Museo y nación son ideas inseparables. El museo es la institución que encontró la burguesía para dar albergue a los símbolos de la identidad nacional. Mal que nos pese a unos cuantos, Uruguay es mucho Benedetti y Galeano y muy poco Onetti y Felisberto, es toneladas de Gucci y moléculas de Carmen Barradas, es muy Blanes y apenas Petrona Viera, y si uno quisiera podría seguir con el recuento de lo que nos representa, lo queramos o no. Gurvich forma parte de eso que nos hace ser lo que somos.

Las revoluciones burguesas de fines del siglo XVIII europeo nacionalizaron colecciones de arte de manera masiva, con y sin la anuencia de sus dueños. En muchos casos las ventas a monarcas extranjeros de colecciones privadas estimularon a muchos coleccionistas patriotas a legar sus pinacotecas y bibliotecas al gobierno, con lo cual comenzó una presión para que el Estado se hiciera cargo de ese patrimonio. Las historias del Louvre, del British Museum, de la National Gallery, de la Galleria degli Uffizi, de la Alte Pinakothek son historias de la construcción de identidades nacionales a partir del ascenso de la burguesía al poder, es decir, de la construcción de los estados nación.

Aquellos países europeos, colonialistas, consideraban suyo todo lo que habían (y continuaban) robando en todo el planeta, desde mastabas egipcias y frontones griegos hasta arte obsceno de Pompeya y máscaras africanas. El razonamiento era: “Si lo tenemos es nuestro”. La discusión acerca de cuánto vale desde el punto de vista cultural la dejamos para los académicos, que para eso les financiamos sus carreras. De hecho, la posesión de tesoros extranjeros permitió a la metrópoli fabricar una historia universal falsa, al servicio de sus fines políticos. El caso de la fabulosa falsificación de la historia cretense por parte de Arthur Evans es representativo de la firme intención de Europa de domesticar la historia universal en beneficio propio.

El deber del Estado

En Uruguay, el Estado está obligado a comprar obras de artistas uruguayos, a preservarlas y a darles acogida para su difusión y mejor conocimiento. Ese mandato se articula de varias maneras, a través de diversos organismos y dependencias del Ministerio de Educación y Cultura, de los cuales el Museo Nacional de Artes Visuales y la Comisión Nacional del Patrimonio son los que determinan los pasos a seguir en lo que atañe a las artes visuales.

la diaria publicó a principios de diciembre de 2018 la noticia, dada por la ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, de que se había decidido la compra del edificio del museo Gurvich y la colección que alberga. A partir de esa información, otros medios comenzaron –con un atraso de un par de semanas– una campaña que se parece más a una riña de gallos electoral que a una discusión sobre qué hacer con el arte uruguayo.

Los argumentos para criticar la compra del museo fueron en su mayoría pueriles y mentirosos, casi siempre malintencionados o sesgados por la preferencia partidaria.

Que una hija del ministro de Economía y Finanzas tuviera un trabajo a tiempo parcial en el Museo Gurvich fue considerado clave para motivar toda esta operación. Que no se hizo una consulta pública acerca de la pertinencia de comprar la colección del museo Gurvich fue un reclamo persistente. Se llegó a afirmar que la compra se había decidido sin ningún asesoramiento de especialistas, y que el edificio que se comprará pertenece a una empresa de transporte, uno de cuyos directivos es amigo del presidente de la República.

Los argumentos empleados para cuestionar la compra son en unos casos absurdos y en otros mentirosos, tanto que no merecen que se les dedique un segundo de tiempo para rebatirlos. El más ridículo de todos figura, en una columna periodística, en forma de pregunta: “¿Es necesario que compremos el museo Gurvich?”. Una pregunta de semejante delicuescencia, de tamaña burbujidad, define perfectamente la nada argumental de la crítica.

Las preguntas bobas como esa, tanto como el arte, son completamente innecesarias; sin embargo, hay una diferencia entre las preguntas y el arte: en tanto el arte, innecesario y todo, da sentido a la existencia, las preguntas son, con frecuencia, apenas formas excéntricas de expeler el aire de los pulmones.

Compren todo: es una orden ciudadana

A mí, que no soy especialista en nada, me importa muy poco Gurvich. Pero incluso yo, ciudadano que estima muy poco a Gurvich, creo que hay que comprar todo lo que se pueda de Gurvich. Y hacer un museo Gurvich, sí, del Estado. Eso es construir nación. Porque somos muy poco, somos uno, dos, treinta y tres gauchos. Lo único que nos hará un poco más, que dará un poco más de densidad a lo que somos, es esto: arte, cultura, saberes.

Es admisible que se crea que la idea de nación es absurda, que no tiene sentido y que hay que combatirla. Pero una nación es lo que somos, y convendría no deshilacharla sin tener consciencia de lo que estamos haciendo. La producción artística es lo que nos señala, nos define y nos libera, y si no la cuidamos seremos traidores a la patria.

Mi pregunta a quienes critican esta decisión es: ¿qué habría hecho usted en el lugar de la ministra de Educación y Cultura? ¿Habría hecho un llamado público a la discusión de base en playas y potreros acerca de la conveniencia de comprar el museo y la obra, y después, a qué precio? Los funcionarios como la ministra están exactamente para lo que acaba de hacer: tomar decisiones, ejecutar, hacer su trabajo. El Ejecutivo no puede hacer una consulta popular para cada decisión técnica y política que toma; lo contratamos para que tome decisiones y no ande con vueltas.

En las discusiones acerca de este asunto surgió, como pasa cuando la damajuana ya ha dado varias vueltas, la cuestión de si hay una política cultural y todo el mambo gangoso de siempre. La respuesta es clara: no, no hay una política cultural; hay una especie de servicio de emergencia cultural que va dando indicaciones de tránsito con linternas fluorescentes, en medio de una noche lluviosa y con apagón. Nunca hubo política cultural porque casi siempre hubo una sarta de petimetres en el gobierno, y los buenos nunca fueron mayoría, ni lo serán. Por otra parte, no quieras imaginar a Onetti en el gobierno, o a Darnauchans, o a Barradas.

Si el gobierno no hubiera cumplido con su obligación de comprar la obra de Gurvich, en poco tiempo se habría vendido a colecciones privadas. Habría dejado de contribuir a que dejáramos de ser este grumo en la pánica llanura. Comprar dos, tres, muchos museos, eso es lo que hay que hacer.

Carlos Rehermann es arquitecto, escritor y comunicador.