En Alemania, la política no parece estar siguiendo las reglas tradicionales. A 100 días de su formación, el mes pasado la nueva coalición de gobierno pareció estar al borde del colapso. De manera quizás previsible, el detonante de la crisis fue la inmigración.

El ministro del Interior alemán, Horst Seehofer, integrante del partido de centroderecha del estado de Baviera Unión Social Cristiana (CSU, por su sigla en alemán), anunció que había diseñado un “plan maestro” sobre inmigración de modo de establecer reglas más estrictas para “asegurar” las fronteras del país. No obstante, su plan de 63 puntos no se difundió, y su partido, así como la Unión Demócrata Cristiana (CDU, por su sigla en alemán) de Ángela Merkel, con la que la CSU tiene desde hace tiempo un acuerdo a nivel nacional, y los otros compañeros de coalición, los socialdemócratas, conocían muy poco sobre la propuesta.

Lo único que se logró entender tras las innumerables conferencias de prensa sobre el tema fue que Merkel estaba dispuesta a acordar sobre 62,5 puntos del plan maestro de Seehofer. La discrepancia en el restante medio punto se centraba en la cuestión de si los refugiados ya registrados en otros países de la Unión Europea (como Italia o Hungría) podían cruzar la frontera hacia Alemania y solicitar asilo.

Seehofer recibió un fuerte respaldo de su partido para endurecer los controles fronterizos, mientras Merkel y sus colegas de la CDU siguieron abogando por una “solución europea”, que sobre todo apuntaba a los acuerdos bilaterales que la canciller esperaba alcanzar en la cumbre del Consejo Europeo, a principios de julio. Seehofer le dio un ultimátum: si Merkel no logra resultados, él implementaría de todos modos su “plan maestro”.

Quedó claro en la cumbre que algunos países no estaban dispuestos a aceptar refugiados o a llegar a un acuerdo común europeo. Todos los acuerdos europeos son voluntarios. Países importantes como Hungría se rehusaron a recibir refugiados bajo cualquier circunstancia.

Seehofer amenazó con renunciar, dado que el acuerdo europeo de Merkel no tendría el mismo “efecto” que su plan. La jugada política de Seehofer puso en un brete a todo el gobierno: la columna vertebral del conservadurismo alemán que sólo se quebró una vez tras la posguerra, la alianza parlamentaria entre la CDU y la CSU, ahora amenaza con quebrarse. ¿Cómo se llegó a esto?

Un conflicto en múltiples niveles

El disparador de esta acción drástica puede explicarse por las próximas elecciones en el estado de Baviera, que la CSU ha gobernado sin interrupciones desde la fundación de la República Federal después de la Segunda Guerra Mundial. Si el partido pierde su mayoría en Baviera, su reclamo de tener tres ministros en el gobierno federal también perdería legitimidad y se pondría en riesgo la posición del ministro del Interior, entre otras.

En este sentido, todo está en juego, dado que el partido está siendo tironeado cada vez más hacia la derecha por la Alternativa para Alemania (AfD, por su sigla en alemán), cuyas posiciones oscilan entre el populismo de derecha y el fascismo puro y duro. ¿Por qué, entonces, los votantes antiinmigración deberían apoyar a la CSU, cuando existe un partido antiinmigración que reclama orden?

Por la misma razón, las figuras principales de la CSU prácticamente compiten para probar quién es más autoritaria; el ministro presidente de Baviera, Markus Söder, ordenó poner crucifijos en todos los edificios públicos y promulgó una ley policial draconiana que ha sido ampliamente criticada por varios sectores de la sociedad civil.

La situación se complica aun más por el hecho de que la CSU puede contar con el apoyo de otros gobiernos europeos. No fue coincidencia que la frase de tono fascista que aludió a la necesidad de conformar un eje Roma-Berlín-Viena contra la inmigración fuera usada durante el reciente encuentro de Horst Seehofer con el canciller austríaco Sebastian Kurz.

Seehofer también se siente cómodo con otros líderes de derecha; se reunió con agrado con el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, y felicitó al ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, por su reciente victoria. Su interés común por los “estados-nación soberanos” le ha permitido a Seehofer conformar una alianza contra su propia canciller.

