones?

El tema es que yo tengo una familia muy grande y me pasé todos los veranos con una banda de primos y los amigos de mis primos. Entonces ahí hay algo que vas entendiendo y vas sintiendo esas tensiones sexuales que ya están ahí desde que sos muy chico. Mi primer beso fue con un primo. Por suerte tuve ese complemento, que fue espectacular. Y después me armé mis grupos de amigos. Yo siempre fui muy varonera, porque era un universo desconocido. Me atraían mucho los chicos y me hice amigos y andaba siempre entre ellos. Después, con los años, se fue armonizando todo un poco más. Pero fue respirar un aire distinto cuando terminé el liceo.

El tema del conservadurismo tanto religioso como social no parece ser ajeno a Canale, que integra el colectivo de actrices a favor del aborto que, en Argentina, están dando una de las batallas más fuertes del feminismo en los últimos años. La película Respirar sirve por partida doble, porque al retratar las circunstancias que rodean al aborto legitimado por el Estado uruguayo sirve, en la otra orilla, como ejemplo de otra manera de llevar estos procesos por fuera de la clandestinidad.

“Me parece que hay un lugar del machismo y del patriarcado de infantilizar a la mujer. De no considerar su decisión sobre su propio cuerpo como una opción. Es un gesto del Estado y de la sociedad el de aceptar que el aborto sea legal y devolverle a la mujer un derecho que le es propio. Para mí las cosas clandestinas sólo podés controlarlas si están a la luz. En Argentina se realizan 500.000 abortos por año: cada dos años es un millón de mujeres, y somos 43 millones. Fijate que es un porcentaje grande. Algo así es mucho para negar de parte del Estado”.

Aun así, cuando se le pregunta que efecto espera que tenga la película en Argentina, Canale duda, aunque por razones ajenas a la ley o la apertura de la sociedad.

“Según mi experiencia en películas que se estrenan en los cines, es muy difícil mantenerse en cartelera y que la gente la vea. Me da la sensación de que los realizadores, ante este desamparo en que quedan las películas nacionales, tienen que buscar otras alternativas. Javi hoy decía que tenía ganas, cuando terminen las proyecciones en cine, de hacer unas proyecciones con debate posterior. Eso también están haciendo con Invisible (Pablo Giorgelli, 2017), que están realizando debates con adolescentes en colegios”.

Tomando en cuenta esta situación del cine, parecería tentador seguir el rumbo de lo televisivo, pero las participaciones de Canale son muy contadas. “Me pasa que la tele de estudio, así, de ir a filmar a un canal, me parece tan falta de poesía y de belleza que prefiero hacer publicidad. Hay algo de toda la magia que a mí me enamora de filmar en cine, de las locaciones reales, que se me corta ahí. Cuando hice estas Historias del corazón, que fui a filmar en Telefé, entrabamos a las ocho de la mañana y cuando salíamos ya era de noche. Yo había pasado mi día entero metida en un galpón, y no me gustó mucho. El director te habla desde un altoparlante, no lo ves, son más marcaciones físicas de posiciones. Es como si la tele fuese la burocracia de lo audiovisual. Igual, no es en todos los casos: hay tiras diarias televisivas que a mí me han encantado”.

Uno repasa los papeles de Canale y trata de dar con un perfil. El perfil del actor suele ser una serie de detalles más bien básicos que sirven tanto de escalón para hacerse conocer como de corsé a la hora de ampliar el rango actoral. Durante toda la entrevista estuve pensando cuál era el perfil de Canale, qué unía a la Marina que escucha música sentada en un sillón de Abrir puertas y ventanas, la Julia que vive en una casa llena de cajas en Respirar y la Lisa medio borracha, bailando con su novio en Amor, etc.... En un momento llegué a una idea: en un escenario argentino lleno de actrices físicamente despampanantes, María Canale, sin el cuerpo voluptuoso ni delgadísimo de sus colegas, representaría una apariencia más sencilla, que nos acerca a personajes más creíbles, en los que podríamos confiar o vernos reflejados. Durante toda la entrevista no lo dije por creer que quizás era inoportuno; al levantarnos de las mesas y despedirnos no lo dije porque habría estado mintiendo.

Respirar. Javier Palleiro, 2018. En Life Cinemas 21 y Sala B - Auditorio Nelly Goitiño.