En un gran encuentro plástico y compositivo, el viernes a las 18.00 se inauguran tres exposiciones simultáneas –de obras inéditas– que reúnen a tres artistas y tres museos: en el museo Gurvich se exhibirán por primera vez los dibujos originales que Joaquín Torres García reunió en su libro La ciudad sin nombre (1941; al que definió como una ficción en la que “los personajes que intervienen, simples muñecos sin realidad humana, sólo sirven para materializar el drama que se juega en el mundo actual, entre los valores ideales del espíritu, universales y eternos, y los intereses materiales, individuales o colectivos, en lo histórico”), así como otros testimonios “exclusivos” que revelan la importancia de la ciudad en su producción; en paralelo, el Museo Figari exhibirá los dibujos que José Gurvich compuso en Nueva York, Montevideo y en distintos viajes por ciudades europeas que conforman, con sus dinámicas modernas específicas, esta muestra llamada Ritmos de cuidad; y al Museo Torres García llega la exposición Hábitat y utopía, compuesta por una cincuentena de dibujos y bocetos que Pedro Figari y su hijo Juan Carlos idearon pensando en objetos y mobiliario de uso cotidiano en la vivienda americana.

“El que vea Hábitat y utopía se encontrará con un Figari inusual, que piensa una forma de habitar la vivienda urbana y rural, sugiriendo un diseño integral a través de una propuesta muy novedosa”, adelanta a la diaria Pablo Thiago Rocca, director del Museo Figari y curador de esta muestra (la de Torres García estará a cargo de Alejandro Díaz Lageard, y la de Gurvich, de Riccardo Boglione). Sostiene que, en apenas dos años, cuando Figari asumió la dirección de la Escuela Nacional de Artes y Oficios (entre 1915 y 1917), creó nuevos talleres y amplió los planes de formación, a la vez que introdujo innovaciones en los modos de producción, buscando una “lógica regionalista e integradora de la enseñanza industrial” que lo induciría al uso de la tecnología y la materia prima local. “Entre sus modificaciones más profundas, que vinculan al arte, la educación y la industria, se encuentra la dignificación del obrero-artesano y la revalorización de su conocimiento”.

En el caso específico de Hábitat y utopía, la muestra incluye dibujos y bocetos que hicieron Figari y su hijo, cuando Juan Carlos recién se había recibido de arquitecto. El curador cuenta que, en algunos casos, es difícil establecer la autoría porque no están firmados, y porque se trata de bocetos con distintos diseños de muebles, luminarias, textiles y cerámicas precolombinas. “Ellos se involucraron mucho en el proyecto de la reforma, al punto de que no sólo la dirigieron –sobre todo Pedro–, sino que también bocetaron los objetos que luego realizarían los alumnos, lo que habla de un compromiso importantísimo. Con Figari se da una reforma muy importante, porque primero decide eliminar muchos castigos institucionales, ya que se trataba de un internado disciplinante para aquellos jóvenes que tenían problemas de conducta; y elimina todo sistema de reproducción de copias, porque en esa época se copiaban los modelos que venían desde Europa”. Agrega que, además, contrapuso un diseño americano basado en la flora y la fauna autóctona y en los diseños precolombinos, convirtiéndose en el primer uruguayo –y uno de los primeros en Lationamérica– en “rever la cuestión de lo precolombino como un insumo positivo, en un momento en que generaba muchísima resistencia. Después, su reforma pasó por distintos informes, donde condenaron este regreso a lo precolombino”. El clásico binomio de civilización-barbarie, tan presente en esa época, también se trasladó a esta disyuntiva: “Ellos no querían sentirse identificados con lo bárbaro”. En ese sentido, advierte, Figari fue un adelantado, tanto en esta incursión precolombina como en la temática afro.

Este conjunto de dibujos y bocetos evidencia la consolidación de un nuevo paradigma en la concepción del entorno. Y, al mismo tiempo, expone el grado de compromiso de Figari, que “lo lleva a dibujar y dibujar y dibujar, ya sea detrás de una invitación o una tarjeta de casamiento. Pensando en las fechas, está claro que para él esta es una gran prueba: pasa de ser un abogado que pintaba ocasionalmente los domingos a dedicarse de lleno al dibujo (a la pintura se va a dedicar más adelante)”, asegura, convencido de que estos años se convirtieron en una experiencia intensiva respecto de lo que es ser artista. “Creo que interiormente él toma la decisión de abandonar toda actividad pública, y dedicarse de lleno al arte, mientras va haciendo estos dibujos. Es como el camino a Damasco; es el momento en el que se produce el quiebre, su conversión. Muy apoyado por su hijo, al que siempre se lo relegó como alguien secundario y que copiaba lo que hacía el padre. Y la verdad es que encuentran el sentido pictórico juntos, y juntos se embarcan en esta experiencia. De hecho, cuando su hijo fallece en 1927, él comienza a dejar de producir”, indica.

En cuanto a las muestras de Gurvich y Torres García, ambas abordan la ciudad moderna desde un lenguaje artístico propio, que sustenta su “arte de ver”. En el caso de Gurvich, además, estos trazos se transforman en testimonio de viaje y apropiación de lugares en los que vivió, desde su singular mirada sobre el mundo.