Spoilers adelante, adelante spoilers. Todo lo que sigue gira alrededor de un spoiler: la última película de la saga Avengers termina mal. ¡Muere la mitad de la población universal! Y, sobre todo: ¡mueren muchos héroes! Podemos objetar que no se trata de un verdadero final, sino de un “continuará” engañoso, pero eso no cambia el hecho de que una película millonaria en espectadores y recaudación, producida en los mismísimos Estudios Disney donde el happy ending es el primer mandamiento, se ha permitido, aunque sea provisoriamente, un cierre trágico. Millones de niños salen angustiados del cine. ¿Estará creciendo el género superheroico?

En el papel, se puede decir que lo intentó. Hace más de 60 años, el ensayista uruguayo Roberto Ares Pons anotaba que los superhéroes tenían un problema de desarrollo: “No hay ningún hecho subjetivo que se correlacione con su prodigiosa ampliación de horizontes físicos. La vida de estos seres se agota en sus acrobacias”, escribió en Marcha, en 1954, y no era el único que veía un talante predominantemente infantil en los cómics, a pesar de que ya habían dejado de ser un producto dirigido exclusivamente a niños. En la década siguiente el cuestionamiento sería escuchado por Stan Lee y sus socios de Marvel Comics, que crearon una camada de personajes (Spiderman, los X-Men) atormentados por conflictos propios de la adolescencia y la primera juventud. En los 70 y 80, otros historietistas les añadirían preocupaciones sociales (como la yunta Linterna Verde/Flecha Verde, de Neil Adams y Dennis O’Neal, 1970) y políticas (con un primer pico en Batman: The Dark Knight Returns, de Frank Miller, 1986).

En el siglo XXI, la imaginación superheroica dio el salto definitivo desde las historietas a las pantallas. Por supuesto, hay películas de superhéroes casi desde que hay superhéroes, pero es cerca del cambio de siglo cuando se vuelven un acontecimiento cultural ineludible por su masividad y serialidad. En 2008, casi al mismo tiempo en que eran absorbidos por Disney, los Marvel Studios iniciaron con Ironman (John Favreau) –y bajo el ambicioso rótulo “Universo Cinematográfico Marvel”– el proyecto de entramar todos sus films en un gran relato coherente y continuado. Ironman, Thor, Capitán América, los Avengers (Vengadores) y otros personajes de Marvel Comics cuyos derechos para audiovisual no están en manos de otras compañías pasaron a tener aventuras interconectadas. Avengers: Infinity War es la decimonovena entrega de esa gran serie, que tiene pendientes hasta 2020, por lo menos, y uno de ellos, conocido por ahora como Avengers 4, anunciado para el año que viene, será la secuela directa de esta película. Es esperable, por lo tanto, que Spiderman y los otros héroes recién fallecidos no superen un año en el más allá. El plazo es soportable para un fan adulto.

El gesto rupturista de los hermanos Russo, directores de Infinity War, tiene algo de aquel de George Lucas cuando en 1980 decidió darle un toque sombrío a El imperio contraataca, la segunda entrega de la saga La guerra de las galaxias, que por entonces se concebía como una modesta trilogía y no como la interminable religiosa que es hoy. Sin embargo, los héroes derrotados de El imperio contraataca recibían un rayo de luz en los últimos minutos del film, lo que indicaba que, aunque se había perdido una batalla contra El Mal, la guerra continuaba. En Infinty War, en cambio, hay que esperar a que terminen los créditos para recibir una dosis mínima de esperanza en la forma de una llamada de auxilio (¿a la Capitana Marvel?) que no se sabe si habrá llegado a destino (¿y si la Capitana es parte de la mitad de los seres vivos que fue aniquilada mágicamente?). Un cliffhanger estándar para una serie televisiva, pero demasiado incierto, demasiado oscuro para un film que, después de todo, no deja de proponerse como una unidad narrativa.

La decisión de dejar que la historia termine abajo afecta al corazón infantil de la triple alianza demográfica que sostiene al género superheroico, compuesta por los niños, los que no quieren dejar de serlo y los que tienen niños a cargo, como si el Universo Cinematográfico Marvel forzara, aunque sea temporalmente, sus límites glandulares, pero esta no es la única pista que señala un cambio en ese sentido. Si bien todas las historias de superhéroes tienen un componente moral básico (el Bien contra el Mal), algunas han llegado a complejizarlo de manera madura (repasemos las razones por las que Batman no puede matar a un asesino irredimible como El Guasón). En Infinity War, el conflicto moral es entre los héroes principistas que “no negocian vidas”, aun si sacrificar una supusiera salvar a billones de seres, y el malvado Thanos, que, preocupado por la superpoblación universal, busca eliminar rápidamente a la mitad de la vida del cosmos. Unos deontológicos federados versus un utilitarista centralista, digamos. El debate –si uno logra aislarlo de la humildad con la que está escrito y de los interminables porrazos que lo rodean– está en el límite del ámbito del entretenimiento infantil. Este conflicto entre medios y fines, además, es un agregado de los guionistas cinematográficos a la historia original –todas las películas de Marvel se basan en episodios publicados en cómics en las décadas previas–, en la que los impulsos genocidas de Thanos tenían motivaciones simplemente románticas.

En Anatomía de la crítica (1957), el canadiense Northrop Frye argumentaba que a lo largo de la historia literaria ha habido ciclos y subciclos que pueden pautarse por la distancia entre nosotros y el objeto de nuestro interés. Así, los antiguos héroes míticos son seres superiores a los demás humanos y a su entorno; los héroes épicos, con sus dotes excepcionales, pero humanos al fin, están un escalón más cerca; los héroes románticos tienen apenas diferencias de grado con sus seguidores, y los modernos están al nivel de ellos, mientras que elaboraciones posteriores se concentran en personajes que, ya sea por falta de información o por otros problemas, están en inferioridad de condiciones respecto de los lectores. Frye, que murió en 1991, advirtió que la popularidad de los superhéroes, altísima a mediados del siglo XX en la cultura occidental, no era una moda pasajera, sino un fenómeno en ascenso, y llegó a sugerir que con ella tal vez estuviéramos ante un retorno a la primera fase del ciclo, la de la imaginación mitológica. Que un blockbuster como Infinity War se permita modestas transgresiones a las reglas de su género podría indicar que sí, que definitivamente lo superheroico y sus aledaños nos trajeron de nuevo a la época en que las nociones morales llegan a las multitudes contrabandeadas entre peleas tan interminables como inverosímiles.