La palabra “neurociencias” tiene cada vez más presencia en la atmósfera cultural contemporánea.1 Como casi siempre pasa, no sabemos muy bien de qué se trata, pero ya incorporamos la palabra a nuestro repertorio cotidiano. En principio, se supone que la relación entre ciencias básicas y psicología permitiría conocer mejor el cerebro. Por ejemplo: ¿qué es lo que pasa en el cerebro de una persona cuando tiene un trastorno o cuando se encuentra tramitando un sufrimiento? ¿Cómo se siente cuando se ve implicada en una situación social que considera injusta? ¿Cómo funciona el cerebro en este tipo de situaciones? Esto significa que lo que se estudia son las bases neurales asociadas a procesos de interacción social. La investigación en este terreno aportaría biomarcadores (a la manera de la diabetes, por ejemplo) y permitiría generar tratamientos y fármacos más efectivos. Probablemente este tipo de investigaciones traiga varias novedades positivas en el terreno del tratamiento de algunas patologías.

Pero cuando se habla de neuroeconomía y psicología, o de la posibilidad de descubrir qué pasa en el cerebro ante eventos socialmente justos o injustos a partir de biomarcadores, el asunto se torna un poco menos promisorio. La parte experimental debe medir el tipo de respuestas de las personas, por ejemplo, ante un indicador de justicia o injusticia social, por medio de un análisis comparativo de respuestas de personas con y sin trastorno mental (lo normal y lo patológico están en juego, una vez más). Pero no sólo hay neuroeconomía, también hay neuropolítica: “La neuropolítica se abre paso como una nueva disciplina capaz de comprender el cerebro de las personas en su condición de ciudadanos, electores o activistas”.2

Si nuestra política se va a orientar por la información de cómo actúa el cerebro ante una situación de injusticia social, a todas luces estamos ante el ocaso definitivo e irreversible de la política, tal y como se formuló en los términos de Aristóteles. Manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo (Aristóteles, Política), ¿será un asunto de biomarcadores? La democracia, ¿se resolverá en los términos de las respuestas fisiológicas detectadas en el cerebro? Lo han dicho muchos: conviene revisar el pasado para pensar el futuro. Por ejemplo, conviene revisar qué pasó con la eugenesia y sus usos políticos en el siglo pasado. Al principio, la cosa parece inocua, y ningún bienpensante se opondrá al desarrollo de la ciencia. Pero quizá no sea inútil que quienes se dedican a las ciencias básicas discutan el progreso del conocimiento en términos filosóficos y políticos, para contrastar con la “filosofía espontánea” que todo científico pone en juego. A la neuropolítica se le puede oponer la política, a secas, condición inalienable del ser hablante.

Raumar Rodríguez Giménez es doctor en Ciencias Humanas y docente de la Universidad de la República.


  1. Estas reflexiones fueron motivadas por la entrevista a Eliana Nicolaisen y Valentina Paz en el programa Justicia infinita del 21 de mayo, emitido por Océano FM; de allí han sido tomadas varias expresiones. Disponible en: https://oceano.uy/justiciainfinita/que-estudian-los-que-estudian/12143-la-tecnologia-al-servicio-de-la-psicologia?play=true

  2. https://www.gutierrez-rubi.es/2009/11/17/la-neuropolitica-conocer-el-cerebro-para-liderar-las-ideas/