En un continente con 53 países conviven 42 monedas y dos uniones monetarias todavía controladas por Francia. Hartos del control extranjero, los países de África Occidental y de África Central se han unido ahora para crear su propia moneda, el eco. Este es un anhelo que comparten otras organizaciones económicas regionales del continente y es uno de los últimos objetivos de la Unión Africana (UA). Sin embargo, las grandes diferencias entre países de norte a sur hacen difícil la implementación de la moneda africana.

Mientras la Unión Europea (UE) se rompe la cabeza debatiendo cómo puede Reino Unido salir ordenadamente de la alianza y aparecen voces discordantes con la unión política y económica en países como Polonia y Hungría, África anhela un futuro en el que pueda tener una moneda como el euro.

La firma del tratado de libre comercio más grande del mundo –el Tratado de Libre Comercio de África Continental; AfCFTA, por su sigla en inglés– en la primavera de 2018 ha renovado las esperanzas de crear una unión monetaria que vincule al continente de norte a sur y de este a oeste, un objetivo que está contemplado desde la creación de la Comunidad Económica Africana, en 1991, y que la UA recoge en su Agenda 2063: “La Unión Aduanera Africana, el Mercado Común Africano y la Unión Monetaria Africana estarán operativos para el año 2023”. De momento, en 2019 se puso en marcha el AfCFTA, que incluye a 1.200 millones de personas en un mercado único en el que se eliminarán 90% de los aranceles, primera piedra de toque para establecer los otros tres objetivos de la UA.

Sin embargo, la llegada de una unión aduanera con total libertad de movimiento de bienes y personas a un mercado común en el que no existan aranceles ni para los denominados productos estratégicos y a una unión monetaria de toda África parece que todavía tarda. El AfCFTA se acordó en 2012 y ha tardado más de siete años en ser implementado. Ante la tardanza, las organizaciones económicas regionales presentes en el continente se mueven para organizarse en torno a mercados comunes más pequeños. El último paso ha sido el tomado por la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), que ha anunciado la implementación de una nueva moneda común para 2020.

Eco, una moneda común para la emancipación de África Occidental

La CEDEAO anunció en la capital de Nigeria, Abuya, el 9 de julio de 2019, el nombre de la nueva moneda para sus 15 países miembros: eco. La esperada nueva divisa es uno de los grandes objetivos de esta organización desde su formación, en 1975, y su implementación se ha ido retrasando desde la fecha inicial prevista del año 2000. Ahora los dirigentes pretenden implementarla en el año 2020, pero todavía no hay una fecha exacta y el Banco de Desarrollo Africano apuesta a que su puesta en marcha se retrasará incluso más. La dificultad para ponerla en circulación son “las cuatro premisas que deben cumplir los países”. Cada nuevo miembro debe tener una inflación anual por debajo de 10%, tener un déficit presupuestario inferior a 3%, un financiamiento por parte de su banco central que no supere el 10% del presupuesto del año anterior y contar con reservas externas equivalentes a tres meses de importaciones. Sólo un puñado de los estados miembros cumplen estos requisitos.

Hasta siete de los 15 países involucrados deberían renunciar a su moneda nacional: Cabo Verde, Gambia, Gana, Guinea, Liberia, Nigeria y Sierra Leona entrarían a formar parte por primera vez de una unión monetaria. Los otros ocho –Benín, Burkina Faso, Guinea-Bissau, Costa de Marfil, Mali, Níger, Senegal y Togo– comparten desde 1945 el franco CFA de África Occidental, que inicialmente era la moneda de las “colonias francesas de África”, pero tras la independencia pasó a denominarse “comunidad financiera africana”. Aun hoy imperan las mismas reglas, lo cual ha hecho que muchos la critiquen, calificándola de moneda opresora y de parte de la política poscolonial de la Francáfrica.

Francia sigue controlando la tasa de cambio de la moneda y obliga a los países miembros a tener la mitad de sus reservas externas en el Tesoro francés. Desde la introducción del euro, el Banco Central Europeo es el que, en la práctica, maneja la política monetaria de 14 países africanos, los ocho mencionados más otros seis restantes: Camerún, República Centroafricana, República del Congo, Chad, Gabón y Guinea Ecuatorial, que comparten el franco CFA de África Central, de igual valor que el occidental. Algunos economistas critican esta moneda común por considerar que impide la competitividad, al ser una moneda muy fuerte para una zona en la que los intercambios económicos son débiles, lo que potencia la escapada de capital a Francia y Suiza. Por el contrario, quienes la apoyan aducen que ha traído estabilidad, inversión extranjera y crecimiento económico.

El eco es la iniciativa definitiva de los países de África Occidental para emanciparse del control económico poscolonial y establecer una unión monetaria fuerte. Sus defensores esgrimen que potenciará el comercio, al abrir las fronteras a los pequeños y medianos comerciantes a un mercado de 385 millones de personas. Además, aseguran que reducirá los gastos de transacción y facilitará los pagos al eliminar los cambios de divisas. Esta nueva moneda también traerá estabilidad y una voz fuerte ante la comunidad internacional, a la vez que protegerá a las economías, especialmente a las más débiles, frente a las crisis financieras internacionales. Sin embargo, muchos temen que el poder económico de Nigeria haga que el país tenga demasiado control sobre la política monetaria y acabe decidiendo por otros países.

