El domingo 7 de octubre, en apenas tres semanas, se realizarán en Brasil las elecciones para elegir presidente, gobernadores y parlamentarios, tanto del Congreso Nacional (dos tercios del Senado y la totalidad de la Cámara de Diputados) como de las asambleas legislativas de cada estado. La relevancia de estas decisiones es enorme para América Latina en cualquier circunstancia, y resulta aun mayor en esta ocasión, debido a la complejidad de la situación regional y a que nuestro gran vecino llega a los comicios en un marco político muy distorsionado.

En estos años se han sumado escándalos de corrupción que afectan a todo el sistema partidario, la destitución de la presidenta Dilma Rousseff sin que se le haya probado delito alguno, la ofensiva judicial contra el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, su inhabilitación para competir por un nuevo mandato –cuando, aun preso, lideraba todas las encuestas de intención de voto–, la escandalosa intervención política de altos militares, y un clima de violencia que supera incluso los tremendos antecedentes brasileños en la materia.

Esto último ha estado marcado, entre otros acontecimientos, por el asesinato de la activista y concejal Marielle Franco el 14 de marzo, el ataque a tiros contra una caravana en la que participaba Lula el 27 del mismo mes, la grosera prédica de odio del candidato ultraderechista Jair Bolsonaro y, la semana pasada, el ataque contra él con un cuchillo durante un acto público, que lo mantendrá fuera de la campaña por lo menos hasta poco antes de las elecciones. Todo con el telón de fondo de una dura polarización programática entre las fuerzas progresistas y una derecha decidida a revertir los grandes avances sociales impulsados durante los gobiernos de Lula y Rousseff desde 2003.

El martes de esta semana, el Partido de los Trabajadores (PT) asumió finalmente que Lula estará inhabilitado, y presentó una fórmula formada por Fernando Haddad, ex ministro y ex alcalde de San Pablo (que hasta entonces figuraba como candidato a la vicepresidencia), y la dirigente comunista Manuela D’Ávila. Es escaso el tiempo que le queda para intentar transferirles la gran popularidad del ex presidente (apostando a la consigna “Haddad es Lula”, que plantea una perspectiva complicada para el caso de que el primero triunfe, ver (ladiaria.com.uy/UTN) y lograr que lleguen a una segunda vuelta que parece inevitable, el 28 de octubre. En ella, muy probablemente, uno de los contrincantes será Bolsonaro, a quien las encuestas ubican con apenas la cuarta parte de las preferencias de la ciudadanía, pero que, sin Lula, es el mejor ubicado en la actualidad.

El PT no ha llegado a esta difícil coyuntura, que es muy peligrosa para todo el pueblo brasileño, sólo por las malas artes de la derecha. También han incidido sus propias insuficiencias en la realización de cambios estructurales (incluyendo las áreas de los medios de comunicación y del Poder Judicial), en el combate interno contra la corrupción y en la renovación de su plana mayor. De esto también convendría que aprendiera la izquierda uruguaya.