A pesar de que Merkel posee lo que los alemanes llaman richtlinienkompetenz, la habilidad para fijar políticas contra los deseos de otros integrantes de su gobierno, ha tenido que ceder a la presión que se ejerce tanto desde dentro como desde fuera de su propio partido. Es significativo que las organizaciones locales de la CDU en los estados del este y la juventud partidaria hayan respaldado las posiciones de Seehofer.

De hecho, parecería que muchos están ya esperando la partida de Merkel. La presión desde afuera es muy fuerte, porque muchos otros países de la Unión Europea (UE) no aceptan más su política “europea”, ya que consideran que sólo sirve a los intereses alemanes.

Como era esperable, a último momento se alcanzó un acuerdo para resolver la crisis de gobierno, porque las elecciones anticipadas hubieran favorecido a la AfD a costa del resto de los partidos en el gobierno. Seehofer retiró su renuncia; sin embargo, sus amenazas funcionaron. Se alcanzó un acuerdo para establecer “centros de tránsito” en la frontera austríaco-germana que permitan “interceptar” refugiados que, por necesidad, lleguen de otros países de la UE. También se extenderán los puntos de control policial en las zonas fronterizas.

Después de algunas dudas iniciales, los socialdemócratas también aceptaron estas disposiciones, luego de quitar del acuerdo algunas de las palabras más draconianas. Parece que Alemania se cerrará en sí misma y construirá campos de refugiados. El canciller austríaco, Sebastian Kurz, respondió con el anuncio de que pretende “proteger” mejor la frontera sur de Austria.

Ciertamente, estas medidas agudizarán las catástrofes humanitarias.

El orden liberal se destruye

Mirando la situación en términos globales, las líneas divisorias son mayores que 0,5 puntos en 63. Al menos por ahora, la cuestión del estado-nación permea en todos los partidos alemanes, no sólo en la CDU y en la CSU, sino también en los socialistas de Die Linke y en los liberales Partido Democrático Libre (FDP).

¿Hasta qué punto puede controlarse la migración? ¿Cómo debería funcionar el estado de bienestar bajo las condiciones del capitalismo transnacional? ¿Cómo cambian las relaciones entre los estados en medio de la amenaza renovada de la guerra? Estas preguntas se vuelven cada vez más acuciantes para todo el espectro político.

En un discurso reciente ante el Parlamento, la líder del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD, por su sigla en alemán), Andrea Nahles, resumió el problema: para Alemania, la cuestión a definir es si se posicionará “en una competencia real con China y Estados Unidos”. Merkel asintió; la frase perfectamente podría haber sido de su autoría.

Después de todo, la “cuestión migratoria”, que ella ha redefinido como “la cuestión del destino de la UE”, es realmente una cuestión de la UE y su potencia económica en la competencia global. ¿El multilateralismo seguirá prevaleciendo, o estamos siendo testigos de un regreso del unilateralismo y de estados-nación fuertes? Katrin Göring-Eckardt, de Los Verdes, dijo algo parecido a Nahles y Merkel cuando señaló que si se discute “el fin del multilateralismo”, entonces todo está en discusión.

Hasta ahora, Alemania ha sido una de las grandes ganadoras del orden liberal multilateral. Merkel actuó racionalmente al abogar al mismo tiempo por los acuerdos multilaterales y por los “intereses alemanes”. Ella habla de una comunidad de valores, pero se refiere sobre todo a intereses económicos, intereses que se alinean bastante bien con otros valores progresistas y liberales que ha adoptado en los años recientes, y que incluso pueden fundirse en una unión poderosamente efectiva (lo que la intelectual Nancy Fraser llamó “neoliberalismo progresista”).

En cambio, la CSU ve los “intereses alemanes” en términos de orden político estatal, y en eso se parece a muchos gobiernos conservadores y autoritarios de Europa y más allá.

No es entonces simplemente una cuestión de 62,5 puntos: todo el orden liberal multilateral, que la canciller alemana, más que nadie, ha erigido como un poderoso símbolo en estos últimos 12 años, está en juego. A medida que este orden se debilita sobreviene una crisis de hegemonía, y se vuelve cada vez más evidente que esta forma de gobierno es incapaz de crear consensos o forjar coaliciones estables.

