Grandes cantidades de uruguayos han estado atentos al desarrollo de un episodio aún no aclarado, que determinó la renuncia de Wilmar Valdez a la presidencia de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) y a sus aspiraciones de continuar en ese cargo, pocos días antes de que se realizara la asamblea electoral correspondiente. El caso es una muestra muy interesante de la forma en que circulan actualmente los relatos sobre asuntos de interés público (o de la forma en que adquieren interés público los relatos que circulan), mediante la interacción del trabajo periodístico tradicional con los nuevos medios de comunicación, y resulta de especial interés por la cercanía de las próximas elecciones y el comienzo de los movimientos políticos relacionados con ellas.

Los audios inauditos

Ante una situación en principio inexplicable, se compartieron intensamente mensajes que, según sus desconocidos autores originales, daban a conocer las causas de la actitud de Valdez, vinculándola con unas grabaciones que muy pocos habían escuchado y una trama intrincada en la cual presuntamente se combinaban, de acuerdo con los ya famosos audios o con especulaciones añadidas a ellos, coimas o intentos de coima, chantajes o intentos de chantaje, presiones desde el gobierno en beneficio de uno de los hijos del presidente Tabaré Vázquez, fuertes intereses en juego por los derechos de televisación, y la intervención de personajes notorios como el empresario Francisco Paco Casal y el periodista deportivo Julio Ríos, entre otros ingredientes de un cóctel explosivo.

Con el paso de los días, la Fiscalía tomó cartas en el asunto, comenzaron a difundirse los resultados de trabajos periodísticos sobre el caso, y el panorama se ordenó un poco, aunque todavía está lejos de ser claro. Muy probablemente, los relatos difundidos en redes sociales sobre el contenido de las grabaciones mezclaban datos reales con otros falsos.

El factor Vázquez

El ingrediente que le atribuía una dimensión netamente política al asunto era la versión, publicada por Búsqueda el jueves 2 y por El Observador el viernes 3, de que en una de las grabaciones (realizadas, según sabemos hoy, por el empresario Walter Alcántara en sucesivas conversaciones con Valdez), el entonces presidente de la AUF aparecía diciendo que el gobierno lo presionaba para que la licitación de un sistema de equipos informáticos de seguridad en el fútbol fuera adjudicada a una empresa asesorada por Javier Vázquez, hijo del presidente de la República. Sin embargo, esa firma negó formalmente cualquier relación con Vázquez hijo, y por su parte Alcántara aseguró, en una entrevista publicada por El País el domingo 5, que “el nombre del hijo de Tabaré Vázquez jamás surgió en los audios”. Esto es muy significativo, porque el empresario ya había declarado ante la jueza Silvia Pérez, y esta dispone, además, de las grabaciones, de modo que Alcántara tendría que estar muy mal de la cabeza para comprometerse mintiendo al respecto.

Los mentideros

El uso de redes sociales para informarse es importante, pero no suficiente. Puede aportar elementos muy valiosos, pero no resulta adecuado para un acercamiento criterioso a la verdad, y si es el único recurso en juego puede potenciar difamaciones, por ingenuidad, irresponsabilidad o malicia de quienes las divulgan.

Hay una antigua palabra que resulta útil en estos casos. Hace siglos, antes de que hubiera internet, televisión, radio o siquiera periódicos en papel, en España se llamaba “mentideros” a los lugares donde la gente se reunía para enterarse de los últimos rumores y chismes, con miras a mecharlos luego, condimentados y comentados, en apasionadas tertulias. El término no significaba, por supuesto, que todo lo que allí se decía fuera mentira, pero alertaba sobre la conveniencia de no darlo por necesariamente cierto. Hasta hoy, el diccionario de la Real Academia Española indica que un mentidero es el “lugar donde se reúne la gente para conversar”, y también el “grupo humano o ambiente en el que se comentan noticias de algunas parcelas de la actualidad”. Bares y ferias aún funcionan como mentideros, y los hay también virtuales.

Fe de erratas

Los periodistas trabajamos con diversos datos, incluyendo los procedentes de mentideros. No somos policías ni fiscales, y no es frecuente que “resolvamos el caso”, pero podemos aportar, con las herramientas y la experiencia del oficio, elementos importantes para que la ciudadanía o la Justicia estén en mejores condiciones de saber y entender qué ha pasado y por qué. Intentamos contrastar versiones e identificar fuentes, buscar e integrar elementos de contexto y antecedentes que sirvan para comprender hechos y motivos. Cuando lo hacemos como es debido, nos guían criterios de responsabilidad social, y si no sucede así debemos dar la cara, no sólo porque hay normas legales que nos exigen esa responsabilidad, sino también porque no trabajamos en condiciones de anonimato y nos jugamos en forma cotidiana, ante la opinión pública, el capital básico de nuestra credibilidad. Para ello, importan mucho nuestros aciertos, pero también –y a veces más– nuestra capacidad de reconocer errores.

Acerca de esto último, corresponde señalar que El Observador publicó el lunes 6 una puesta al día sobre el caso, titulada “Lo que se sabe y lo que no del AUFgate”, en la cual dejó constancia de que, según Búsqueda, “en uno de los audios, Valdez mencionaba al hijo del presidente, Javier Vázquez” y de que esa versión “fue ratificada a El Observador por fuentes de la AUF”, pero no informó a sus lectores que Alcántara había negado eso en forma tajante durante su entrevista con El País.

Las redes sociales son una formidable herramienta de comunicación, pero pueden usarse para manipular a la ciudadanía e incidir en sus decisiones políticas. Ejemplos recientes sobran. Para contribuir a la prevención de esas prácticas, conviene que los periodistas seamos conscientes de que nuestra tarea no es sumar clics ni ganar fama de superinvestigadores, sino ayudar en la búsqueda de la verdad.