Balance y perspectivas de los progresismos

Avances sociales, reformas estructurales, cambios culturales. Fin de ciclo, derrotas, parates, fracasos puntuales, continuidades. Se puede caracterizar de muchas maneras la suerte de los progresismos de la región en el siglo XXI. El propio término “progresismo” no tiene una definición unívoca, como tampoco es clara su relación con las izquierdas. Este mes, en Dínamo, nos abocaremos a realizar balances del período que sirvan de base a nuevas concepciones y propuestas de transformación social.

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El progresismo en América Latina ha comprendido a gobiernos diferentes. Los de Bolivia, Ecuador y Venezuela han intentado transformar las estructuras del sistema capitalista, apuntando a un “socialismo del siglo XXI”. Los de Argentina, Brasil, Paraguay, Chile y Uruguay sólo han planteado reformas en el sistema. En Nicaragua, la revolución se degenera y el régimen es combatido por los sandinistas.

Es compleja una valoración de experiencias tan heterogéneas. Las transformaciones de los gobiernos progresistas, en general, han servido a sus pueblos. Por cierto se está lejos de las aspiraciones de las izquierdas de las décadas del 50 y 60, que programaban la reforma agraria, la industrialización, la conversión de la democracia liberal en otra más directa y verdadera para el pueblo trabajador y la defensa irrestricta de la soberanía nacional. Claro, también estamos lejos de aquel capitalismo, pues se enfrenta hoy a otro más poderoso y globalizado.

La reforma agraria, con la redistribución de la propiedad y de la riqueza, no se ha concretado, salvo por algunos avances en Bolivia y Ecuador. Al contrario, ha habido una contrarrevolución agraria (en el caso de Uruguay) en beneficio de las transnacionales. La industrialización –salvo excepciones– no se impulsó con las nacionalizaciones –vedadas por los organismos financieros internacionales– sino importando capitales transnacionales, los que dictan las pautas a los gobiernos, para que sea una industrialización dependiente. Las constituciones de Venezuela, Ecuador y Bolivia –tendientes a democracias de nuevo tipo, superiores a las liberales por su legislación social, protección a los pueblos aborígenes y al medioambiente– conviven con “democracias” –después de experiencias progresistas– hijas de golpes de Estado (Honduras, Paraguay o Brasil) que reniegan de sus fundamentos clásicos. Así, el Poder Judicial se ha convertido en represor, sustituyendo el clásico rol de las Fuerzas Armadas.

Las debilidades de estas experiencias

¿Cómo explicar las falencias que han dado pie al retroceso conservador? Hay que hurgar en esas experiencias para hallar sus deficiencias y comprender la conducta de los enemigos de las clases populares.

Nuestros países carecen de una clase trabajadora movilizada, con conciencia de clase sólida para enfrentar al sistema, capaz de conducir al conglomerado aliado. Así, en Argentina, el mejunje peronista no ha pasado de actitudes antiimperialistas aisladas; en Brasil, el Partido de los Trabajadores opta, para llegar al gobierno –que no es el poder–, por aliarse con sapos y culebras que terminan envenenándolo; en Chile y Uruguay, los trabajadores han quedado relegados por sectores burgueses medios que han retocado el neoliberalismo, lo que en una coyuntura económica favorable les ha permitido alcanzar avances sin enfrentar al sistema.

Los agrupamientos políticos del bloque popular han surgido de procesos disímiles. Unos son fruto de una larga historia de acción común: la Concertación chilena o el Frente Amplio uruguayo. En Brasil, la dispersión de los partidos de izquierda no impidió al Partido de los Trabajadores dirigir el proceso reformista. Néstor Kirchner aprovechó una coyuntura de crisis del peronismo para modificar la orientación política y reunir a vastos sectores. Hugo Chávez, con su liderazgo, aglutinó a una heterogénea coalición. Evo Morales, surgido del sindicalismo, lideró a grupos fuertes, en buena medida representativos de las etnias aborígenes. Pero, con anterioridad, las izquierdas fueron duramente golpeadas por sus derrotas y desaciertos –guerrillas mal concebidas, estalinismo, etcétera– en el siglo pasado, lo que provocó la escasez de cuadros calificados.

La ética revolucionaria y la ética de clase han cedido terreno, y la corrupción, el engreimiento, el individualismo consumista han multiplicado adeptos, perdiendo legitimidad los partidos. Sobran los ejemplos negativos, sobre los cuales machaca con inteligencia la reacción.

Los factores externos

El frenazo al Área de Libre Comercio de las Américas en 2005 en Mar del Plata inició un proceso inconcluso de integración, y al Mercosur reformulado se sumaron el Alba-TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos), la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) y la CELAC (Comunidad de Estados Latino Americanos y Caribeños).

Contra el proceso de integración, Estados Unidos y las oligarquías han aplicado la “guerra irrestricta”. Cuando los chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui escriben la obra con ese título (1999), observan que mientras se veía una reducción relativa de la violencia militar, crecía la violencia política, económica y tecnológica. Y estas se manifestaban por la desinformación inducida (conocida como posverdad), la militarización de la vida civil y política, el dominio de espacios estratégicos de países con bases militares yanquis, el control de recursos básicos (como el petróleo) y la negación de la soberanía nacional. Gene Sharp ha teorizado sobre los “golpes blandos”, que implican la agresión económica, social, militar, comunicacional; el accionar reaccionario se ahonda en Colombia, Perú, Chile, Paraguay, y ahora Brasil, con atentados criminales contra dirigentes sindicales y políticos populares, los pobres y los marginales.

Imposibilidades de nuestro tiempo

La construcción del socialismo o de estados nacionales plenamente soberanos es irrealizable en escala nacional o aun regional, por el acoso desde el exterior, por lo que los enemigos limitan y desfiguran los procesos, lo que obliga a reconsiderar las estrategias y las tácticas de los pueblos. El futuro de cada pueblo y gobierno dependerá de su resistencia y la de sus vecinos. En América del Sur, con excepción de Bolivia y Venezuela, los progresismos han capitulado. El caso singular es Uruguay –rodeado de poderosos vecinos con gobiernos reaccionarios– que ha permanecido fuera del Grupo de Lima, y que si bien ha sido ambiguo frente a los sucesos de Venezuela, se ha negado en solitario en el Cono Sur a avalar el intervencionismo. Por consiguiente, difícil panorama, en tanto vivimos en un mundo constituido por un sistema de estados, que vuelve absurdo pensar en el destino individual de cada uno sin las conexiones con los restantes. Un sistema de estados dirigido desde un centro no confesado: el poder de las grandes multinacionales, que limitan las soberanías nacionales, mucho más en naciones débiles. Por ende, robustecer el internacionalismo es de vida o muerte.

Julio Louis es profesor de Historia y militante político y sindical.