En esta era de terrorismo global, no alcanza con que los agentes de la CIA capturen terroristas y los hagan confesar mediante torturas. En ocasiones, el enemigo es algún villano de quien solamente se conoce su nombre, y la única forma de que revele el paradero de su arma nuclear es engañándolo con una careta de goma.

Sí, señores. Si todavía no hemos volado en mil pedazos, o fallecido, víctimas de algún virus letal, es gracias a los agentes de la Fuerza de Misiones Imposibles, en especial Ethan Hunt, quien desde 1996 (¡hace más de 20 años!) ha desmantelado bombas, recuperado información y corrido por calles, parques y azoteas. Si hay algo que hace, es correr.

Hunt es, por supuesto, interpretado por Tom Cruise, quien a sus 56 años es el mejor ejemplo que le queda a Hollywood de la “estrella de acción” que, con su carisma (y vibrantes escenas), lleva a los espectadores a las salas de cine en masa. Tranquilo, la Roca, no nos olvidamos de vos. Pero todavía te falta.

Cada tres o cuatro años, Cruise regresa para cumplir la casi imposible misión de hacernos olvidar por un ratito de sus creencias acerca de la Cienciología, y simplemente entretenernos durante un par de horas. Su sexta entrega de esta saga no es la excepción.

Hablando de la saga, la serie de Misión imposible recorrió un camino impensable en esta era de los universos cinematográficos en la que 20 películas parecen cortadas con la misma tijera, y se atrevió a respetar la mirada de sus directores, que fueron rotando, excepto en esta oportunidad.

Christopher McQuarrie regresa para dirigir al tío Tom en Misión imposible: repercusión, que retoma algunos hilos argumentales de su Misión imposible: nación secreta (2015), aunque con la suficiente liviandad como para no alienar a una sola persona del público potencial.

Aquí lo importante no es la historia de la FMI (desafortunada sigla que obliga a los subtituladores a frases como “suerte que FMI llegó para salvar al mundo”, o algo así), sino saber que históricamente ha tenido problemas con otras agencias de investigación del mundo, e incluso dentro de Estados Unidos. Que algún objeto está o deberá llegar a manos de alguien cuyo rostro no conocemos, y que en algún momento habrá que utilizar caretas de goma.

A partir de estas excusas narrativas, el guion del propio McQuarrie nos llevará por populosas ciudades y hermosos paisajes naturales, filmando actos de espionaje que recuerdan al viejo James Bond, aquel que se acomodaba la corbata abajo del agua. Hay que ver que hasta el 007 que interpreta Daniel Craig buscó recuperar el espíritu de antaño en su más reciente aventura, por más que el resultado haya quedado a mitad de camino.

En Misión imposible no hay medias tintas. Y a las elaboradas secuencias de acción se les suma el morbo de saber que Tom Cruise tiene una obsesión con protagonizar la mayoría de sus escenas de riesgo. Más de uno recordará que el actor se rompió un tobillo mientras filmaba esta película, y es un lindo pasatiempo esperar para ver en pantalla ese preciso momento.

La escena más publicitada hasta la rotura de tobillo era la del salto HALO (High Altitude, Low Open), práctica utilizada por los ejércitos para infiltrarse en territorio enemigo y que consiste en saltar desde una altura de casi 8.000 metros, para abrir el paracaídas recién a menos de 600 metros del suelo. Y Tom se convirtió en el primer actor en hacer esta maniobra como parte de la filmación de una película.

Tom, Tom, Tom. ¿Qué pasa con el resto? Es cierto que el equipo ha rotado tanto como los encargados de la filmación, y alcanza con recordar el comienzo de la primera entrega, dirigida por Brian De Palma. Pero en esta oportunidad contamos con dos de los adláteres más queridos de Ethan Hunt. Ving Rhames regresa como Luther, único actor secundario que apareció en los seis episodios, mientras que Simon Pegg se pone por cuarta vez en la piel de Benji. Caretas aparte.

Rebecca Ferguson, fundamental para el éxito de la entrega anterior con su papel de Ilsa, está de regreso. Henry Cavill (Superman) es una simpática adición como el agente Walker. El malvado Solomon Lane de Sean Harris vuelve a asomar su rostro. Y Vanessa Kirby es una muy interesante adición como la Viuda Blanca, personaje de lealtad impredecible.

Con estas piezas en el tablero, McQuarrie nos introduce en una trama cuyo MacGuffin son unos núcleos de plutonio que podrían ser utilizados para fabricar bombas nucleares. Los siempre altruistas integrantes de la FMI (¿ven qué raro suena?) deberán interceptar la venta del material radiactivo a fundamentalistas y, por supuesto, que los primeros intentos saldrán mal, o no tendríamos dos horas y pico de largometraje.

Excepto algún momento del segundo acto, en el que se superponen las altas traiciones y se estira una revelación que no sorprendería a un fanático de Las pistas de Blue, en los últimos minutos la acción regresa con toda la fuerza y uno confía en que Hunt logrará salvar a la humanidad en el último instante. Pero aquí no se revelará si eso sucede o no, porque sería un spoiler.

Quizá haya entregas más redonditas de la saga de Misión imposible. Vienen a mi mente al menos dos: Misión imposible 3 (JJ Abrams, 2006), con Philip Seymour Hoffman interpretando a Owen Davian, el villano más atemorizante de toda la saga, quien logró poner en peligro la vida personal de Hunt. La otra es Misión imposible: protocolo fantasma (Brad Bird, 2011), que incluía el escape de la prisión rusa y la escalada por la fachada del impresionante rascacielos Burj Khalifa de Dubái.

Esto no quita que nos encontremos frente a un sexto episodio de una serie que no muestra señales de cansancio, en parte por la constante renovación de los involucrados y en parte porque la Cienciología ha logrado mantener a Cruise ajeno a problemas tan mundanos como el envejecimiento.

Mientras Xenu, dictador de la Confederación Galáctica, siga iluminando a Tom, habrá mensajes que se autodestruyen, automóviles que chocan y caretas de goma por un buen rato.