La democracia y el nuevo contexto digital

El ecosistema de información y comunicación surgido hace no tantos años ha cambiado las formas de hacer política, pero ¿hasta qué punto? ¿Qué consecuencias genera este nuevo contexto para la movilización social y política? ¿Qué impacto tiene en la democracia como concepto y como práctica? Sobre estas interrogantes se basarán los aportes de Dínamo este mes.

***

La tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Y nuestra sociedad está avanzando a pasos rápidos –casi mágicos– en la incorporación de tecnología a actividades sociales que son el centro de nuestra vida en sociedad, y particularmente aquellas referentes a nuestra relación con el Estado. A continuación, algunos ejemplos.

Sistemas automáticos nos identificarán, y entonces el Estado (y algunas empresas privadas) tendrá todos nuestros datos de transporte y compras para, por ejemplo –si nos corresponde–, darnos beneficios, asistirnos o, como ya pasa en Argentina, recordarnos que, según nuestro nivel de ingreso, es altamente probable que tengamos una trabajadora de limpieza y que no la tengamos en caja.

Drones, cámaras sofisticadas y algoritmos permiten escudriñar cada punto de la ciudad, identificando aquellas caras que parezcan sospechosas y enviando unidades de respuesta para prevenir cualquier delito. Si queremos ubicar a alguien lo hacemos en cuestión de minutos.

Nuestros modernos sistemas nos permitirán saber qué delincuentes tienen más chances de reincidir o no y, consecuentemente, ajustar las penas a eso.

También podremos ir en busca de las mujeres jóvenes que podrían quedar embarazadas en su adolescencia, para llegar a ellas con información disponible y potencialmente prevenir un embarazo no deseado.

Sirviéndonos de las facciones de la cara de una persona podremos saber si sirve o no para un empleo. También podremos inferir sobre su orientación sexual.

Tendremos robots, algunos de ellos mejorarán la productividad de nuestros campos y suelos. Las intoxicaciones por fumigaciones ya no serán (tan) comunes. Autos sin conductor manejarán por nuestras calles. Habrá un dinero universal y, debido a que estará limitado, la inflación será cosa del pasado, pues los gobiernos no podrán realmente emitir moneda, porque un algoritmo estará predeterminando qué y cómo emitir.

¿Qué puede salir mal?

Nuestro liderazgo político (e institucional) no está aún en condiciones de entender que detrás de cada una de estas acciones se encuentran complejas decisiones que no son sobre tecnología, sino sobre poder en una sociedad democrática. Y eso requiere una visión acerca de qué hace o no el Estado en nuestras sociedades, cómo protege (o no) nuestros derechos y qué tipo de infraestructura está dispuesto a proveer, así como qué controles tendrá sobre esa infraestructura. Ninguna tecnología es neutral; su diseño conlleva una serie de valores y decisiones de quienes las crearon.

¿Serán transparentes los procesos por los cuales, automáticamente, me dirán que no podré obtener un crédito o beneficio? ¿Me defenderá el Estado si alguna vez fui discriminado? ¿Sabremos bajo qué criterios se desarrolla la tecnología que –teóricamente– nos mantendrá seguros? ¿Me dirá el Estado –y otros actores– para qué usan mis datos y cómo? ¿Velará alguien por qué tan justos –o no– son estos algoritmos? ¿Deberíamos permitir que algunas de estas “innovaciones” ocurran? ¿Crearán ganancias para la economía real o serán una burbuja como otras que hemos vivido? ¿Qué tipo de responsabilidad tendrán las empresas de tecnología, proveedoras en buena medida de estos servicios, muchas veces en condiciones casi monopólicas?

¿Cómo vamos a asegurar que la libertad de expresión y protesta continúen existiendo? ¿Deberían seguir existiendo en un futuro en el que todo será sin el que todo será sin esfuerzo, a un clic, eficiente? El potencial de esta revolución tecnológica basada en datos (los nuestros), algoritmos, la internet y su intersección con procesos sumamente críticos necesita una forma de gobernarse, en la medida en que queramos conservar y, por qué no, promover un Estado más democrático, transparente y abierto. En la nube de conceptos como big data, criptomonedas o blockchain (y sus correspondientes promotores) hay una serie de visiones asociadas con el progreso, que hace a las autoridades de turno de varios países querer sacar una foto diciendo que ya están a tope en la nueva ola, en lugar de reflexionar acerca de para qué sirve la tecnología, y sobre los impactos que podría tener a nivel de nuestra sociedad. La innovación adecuada a nuestro contexto requiere de un liderazgo político que no esconda estos debates, sino que les dé la bienvenida. Quienes creemos (aún) en estados democráticos y abiertos, y en el poder de la innovación para cambiarlos, tenemos algunas ideas.

Primero, nuestras sociedades deberían tender a la autonomía o soberanía tecnológica; nuestras tecnologías deben ser comprensibles, abiertas y, en la medida que afecten nuestros derechos, pasibles de contralor por la ciudadanía. Esto exige que su código y criterio sean abiertos y demanda una nueva forma de proveer tecnología al sector público.

Lo segundo tiene que ver con el uso de los datos como un recurso común para nuestra sociedad. Los datos públicos deben ser por defecto abiertos, para permitir la innovación, el contralor democrático y la creación de valor económico y social. La ciudadanía debe encontrar formas fáciles de disponer de sus datos para contribuir con el bien común, y tener control real sobre quién los usa y para qué.

Y lo tercero es considerar la necesidad de promover una industria con una mirada ética y de preferencia global sobre estos fenómenos que sirva para mejorar la producción del país, pero también para liderar una revolución tecnológica e industrial humana que favorezca la desconcentración de la riqueza y de poder de las manos de unos pocos. Se requiere entender la tecnología y aprovechar el grueso de su potencial para mejorar nuestra sociedad, con una ciudadanía y liderazgo político acordes al desafío ético que se nos presenta. Un futuro democrático no se va a dar por arte de magia.

Fabrizio Scrollini es doctor en Estudios de Gobierno por la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres e investigador responsable del proyecto Datysoc.