El 6 de setiembre se estrenó un documental que generó mucho interés. Estamos casi a un mes de su estreno y las salas se siguen llenando. Se presentará en octubre en casi todas las salas del interior del país. El documental se titula Fe en la resistencia (Nicolás Iglesias Schneider, 2018) y nos acerca a cómo vivieron las personas que participaban en alguna comunidad de fe durante el período comprendido entre 1968 y 1985, de represión estatal. Nos habla de comunidades que resistieron, que colaboraron con presos y presas políticas, que ayudaron a familiares en la denuncia de sus desaparecidos, que se proclamaron en contra de lo que estaba pasando.

No es frecuente en Uruguay que se hable de estas cosas. Existen resistencias en el ámbito político e incluso en el académico. Pasamos por épocas en los que hablar de algunos hechos era difícil. Hoy estamos en un momento en el que podemos hablar de la última dictadura cívico-militar, pero aún no hemos referido en profundidad al papel que tuvieron las instituciones eclesiásticas, y al no mencionarlas perdemos de vista el rol que tuvieron todas las personas que dentro de estas instituciones implementaron distintas estrategias de lucha con el propósito de que viviéramos en democracia.

De la misma forma, ni siquiera asumimos que el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) estuvo formado por diversas personas cuya fe era el cristianismo. ¿Por qué no hablamos de esto? Una posible respuesta sería que siempre estamos intentando manejarnos con cuidado sobre el tema de la religión porque vivimos en un Estado-nación laico, y esto a nivel regional nos enorgullece. Pero, además, es frecuente ver la reproducción de la premisa “La religión es el opio de los pueblos”, una idea que no me parece que carezca de sentido, pero que muchas veces se repite sin pensarla y constituye un prejuicio hacia las personas que creen. No sólo tiende a construir una idea de pasividad o ceguera de las personas que practican alguna religión, sino que genera que no se produzcan diálogos entre distintas formas de concebir el mundo, la sociedad, el cambio, la revolución.

A primera vista, nos puede parecer confuso que un grupo de personas cristianas se hayan integrado o fueran simpatizantes de un movimiento armado como fue el MLN-T, pero démonos la oportunidad de entender el proceso que se vivía en toda América Latina a nivel político, y también dentro y fuera de las iglesias. Luego del Concilio Vaticano II, en la iglesia católica se generó una reflexión y acción social y política en torno a las injusticias sociales y la violencia institucional que se estaba instalando en la región. En América Latina, obispos, sacerdotes y laicos se reunieron para discutir sobre la situación de la región. Claramente estos hechos no deben negar e invisibilizar otros daños que ha hecho y continúa haciendo esta iglesia, pero cuidado con hacer generalizaciones y no saber separar a los fieles de la institución eclesiástica. Preguntémonos, en el caso uruguayo, dentro de la iglesia católica: ¿fue igual la actuación de monseñor Carlos Parteli que la de monseñor Antonio Corso durante la dictadura? Evidentemente no, por lo tanto, si bien ambos ocupaban una posición jerárquica dentro de la misma iglesia, su involucramiento con la violación a los derechos humanos por parte del Estado fue distinto.

Este diverso abanico político-religioso que se desplegó en la historia reciente de nuestro país nos ayuda a comprender la diversidad de posturas que vinculan religión, política y derechos humanos hoy. Hubo corrientes y personas que desde un punto de vista progresista se comprometieron y tuvieron que sufrir el exilio, como el pastor metodista Emilio Castro (fundador del Frente Amplio) y el obispo católico de Salto Marcelo Mendiarath, acusado de proteger a miembros del MLN-T. Asimismo, se debe reconocer la tradición intelectual que acunó Uruguay en ese momento, con referentes como Hiber Conteris y Ricardo Cetrulo (ambos teólogos y escritores en Cuadernos de Marcha), el doctor Julio Barreiro y el doctor Julio Santana en la Universidad de la República, y el rol que jugaron también desde lo partidario Juan Pablo Terra y Rodney Arismendi en el diálogo cristiano-marxista, entre muchos otros.

El documental antes mencionado, y otras investigaciones que se están llevando a cabo en la actualidad sobre el papel de las personas cristianas en la lucha y en la resistencia durante ese período, nos permite reconciliarnos con un pasado que es aún presente. Reconocer la labor de pastores, sacerdotes y laicos, hacer homenajes, poner placas en lugares relacionados con estas personas o instituciones eclesiásticas –como la referida al ayuno del Servicio Paz y Justicia– es un paso hacia la reparación simbólica que necesitamos como sociedad. Perfectamente, este documental podría también haber sido titulado “Resistencia en la fe”, pues muestra a personas que no sólo tuvieron fe en la resistencia, sino que, además, resistieron desde una fe que les provocaba moverse, reflexionar, actuar y, sobre todo, intentar cambiar la situación en la que se vivía.

Dahiana Barrales es licenciada en Ciencias Antropológicas.