Hace cinco años, el maestro de las letras estadounidenses admitía: “Próximamente me enfrentaré a dos calamidades: la muerte y una biografía [Roth desencadenado, 2013]. Espero que la primera llegue antes”. La sucesión se invirtió, y el martes, a los 85 años, murió Philip Roth, el autor de una obra espectacular que marcó la tradición literaria de su país. Acaso porque advertía la distancia, en 2006 reconoció, abrumado: “El hecho de que algún día moriré ha dejado de parecerme una injusticia [...] Lo que no quita que me aterrorice la idea de la muerte. Es horrible. Me rompe el corazón. Es impensable, increíble, imposible. La idea de ser olvidado. El no estar vivo, no sentir la vida, no poder olerla. Mi próximo libro trata sobre todo eso: sobre la muerte y sobre morir”. La obra se llamó Elegía (2006), y comenzaba con el entierro del protagonista. A medida que se repasan las escenas de una vida que se apaga, la novela se convierte en una despedida, en la épica de un gran vacío por el que todo se fuga hacia la nada. Aunque por momentos el personaje se ilusione con la posibilidad de que una combinación de palabras lo salve, esta es una entrega violenta y desgarradora sobre la conciencia de la muerte, confirmando la temida certeza de que el fin de la historia es el triunfo definitivo de la nada: “Se hundió sin sentir que caía, para nada condenado, y dispuesto una vez más a ser satisfecho, pero aun así, ya nunca despertó. Ataque cardíaco. Había dejado de existir, libre de seguir siendo, entrando en la nada sin siquiera darse cuenta. Exactamente como siempre había temido que sería”.

Casualmente, ese mismo año, el director del The New York Times Book Review le pidió a cientos de escritores, críticos, editores y académicos en literatura que identificaran la mejor obra de ficción estadounidense publicada en los últimos 25 años. De los 22 libros elegidos por más de 100 jurados –entre los que estaban grandes novelistas como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Junot Díaz– seis eran de Roth: la bestial Pastoral americana (1997, ganadora del premio Pulitzer), primera entrega de su trilogía americana de culto, integrada, además, por Me casé con un comunista (1998) y La mancha humana (2000), también elegida entre el sexteto. Con estas obras, Roth registró como nadie la transformación de un país: mientras la primera es una lúcida crónica sobre el derrumbe del entusiasmo generacional, un agudo análisis de la crisis que impuso Vietnam y las ambiciones de la comunidad judía, Me casé con un comunista bucea en la perturbada época macartista, entre los hostigamientos, el conflicto y el rencor; y su obra maestra La mancha humana, que ganó el Pen-Faulkner Award Fiction, entre varios premios, y fue adaptada al cine con Anthony Hopkins y Nicole Kidman como protagonistas, consolida un potente análisis político sobre la década de 1990 y el escándalo Monica Lewinsky y Bill Clinton como escenario de fondo. A Pastoral americana y La mancha humana le siguieron La contravida (1986), la cuarta novela protagonizada por su álter ego Nathan Zuckerman, que se presenta como una finísima metaficción sobre la posibilidad de una vida alternativa; Operación Shylock (1993), que inició una de las etapas más fructíferas de Roth, y que entre el ensayo y la ficción narra un viaje de este a Israel. Allí asiste al juicio del criminal de guerra John Demjanjuk, que estuvo involucrado en una operación del Mosad, y, en paralelo, conoce a un hombre que se hace pasar por él, y que predica el “diasporismo”, una doctrina que defiende la necesidad de un nuevo éxodo, pero a la inversa, y propone que los israelíes de origen asquenazí vuelvan a Europa, configurado desde un sólido e interesante combate con su doble. Además, también fueron seleccionadas la logradísima El teatro de Sabbath (1995), un juego erótico protagonizado por un titiritero decante y pornógrafo, que bien se puede pensar en oposición al atleta de Pastoral americana; y la notable La conjura contra América (2004), otra apuesta a la imaginación que arrasó con las limitaciones literarias y políticas para exponer una realidad punzante: la adhesión que generó el antisemitismo antes de la guerra. Y lo hizo desde una geografía familiar para sus lectores –Newark, donde también nació Paul Auster–, desde la que proyecta un triunfo del fascismo en el Estados Unidos de la década de 1930.

Desencadenado

Este autor de 31 obras que dejó absorto a los críticos en varias ocasiones nació en Newark, una ciudad de Nueva Jersey, y fue parte de una familia judía emigrante de Europa del Este. Y si bien fue el eterno candidato al Nobel, ganó varios National Book Awards, EN/Faulkner Awards y National Book Critics, un Pulitzer y un Man Booker International, además de distinciones como el Príncipe de Asturias o la Legión Francesa. Su larga carrera comenzó en 1959, cuando publicó, a los 26 años, Adiós, Columbus, una novela corta sobre el amor que acompañó de cinco cuentos, en los que se relata cómo los judíos estadounidenses abandonan las casas de sus padres para ir a la universidad, trabajar y vivir en los suburbios; y siguió con obras de referencia como El lamento de Portnoy (1969), en la que consolidó dos temáticas que lo obsesionaron, la familia judía y el sexo. Con los años, también trabajó sobre el ideal americano, el envejecimiento, la identidad y la muerte, desde los que tensó nuevas búsquedas formales y certeros análisis de la frenética y cambiante realidad. Así, fue concibiendo un mundo de múltiples pliegues, entre su humor rebelde, su potente y rigurosa narrativa, su prosa inconfundible, y una literatura autorreflexiva que se construye a medida que es leída.

Al final, cuando ya había renunciado a la escritura –para él, siempre una frustración cotidiana–, y debía evaluar su obra, elegía la frase con la que se despidió el boxeador Joe Louis, “hice lo mejor que pude con lo que tenía”. Creía, como nadie, en el poder de la ficción. Y, tal vez por eso, en Pastoral americana se advierte: “En cualquier caso, sigue siendo cierto que de lo que se trata en la vida no es de entender bien al prójimo. Vivir consiste en malentenderlo, malentenderlo una vez y otra y muchas más, y entonces, tras una cuidadosa reflexión, malentenderlo de nuevo. Así sabemos que estamos vivos, porque nos equivocamos”.