En 2001 yo vivía y trabajaba en una parte de la inmensa reserva forestal de Imataca, ubicada al noreste de Venezuela, en una zona mejor conocida como el Macizo Guayanés, una tierra cuya formación geológica es de las más antiguas sobre la Tierra. Si bien la industria minera y forestal dominaba la economía y cambiaba drásticamente el paisaje mental y físico de la zona, muchos pobladores –especialmente los descendientes de comunidades indígenas– arrastraban parte de una cosmogonía que, por momentos, los hacía relacionarse con el mundo de una manera peculiar. Recuerdo especialmente su vínculo con las rocas, algunas con una carga simbólica importante, piedras con ciertas “facultades” propias, en las que se reconocía y se concentraba un poder; piedras sagradas. En la familia de esas veneradas rocas estaba el cuarzo (sílice), que en general se destinaba a rituales concretos de curación, alteración de conciencia, y magia en general. La piedra aparecía como una herramienta para abrir la superficie de la realidad más inmediata y sumergirse en otros planos, acaso ámbitos donde se originaban desequilibrios evidentes. Así conocí algunos de esos minerales, y ahora apareció Sílex, de Martín Cerisola, como la imagen de una piedra angular frente a la propuesta de un lenguaje poético, como un elemento que tiene la potestad de tomar el lenguaje y sugerirle otra dirección, quizás un camino a una casa ancestral.

Sílex es un ejercicio de pausa y cuestionamiento para “cumplir con el rito de la fuerza: desenjaular”, liberar el decir poético de lo innecesario y estéril en una emocionante contienda contra la palabra muerta, desganada y fantasmal. Los poemas se presentan como obra de un crítico, pero no como aquel agente que mira desde lejos el fuego creador sino del que habla desde el ardor de la vida. A Cerisola no le interesa la experiencia o el conocimiento mediado por otro cuerpo, sino que aspira a una revelación desde sus propios sentidos, a saber, la vivencia, la encarnación de una idea. “No sucumbir a los artificios del lenguaje: todo aquello que no he atravesado es palabra simulacro, palabra desprendida”. De allí que le importe menos la literatura que el pensamiento, construyendo –por este afán y exigencia– poemas breves, esenciales, por momentos más cercanos al aforismo: “Una escritura liberada de literatura. Una cercanía vibrante”.

En Sílex se acaba el tiempo del ornato y se inicia el viaje a lo esencial, al origen; el norte es caminar hasta el lenguaje porque también es el campo de la experiencia espiritual y mental. El poeta nos advierte de la habitual relación del lenguaje con la realidad, su domesticación y cómo gracias a la poesía ese vínculo se desfija, se quiebra; “las formas usuales de socialización no me hacen más humano, me hacen más obediente”.

Si bien los poemas en su conjunto conforman un mapa de lo vivido, la lectura ocurre en el presente, con textos enunciados en el ahora, diagramando su propio acontecer, e intentan remover el estancamiento domesticado del lenguaje llevándolo a un movimiento de expansión y concentración a un tiempo. Cerisola, más que comentar el mundo, está obrando con su propuesta; no se reconforta con el juego intelectual, las acrobacias semánticas o las piruetas verbales. No le interesa cristalizar el lenguaje sino que siga fluyendo, liberándose de su emergencia utilitaria hasta que lo indecible sea familiar, y lo oscuro un pariente con otras noticias. Hay conciencia de que el lenguaje toca la realidad, pero a destiempo: “Esta disociación: las palabras no están en lo que sucede. / Como si acercarse fuera el miedo más grande”.

En Sílex el poeta trabaja para una nueva percepción, nos recuerda que el mundo visible es una fachada y la misión del poema es invitar al lector a escuchar una nueva visión del mundo. Le interesa el decir que va más allá de la literatura, el que supera los significados y las obligaciones sintácticas que mandan las formas del poder: “Además: todas las maneras que tiene el lenguaje para suavizar, tapar, / disfrazar, negar... / Esto: la generación de sentido es la ficción más grande”.

Sílex | Martín Cerisola. La Coqueta. Montevideo, 2018. 55 páginas.