Con todo, la CEDEAO no es la única organización económica regional que ha dado pasos para la formación de una unión económica de sus países miembros. Otras asociaciones, como la Comunidad de Desarrollo de África Austral (CDAA), la Comunidad Africana Oriental (CAO) e incluso la Unión del Magreb Árabe (UMA), también tienen entre sus objetivos fundacionales la integración, pero diversos problemas políticos y económicos han ralentizado –e incluso en algunos casos desterrado–estos proyectos.

La UMA, sueños de hermandad rotos

Al norte del Sahara el objetivo de crear una “unión viable” con la creación de la UMA ha sido dinamitado hace ya 30 años. Nacida como una versión regional africana de la Liga Árabe, la organización formada por Argelia, Libia, Mauritania, Marruecos y Túnez no se reúne desde 1994 y su actividad es nula.

Dentro de sus objetivos principales estaba conseguir el libre movimiento de personas, bienes y capitales entre los estados miembros. Con una población total de 100 millones de personas, el potencial de esto sería el de crear un mercado común con un PIB combinado de 360.000 millones de dólares, según el Fondo Monetario Internacional. Esta institución indicó, además, que la unión podría doblar el comercio regional, que tan sólo llega a 15% de su capacidad. Sin embargo, los bloqueos políticos entre países no sólo no han permitido la expansión del comercio, sino que la han contraído. La exportación de Argelia a Marruecos se redujo a la mitad entre 2013 y 2016, y los productos marroquíes que llegan a su vecino africano únicamente representan el 1% del total de sus exportaciones. A ello se une la falta de diversificación de las economías de los países, lo que dificultaría el comercio interno. Ricos en petróleo y minerales, la unión económica en cambio sí fortalecería sus perspectivas y su estabilidad ante los cambios en el precio de los recursos naturales en el mercado internacional.

Principalmente dos situaciones políticas han incidido en el fracaso de la UMA. La primera es el conflicto por el Sahara Occidental, que tiene enfrentados a Marruecos y Argelia desde la independencia de la antigua colonia española. Argelia, con el apoyo de Libia, defendió la insurgencia del Frente Polisario y la creación de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) frente a la postura de Marruecos y Mauritania, quienes defendieron repartirse el territorio. Argelia llegó a conseguir incluir a la RASD en la Organización para la Unidad Africana –actual UA– en 1982, con la consecuente salida de Marruecos a manera de protesta, y desde 1994 las fronteras entre ambos países están cerradas.

Se han lanzado varias iniciativas de integración regional en África, pero sin duda la región menos integrada del continente es el Magreb.

El segundo motivo es la inestabilidad política y el continuo conflicto que los países sufren desde las revueltas árabes de 2011. Túnez es el único país que mantiene un sistema democrático, mientras que el resto de países han vuelto a sistemas autocráticos o están inmersos en graves conflictos, como el caso de Libia. No queda ninguno de los líderes firmantes del Tratado de Marrakech en 1989, que, sumado a las diferentes naturalezas de los sistemas políticos de cada país –Argelia y Túnez son repúblicas, Marruecos es una monarquía, Mauritania es una república islámica y Libia, un Estado partido en dos sin un gobierno claro–, hace prácticamente imposible vislumbrar una unión monetaria exitosa en el norte de África.

Economías muy dispares en la Comunidad de Desarrollo del África Austral (CDAA)

Así como en el norte de África los movimientos políticos han impedido el éxito de una unión económica, en el sur ha sido la divergencia entre las economías lo que ha impedido crear una moneda única. Nacida de la unión de los movimientos de liberación del sur de África contra los gobiernos de minoría blanca en los años 80, la CDAA se estableció en 1992 con el objetivo de conseguir una unión comercial, aduanera, económica y monetaria. La primera llegaría en el año 2008, la segunda en 2010, la tercera en 2016 y la cuarta –“el paso final”, según la propia organización– en 2018. Un año después de la fecha en la que se debería haber completado el ciclo, tan sólo existe la zona de libre comercio y ni siquiera la integran todos los estados miembros; quedan afuera Angola, República Democrática del Congo (RDC) y Seychelles.

La organización cuenta con cuatro de las 15 economías más grandes de África –Sudáfrica, Angola, Tanzania y RDC–, pero también con cuatro de las 15 economías más pequeñas del continente en términos de PIB –Comoros, Seychelles, Lesotho y Esuatini–. Esto se suma al colapso de la economía de Zimbabue, que, tras la vuelta de la moneda local, ha entrado en una espiral de descenso.

