Los Hermanos Láser es un grupo que nació hace siete años, a partir de la disolución de Vieja Historia, manteniendo parte de su núcleo duro: los hermanos Martín (guitarra y voz) y Sebastián Cáceres (guitarra y armónica) –la otra parte, Fede Graña, se lanzó como solista y luego armó Los Prolijos–. Completan el grupo Gastón Solari (bajo), Flavio Galmarini (batería) Ignacio Vecino (guitarra) y Francisco Cunha (arte gráfico).

Repasemos: Vieja Historia surgió en 2000 y parió un disco, Álbum (2006) y dos EP: Doméstico y Electrodoméstico (ambos de 2009). El grupo tenía la particularidad de que se alejaba del imperante sonido del rock uruguayo para abrazar un pop-rock de pulso country-folk que a veces acariciaba lo western –no en vano el tema que abre Doméstico es “Bonanza”–. El grupo manejaba tan bien su estilo que supo trasladarlo a la magnífica versión –quizá mejor que la original– que grabó de “Condenado el corazón” para el disco homenaje a Buitres, Justicia después de la una (2010), con el punteo lastimero, el estribillo cabalgado y el coro “ah ah”. Luego de la disolución de Vieja Historia, en 2013 apareció el disco debut y homónimo de Los Hermanos Láser, un compendio de sólidas canciones de pop-rock –sin dejar de lado el country, como, por ejemplo, en “Turbio”– que les valió dos premios Graffiti: a mejor álbum de rock y pop alternativo y a mejor artista nuevo.

Así es que llegamos a El problema de la forma, el segundo y nuevo disco de Los Hermanos Láser, editado un lustro después del debut –tiempo en el que se dedicaron a tocar y a tocar–, y que vio la luz en plataformas digitales (Spotify y bandcamp) hace una semana. “Años, meses, tal vez siglos, / lleva tiempo ser el mismo”, canta Martín Cáceres, en la canción que abre el disco, “Australia”, y parece que se refiriera a la música de su banda, porque si bien pasaron cinco años desde aquel primer disco, y quizás nos podríamos haber olvidado de cómo sonaban, en los primeros 30 segundos nuestra oreja ya se acomoda y se da cuenta que estamos ante Los Hermanos Láser. Introducción con coro alejado, fantasmagórico, con la serpenteante armónica que no podía faltar, para que Martín se mande un estribillo sobre un viaje del marote: “Mi cabeza sobre el muro avanza, / quiere ver qué hay del otro lado”. La melodía de “Mi cabeza” sube, como si representara una especie de revelación ante ese viaje. El pulso del tema es casi cansino –la batería marca una cabalgata firme pero más lenta comparada con la hipervelocidad de “Turbio”– porque el viaje a esa Australia mental demora, y en el camino se van sumando arreglos de guitarra que generan una atmósfera cargada de destellantes viajes mentales.

El misterioso nombre del disco nace del segundo tema, “Tormentas” (“hoy, solo un día / atrapado en el problema de la forma. / Tengo un regalo para vos, / pero lo guardé tan bien que lo perdí”), un pop-rock más estándar rítmicamente, al que también se le van sumando detalles de guitarra eléctrica que lo van recargando, redondeando el tema con un solo corto pero efectivo –una buena mezcla entre melodioso y punzante–. En “Tormentas” también se habla del tiempo y ya parece una obsesión: “Acá como siempre, las horas no pasan, / el tiempo se arrastra lento por la pared / como la humedad”.

Si bien para este disco los Láser cambiaron de productor (el del primero fue Rodrigo Gómez y el de este es Gabriel Casacuberta), la estética sonora no cambió radicalmente, aunque se nota un trabajo más fino en general, para que cada detalle suene en equis lugar y de tal manera porque debía ser así y no porque había que sumar algo para rellenar, a veces teniendo en cuenta distintas atmósferas. Por ejemplo, en la tercera canción, “Misteriosamente”, una balada de arpegios eléctricos en la que el objeto de deseo es descrito como “cable a tierra”, aparecen, en la mayor parte, coros por allá atrás, junto con punteos aun más lejanos, y, de repente, nos topamos con un break de bajo solitario adornado con sonidos de naturaleza (pájaros, agua que fluye, etcétera) que nos da la idea de aire libre, de cable a tierra, y que contrarresta la alta densidad instrumental anterior.

Si se trata de baladas, se destaca la luminosa “Interior”, en la que se la ensalza a “ella” (“sos lo mejor, / preferís reír a morir”) y también al interior del país –¿o el de la cabeza?– porque “no cierran puertas, / confían en algo más allá, después de la siesta”. Además, la canción ostenta uno de los mejores minisolos de todo el disco.

Pero si se tratara de destacar ya no solos sino temas enteros, quizá lo mejor de El problema de la forma sea “Selva”, con letra introspectiva (“en la selva del olvido, donde duermen mis amigos. / En el universo de mi atención, / mi palabra es todo lo que tengo para dar”) y una música que parece el viaje definitivo para adentro de la cabeza, con una frase de guitarra que se repite como un mantra y queda retumbando aún cuando se va.

Aunque no sea tan explícito como en Vieja Historia, Los Hermanos Láser siguen con el country-folk en su ADN, y se nota en el pulso rítmico de “Volcán” y algunos de sus licks de guitarra. En esa canción vuelve a aparecer el tema de lo que marca el reloj: “Ese tiempo donde vos estás, / es el tiempo donde vos pensás qué hacer. / ¿Cuánto vas a hacer?”. Se sabe, dos veces puede ser casualidad, pero tocar el tema del tiempo en tres canciones ya es definitivamente una obsesión. A veces, hablar tanto del tiempo es una forma paradójica de matar el tiempo. Quién sabe. En fin, hablando de eso: el disco dura 38 minutos, desplegados a lo largo de 10 canciones en las que Los Hermanos Láser demuestran estar a la altura de su disco debut.

El tiempo de espera valió la pena.

El problema de la forma. Los Hermanos Láser. Independiente, 2018.