El viernes, en la Plaza Libertad, éramos quizás 200 personas protestando por la masacre del Estado israelí. Una matanza más, de esas a las que nos tiene acostumbrados Israel, vez tras vez. 60 muertos y más de 2.500 heridos por protestar pacíficamente, por reclamar sus derechos, en su tierra. Nos llenamos la boca hablando de democracia pero somos insensibles una y otra vez. ¿Los palestinos no son personas? ¿Sus niños son diferentes de los nuestros? ¿Su gente no tiene derecho a protestar? Se argumenta que tiraban piedras y me pregunto si tirar piedras amerita el uso de francotiradores de élite que hacen tiro al blanco ante la mirada cómplice del mundo. Esos jóvenes que van una y otra y otra vez a su probable muerte, a pecho descubierto, reclamando sus más elementales derechos, ¿no nos conmueven?

Cuando la insensibilidad llega a ese extremo quiere decir que estamos muy mal. Ese silencio habla también de nosotros mismos. Cuando la noche cayó sobre estas tierras, ¿no nos beneficiamos los latinoamericanos de la solidaridad de los pueblos del mundo?

No pocas veces la insensibilidad hacia los palestinos va de la mano de una admiración hacia Israel. Pero todo lo admirable y bello de Israel, lo están destruyendo cada día. El hundimiento moral acabará sepultando tantos sueños. ¿Cómo se puede considerar democrático un régimen que se basa en la pertenencia étnica para definir los derechos ciudadanos? ¿Es democrático un país que masacra una y otra vez a los que protestan, así sea pacíficamente? Se acepta el derecho de Israel a desconocer todas las resoluciones de la ONU que lo implican (que incluyen el derecho al retorno de los palestinos, el freno a la colonización, el respeto por el carácter especial de Jerusalén) con la más absoluta impunidad. ¿Cómo tantos consideran natural que, habiendo nacido y crecido en esta tierra, tengan todos los derechos de la ciudadanía israelí (incluyendo ser recibidos allí y acceder a una vivienda en los territorios ocupados) mientras aquellos que vivieron allí por generaciones son despojados de su tierra y de su libertad de movimiento, se les impide construir la vida que quieren y si protestan por ello son asesinados?

Luego de la masacre del lunes 14, el analista político Gideon Levy se preguntaba (en una columna publicada en el diario Haaretz bajo el título “60 muertos en Gaza y el fin de la conciencia israelí”): “¿Cuándo llegará el momento en el que aparezca una pizca de sentimientos humanos, aunque sólo sea por un momento, hacia los palestinos? ¿Compasión? ¿En qué momento alguien dirá ¡basta!, y sugerirá compasión, sin ser tachado de excéntrico o enemigo de Israel?”, y más adelante concluía: “La verdad es que Israel está bien preparado para masacrar a cientos y miles, y para expulsar a decenas de miles de personas. Nada lo detendrá. Este es el final de su conciencia, el pavoneo de la moralidad ha terminado. Los acontecimientos de los últimos días lo han demostrado sin lugar a dudas. Se han asentado las vías, la infraestructura para el horror se ha fundido. Decenas de años de lavado de cerebro, demonización y deshumanización han dado sus frutos. La alianza entre los políticos y los medios para suprimir la realidad y negarla ha tenido éxito. Israel está preparado para cometer horrores. Nadie se interpondrá ya en su camino. Ni desde dentro ni desde fuera”.

Por suerte existen israelíes como él, que salvan la conciencia moral de su pueblo. ¿Y nosotros dónde estamos? Este domingo, mientras marchaba junto a decenas de miles en silencio, condenando la impunidad que sigue campeando en estas tierras, pensaba en otro silencio. El silencio del 20 de Mayo es un grito que nos hace fuertes, el de la semana pasada nos hace cómplices del horror.