La sinceridad antes que nada. Uno se decide a comentar el nuevo disco de Paul McCartney, Egypt Station, incluso antes de escuchar media nota, porque es un acontecimiento cultural que rompe los ojos. Y la agenda manda, por más que quien escribe no fuera estrictamente un beatlemaníaco (pero tampoco un antibeatle, si es que eso es posible). Pero además del lanzamiento, en los últimos días Paul se encargó de que su figura fuera inevitable, porque estuvo dando entrevistas en los medios anglosajones más importantes, desparramando titulares (a Howard Stern le confirmó, por si quedaban dudas, que John Lennon fue quien separó a The Beatles) y prestándose con toda la buena onda para notas poco convencionales, como la de la revista Wired, en la que contestó las preguntas más buscadas sobre él en Google, o el paso de comedia en el show de Jimmy Fallon, en el que sorprendió a fans a la salida de un ascensor. Para rematarla, a principios de setiembre el legendario músico dio un show en la estación de trenes Grand Central de Nueva York, para promocionar su disco (el recital entero está disponible en Youtube, como todo lo mencionado anteriormente). En fin, sinceridad antes que nada. Uno agarra el disco –bah, lo baja, lo reproduce en Spotify, o lo que sea– con el prejuicio de que, a esta altura, se va a encontrar con Paul jugando de memoria, como cuando Al Pacino hace de Al Pacino actuando de mafioso (Stand Up Guys, 2012).

Entonces, mientras suenan los acordes melodiosos que modula el piano en la introducción de “I Don’t Know”, se cae una pieza del jenga del prejuicio; aparece la voz del señor oriundo de Liverpool y se cae otra, y cuando ya suena “Come On To Me”, uno se encuentra largando un sonrisa como esa de la que habla Paul al principio de la canción, por el pegadizo corito y la brillante melodía de vientos, y el prejuicio yace sobre el suelo. Con esos dos temas ya se cae en la cuenta de que McCartney es el puto amo, al decir de los españoles. El amo del arte de hacer inoxidables canciones de rock/ pop de tres minutos y algo. En 1962 y en 2018 también. Pero no sólo canciones sueltas sino un conjunto, que es más que la suma de sus partes, es decir, un álbum, eso que ya no abunda.

En su versión estándar, Egypt Station dura 57 minutos, que se pasan realmente muy rápido. A bordo de su tren musical, Paul nos lleva por una quincena de estaciones que abarcan distintos estados, atmósferas y géneros, y que, por momentos, nos pueden dar un déjà vu beatle, como en el corito de “Come On To Me”, pero no es más que esa aptitud de Macca para sacar de su galera melodías pegadizas que parece que siempre estuvieron ahí, como si fueran naturales, inherentes al mundo; acá, allá y en todos lados. Además, el álbum suena moderno y más fresco que New –su anterior disco de estudio, editado en 2013–, que en algunas canciones tenía un barniz un tanto vintage que no les hacía mucha justicia a las composiciones –amén de que estas nuevas canciones son mejores–. En Egypt Station Paul no toca música de antes sino de ahora, de siempre; inmortal.

Si el nuevo álbum de Macca fuera un vinilo, sería doble (de hecho, lo es, porque también fue editado en ese formato), y podría decirse que el primer disco es el más redondo musicalmente, o al menos el que más sorprende por la catarata de canciones catalogables como excelentes a la carrera. En esas primeras estaciones musicales nos topamos con “Happy With You”, una dulce canción de amor de base folk con reminiscencias de “Blackbird”; también con “Who Cares”, un rock en el que Paul por momentos despliega una voz agresiva, que está lejos de parecer de un tipo de 76 años, y lo hace para mandarse un estribillo acorde: “Who cares what the idiots say, / who cares what the idiots do, / who cares about the pain in your heart, / who cares about you, I do” (“a quién le importa lo que dicen los idiotas, / a quién le importa lo que hacen los idiotas, / a quién le importa el dolor de tu corazón, / a quién le importás vos, / a mí”).

En “Fuh You”, una de las que suenan más aggiornadas a los sonidos de moda, Paul se manda una picardía semántica. Le dice a una mujer que podría quedarse despierto la mitad de la noche para tratar de descifrar su código, y que incluso le dan ganas de salir y robar, para rematar un pegadizo estribillo cantando: “I just want it fuh you, / I just want it fuh you”. “Fuh” suena bastante parecido a “fuck”, y Paul lo canta como dejando puntos suspensivos para que uno complete la palabra. Lejos de cualquier picardía, en la relajada “People Want Peace” el músico manda un mensaje claro y directo en lo que por su contenido es –palabras más, palabras menos– un refrito de la mítica “Give Peace a Chance”, de Lennon. Paul lo tiene más claro que nadie, y no en vano canta: “And I know that you’ve heard it before, / but what does it matter, we’re in it together” (“y sé que eso lo escuchaste antes / pero qué importa, estamos juntos en esto”). El primer vinilo (o la primera mitad del CD) termina con la balada pianera “Hand In Hand”, que al escucharla dan ganas de ir corriendo a darle la mano.

Como McCartney hace tiempo que está más allá del bien y del mal, también tiene crédito para hacer cosas un tanto bizarras como “Back in Brazil”, un cliché de melodías abrasileradas sobre un ritmo seudosamba y medio electrónico, que hace tres días tuvo su correspondiente videoclip en Youtube. El material fue grabado, claro está, en Brasil, y en él tampoco faltan los clichés, como la protagonista del video bailando en medio de la calle junto a un grupo de percusión (se hace difícil no recordar el video de “They Don’t Care About Us”, de Michael Jackson con Olodum). El álbum cierra con “Hunt You Down / Naked / C-Link”, un enganchado de más de seis minutos que va desde el rock más frenético a la power ballad de solo lastimero, como para que no quede ni una duda de lo que McCartney todavía es capaz de hacer.

A todo esto, en Estados Unidos Egypt Station acaba de trepar al número uno del famoso chart de Billboard, posición a la que Paul no llegaba desde 1982 –con el disco Tug of War–. Por supuesto, los números no dicen nada del contenido, pero a veces –quizá muy pocas– la calidad y la popularidad se dan la mano, como pasó a principios de los 60 con aquella banda en la que este muchacho McCartney tocaba el bajo, cantaba y hacía alguna que otra cosita más.

Egypt Station. Paul McCartney. Capitol, 2018.