Con muy poco ruido y ninguna difusión, se estrenó este nuevo policial en Netflix, y, aunque lo cierto es que cuanto menos uno sepa de qué trata, más se disfruta, también corre peligro de no enterarse de su interesante existencia.

Empezamos con una brevísima escena de apertura ambientada en 2024, donde vemos que todo –básicamente– se ha ido al demonio: destrucción en las calles, edificios, ni un alma a la vista y arde por los cielos una variante medio rara de la bandera de Estados Unidos. Y entonces, sorpresivamente saltamos a 1988, donde tenemos al joven patrullero Thomas Locke Lockhart (el rendidor Boyd Holbrook) iniciando su jornada, luego de despedirse de su esposa embarazada. Le toca en suerte el turno nocturno y no cabe duda de que será una jornada animada: una serie de muertes –horribles, con cerebros que se derriten y salen por la nariz, los ojos, los oídos y la boca– aparentemente sin conexión conmueve a Los Ángeles.

Pero Locke, para disgusto de su compañero Maddox (gran aporte secundario de Bokeem Woodbine), que se conforma con hacer su turno y ya, es ambicioso y ansía ser detective, lo que lo lleva a investigar por su cuenta. Eso lo hace meterse en el camino del detective a cargo, Holt (Michael C Hall), que además es su cuñado, para terminar descubriendo la conexión. Hay un método: unas extrañas marcas en la nuca de las víctimas y una sospechosa encapuchada (Cleopatra Coleman).

Pero lo que arranca como una noche cargada de tensión, persecución y acción, no llega a nada. No importa, misteriosamente los crímenes se repetirán nueve años después. Podría parecer que se ha contado demasiado, pero no es así –no más de lo que adelanta la sinopsis de la película en la descripción del servicio de streaming y que compone unos 15 minutos de metraje– porque si algo tiene Ocultos por la Luna (tal es su nombre en español) es que plantea una ambiciosa combinación entre géneros, que supera ampliamente las primeras expectativas y deriva en un tipo de cine entre ciencia ficción, policial y fantástico que ha tenido mojones muy disfrutables a lo largo de los años. Ejemplos meritorios de este cruce de géneros son Frecuency (Gregory Hoblit, 2000), Deja Vu (Tony Scott, 2006) y Time Lapse (Bradley King, 2014), en los que la película de hoy se refleja.

El argumento se desarrolla con contundencia y efectividad –sobre todo en los primeros saltos de nueve en nueve años– y el misterio que asoma puede ser algo evidente para cualquier cinéfilo de mediano conocimiento, pero esto no es demérito para su disfrute. La obsesión de Locke con el caso aporta material para que Holbrook cree un empático protagónico –algo sepultado, como sus compañeros de elenco, por los apliques, maquillaje y elementos que tienen que rejuvenecerlo o envejecerlo según el momento de la película, lo que no termina de salir del todo bien– y para que su involucramiento en la resolución del asunto sea por completo compartible. Y, aunque no guarde grandes sorpresas en su resolución, hay que admitir que el guion de Gregory Weidman y Geoffrey Tock lleva las cosas a buen puerto.

Renovar los géneros

La película tiene, además, el interés de ser la nueva producción de Jim Mickle. Este director forma parte de una camada de nuevos y muy interesantes cineastas –Karyn Kusama, Ben Wheatley, Jeremy Saulnier– que vienen trabajando películas de género –sea policial, horror o ciencia ficción– desde una perspectiva novedosa pero tradicional, en oposición a otros (más exitosos) como Ari Aster o Jordan Peele, que lo hacen desde una perspectiva “artística”, por decirle de alguna manera.

Mickle se dio a conocer en 2006 con la tan modesta como claustrofóbica producción de zombies/contagiados Mulberry Street (y el inicio de su extensa colaboración con su coguionista/protagonista Nick Damici) para luego saltar al éxito –dentro de los márgenes del cine de género, por supuesto– con su adrenalínica película de vampiros Stake Land. Le tocaría luego reinventar el clásico moderno de caníbales mexicanos con Somos lo que hay –en su versión estadounidense We Are What We Are– para luego dedicarse de lleno a adaptar la obra del novelista texano Joe R Lansdale. Primero sería la novela Cold in July convertida en largometraje y luego, hasta el año pasado, cuando terminaría su andada, las novelas de la serie Hap and Leonard, convertidas en una muy recomendable serie para Sundance TV.

Aunque Ocultos por la Luna dista de ser su mejor trabajo –puede adivinarse su condición de encargo–, la buena mano de Mickle no está ausente. Así sea como puerta de entrada a la labor de este recomendable director, vale la pena utilizarla.