Entrar en el imaginario y en la obra de Rimer Cardillo es entrar en contacto con la vida y con la muerte. Mientras recorre la retrospectiva de este artista nacido en Montevideo en 1944 y residente en Nueva York desde 1979, el espectador no sabe si reparar en la vulnerabilidad o en la belleza de los que habitan la tierra. Hay allí alguna calavera humana, varios insectos estaqueados, aves, animales muertos. Todos ellos representados, amalgamados, dibujados, fotografiados o impresos en papel de algodón.

Uno no sabe si detenerse frente a un montículo de tierra similar a un gran hormiguero, una tumba o un cerrito de indios o si acercarse a contemplar con cierta inquietud un gran cono blanco apoyado en el suelo, hecho con diversos papeles en los que aparecen impresas distintas formas de pájaros muertos en pleno vuelo, estrellados contra los vidrios del estudio del artista, en Gardiner, al norte de Nueva York, donde reside.

“Esta obra se llama La última canción”, dice Cardillo, mientras explica que él no ha matado a ninguno de esos pájaros sino que simplemente ellos chocan contra el reflejo del paisaje en las ventanas y mueren instantáneamente al torcerse el pescuezo de súbito, como en cualquier cuento de amor, de locura y de muerte de Horacio Quiroga.

Y son justamente varias fotografías de este escritor y su entorno en Misiones –más una calavera que aparece en un mural de fotografías ensambladas y tratadas con diversos recursos– la única referencia a un ser humano que allí aparece.

La tierra y el cielo, lo vivo y lo muerto, los pájaros estrellados, los animales con caparazones, los lagartos o los felinos, la flora y la fauna del río Hudson o del Río de la Plata, los grandes ecosistemas, las ramas de los árboles añosos enmarcados en cajas de madera son algunos de los temas recurrentes de Cardillo.

Esta suerte de hibridación o ensamblaje de diversas realidades, la del norte y la del sur, proporcionan una visión del mundo con ribetes ecológicos, sociales y filosóficos que llama la atención sobre el aniquilamiento de especies vegetales y animales o el genocidio sistémico de pueblos aborígenes. Cardillo habla de pérdidas, de destrucción de hábitats, de erradicación de especies, de desaparición de la diversidad genética.

Para elaborar su discurso visual elige mostrar más animales, insectos u hongos que hombres y mujeres. Se sirve, por ejemplo, de mariposas y chicharras sostenidas con clavos y otros artilugios metálicos para hacer referencia a la tortura y a la dictadura. O dedica parte del espacio a Quiroga, quien vivió en trágico contacto con la muerte. Sin lugar a dudas este es el elemento recurrente, el hilo conductor de las diversas etapas de una obra interdisciplinaria, multiforme, heterogénea y transcultural que abarca seis décadas y todos los continentes.

En su discurso plástico hay lugar tanto para la preservación de los bosques vírgenes de la cuenca amazónica como para el mantenimiento de los hábitats silvestres del valle del Hudson o la flora y fauna de los campos de Uruguay, adonde lo llevaba su padre de paseo cuando era niño.

Quizás lo que más llame la atención de Cardillo, además de su peculiar mirada que abarca la naturaleza y la ecología, más allá de barreras políticas y divisiones sociales, sea su pericia técnica. Animales, tierra, huesos, conchas marinas, cajas de madera, ramas de árboles son representados o “elaborados” a través de diversas tecnologías, clásicas y contemporáneas, como dibujos, fotografías, xilografías y técnicas digitales, una suma de elementos al servicio de una prolífica sensibilidad.

En su última etapa ha explorado las posibilidades del papel de algodón hecho a mano, con el que realiza trabajos escultóricos moldeando formas y figuras animales y con las que crea una suerte de “colgaduras” que parecen nidos de avispas o colonias de coral sobre paredes o pisos. Estos bloques de papel de algodón se reproducen, superponen o se extienden por el espacio como una enorme enredadera. Así su obra denominada Instalación de la anacahuita (2014), expuesta ahora en el Museo Nacional de Artes Visuales.

Estas instalaciones evocan la interconectividad de los sistemas, un universo infinito en constante creación y aniquilación. Un mundo fractal que al mismo tiempo que se expande, amenaza con una constante y terrible desaparición. Una metáfora de una realidad acuciante. Para muchos, un mundo de ficción que Cardillo insiste en dejar a la vista desde la década de los 70.

Rimer Cardillo: del Río de la Plata al valle del Hudson | Curador: Karl Willers. Curador asociado: Manuel Neves. Planta alta del Museo Nacional de Artes Visuales (Tomás Giribaldi y Herrera y Reissig) hasta el 19 de agosto.