Diez años después de la gran crisis económica, todavía vemos repercusiones. La UE, como una unión económica con libre circulación de bienes, capitales y personas, está cayendo en una crisis de legitimidad, lo que se combina con la erosión de las instituciones que funcionan como garantes del orden.

Para la mayoría de los europeos, este orden ha significado principalmente tecnocracia, crecimiento de la desigualdad y declive industrial, y esto fue confirmado por muchos ciudadanos ingleses al votar por el brexit. A su manera, la victoria de Donald Trump en Estados Unidos es otra expresión del colapso del orden liberal: más que preocuparse por marcos internacionales, Trump pretende cortar con acuerdos que Estados Unidos tenía con otros estados, como un empresario haría con otros empresarios.

Esta crisis de hegemonía es particularmente evidente en la situación de Alemania. La posición de Merkel es más frágil que nunca, y en el mediano plazo probablemente deba buscar nuevos compañeros de coalición en el SPD y en Los Verdes para mantener un consenso pro europeo construido en torno al poderío económico alemán.

Por ahora, parece que la alianza CDU-CSU se mantendrá. De todos modos, Seehofer sigue amenazando con que su presencia en la coalición dependerá de si Merkel cumple con sus promesas sobre la inmigración. Dejando en claro cuán a la derecha está dispuesto a ir, el martes, durante su cumpleaños número 69, observó en tono de broma que se rechazaron las solicitudes de 69 refugiados y que estos fueron enviados de vuelta hacia Afganistán, dando a entender que eso fue fruto de la discusión política que impulsó.

Aun si esta alianza se mantiene, no es para nada seguro que lo haga durante todo el período. La CDU y la CSU juntas no tienen mayoría absoluta en el Parlamento, lo que las ha obligado a forjar coaliciones con los socialdemócratas para mantenerse en el poder. Esto ha funcionado porque Merkel se mantuvo en posiciones centristas, pero el poder que está teniendo Seehofer pone en riesgo este equilibrio.

Para la CSU, sólo Baviera importa. El partido, apelando a una imagen de Baviera como un estado culturalmente único e independiente en Alemania, no se presenta a elecciones en ningún otro estado y generalmente está a la derecha de la CDU. Para preservar su poderío regional, podría ser más oportuno para la CSU romper su alianza con la CDU y focalizarse en mantener su hegemonía en Baviera, dejando a Merkel gobernar con otros partidos mayoritarios o llamar a elecciones anticipadas.

Del otro lado del espectro parlamentario hay posiciones ambivalentes. Por un lado, Die Linke, que ve a la UE como una encarnación del capitalismo salvaje y busca su transformación radical para que funcione para la gente y no para el capital. Del otro lado, la derecha entiende que la migración irrestricta pone en jaque la soberanía del Estado, y por lo tanto ataca a la UE.

FDP está dividido: a pesar de que tradicionalmente ha sido pro mercado, piensa que es necesario “asegurar” las fronteras nacionales. Por lo tanto, es posible que una coalición entre fuerzas nacionalistas y conservadoras por un lado, y liberales desde el punto de vista económico por el otro, pueda surgir en Alemania así como ya lo ha hecho en Austria, pero no sin derrocar a Merkel. Esta posibilidad también depende de si prevalece la vertiente derechista a ultranza o la liberal en las luchas de poder internas de la AfD.

Por el momento, sólo Die Linke reclama políticas de bienestar social y una reestructura de Europa. Más que reducir el debate al asunto de la inmigración, este partido podría centrarse en otros problemas, como la falta de inversión en bienes públicos como educación, salud y vivienda, aunque es más fácil decir esto que hacerlo en un clima político moldeado por la derecha.

El fin o la continuidad de la era Merkel depende primero que nada de los compañeros de coalición que elija en el futuro, y de si las fuerzas que se inclinan hacia la derecha dentro de su propio partido pueden rebelarse con éxito contra ella. Si esto sucede, la respuesta a la pregunta sobre el futuro de Alemania –y de Europa– será incierta.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Jacobin (jacobinmag.com) en inglés. Traducción: Natalia Uval.