Los economistas coinciden en que para que la unión monetaria pueda funcionar primero debe haber convergencia macroeconómica, estabilidad en los tipos de cambio y una voluntad de promover políticas en favor de la apertura del mercado. Pero actualmente existe una clara falta de sincronización de los ciclos económicos entre países, lo que indica que todavía deben producirse importantes cambios en las políticas macroeconómicas para integrar las economías de la CDAA. Algunos investigadores han sugerido que una completa unión monetaria sería perjudicial para todos los países. En cambio, una unión en la que la política monetaria dictara el tipo de cambio del Banco de la Reserva de Sudáfrica sí traería beneficios a todos los países. Sin embargo, esto en la práctica convertiría a la CDAA en una zona controlada por el rand sudafricano. El miedo del resto de los estados miembros a acabar sometidos al control de Sudáfrica, más las grandes diferencias económicas existentes, ralentizan el proyecto de lanzar una moneda única en el sur del continente. Estas causas son similares a las que sufre la CAO en el este de África.

Diferencias políticas y económicas en la CAO

Al igual que la organización del sur, la CAO también se enfrenta a grandes disparidades económicas, que ralentizan la implementación de una moneda común. Renacida en 2001 tras el proyecto fallido que acabó en 1977, África Oriental es la región que más crece del continente. A pesar de ello, todavía hay grandes diferencias entre sus seis estados miembros, como las que existen entre Kenia o Tanzania y otros como Burundi, Uganda o Sudán del Sur, lo que dificulta el objetivo de implementar una divisa común para el año 2023. El gobernador del Banco Nacional de Ruanda –el sexto país que forma parte de la organización– ha admitido que todavía queda mucho trabajo por delante y que llevan tres años de retraso.

A las diferencias económicas se suman las tensiones políticas entre estados miembros. Kenia se ha enfrentado con Tanzania y Uganda con Ruanda, que a su vez también ha tenido problemas con Burundi. Los primeros dos países se enzarzaron en un conflicto comercial que escaló tras las declaraciones de un diputado asegurando que se debería expulsar a los ciudadanos tanzanos por “competencia desleal”; con todo, la tensión parece que amaina tras el encuentro entre los presidentes de ambos países en verano de 2019. Los mandatarios de Uganda y Ruanda, Yoweri Museveni y Paul Kagame, también llegaron a un acuerdo a finales del período estival tras meses de creciente tensión entre ambos países, que se culpaban mutuamente de espionaje.

El presidente ruandés sigue en conflicto con su homólogo de Burundi, Pierre Nkurunziza. Ambos países son vecinos y tienen idiomas, creencias y tradiciones similares. También cuentan con población de las etnias hutu y tutsi, enfrentadas en el pasado en ambos países. Kagame, de etnia tutsi, acusa a Nkurunziza, de etnia hutu, de apoyar a los rebeldes ruandeses, y este hace lo propio tildando a Ruanda de país enemigo y admitiendo que ambos países están en un “conflicto abierto”. Tensiones políticas como esta dificultan las negociaciones y el desarrollo de medidas dirigidas a acercar las políticas económicas de cada país en busca de una moneda común en la CAO.

Hacia una única unión monetaria africana

A pesar de las dificultades con las que se están encontrando las organizaciones económicas regionales para crear una moneda única, los planes para crear una para toda África siguen adelante. Aunque las diferencias económicas, políticas y culturales son incluso mayores entre países alejados por miles de kilómetros que entre vecinos de una subregión, una moneda común africana no estaría tan amenazada por los conflictos diplomáticos entre dos vecinos si incluyera a todo el continente. Esto ayudaría a unir a los estados por encima de sus nacionalidades en torno a un proyecto común africano, forzando a aquellos países no firmantes a unirse a la nueva divisa común, como ocurrió con Nigeria, que se sumó a última hora al acuerdo comercial AfCFTA.

La implementación de una moneda común también ayudaría a incrementar el comercio con terceros países y entre los mismos estados africanos, daría estabilidad a aquellos países más inestables y traería más inversiones al continente. Pero, por encima de todo, mandaría un mensaje de unidad y fortaleza hacia la comunidad internacional. En este sentido, el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, ha apelado a la necesidad de “deshacerse de la mentalidad colonial” con la creación de una moneda única.

Ramaphosa ha llegado a sugerir una nueva idea: introducir una moneda digital, ya que sería fácil de crear y serviría de prueba para allanar el camino de cara a la puesta en marcha de una moneda corriente. En un continente en el que el dinero móvil está en continuo crecimiento, la nueva moneda digital de Facebook, la libra, pretende irrumpir en el mercado africano para beneficiarse, principalmente, del envío de remesas al continente desde el extranjero –que sumaron 46.000 millones de dólares en 2018–.

Sin embargo, las grandes diferencias económicas podrían tener graves consecuencias para algunas economías a corto plazo. Al perder la autonomía monetaria, los países más frágiles no podrían hacer cambios estructurales y devaluar su moneda, lo que les podría hacer entrar en recesión y aumentar los niveles de desempleo. Esto ya ocurrió en Grecia en el seno de la unión monetaria de la UE, y es una lección de la que deben aprender los países africanos antes de comenzar la integración.

Las expectativas de conseguir una moneda común para 2023 parecen complicadas. El proyecto para la creación del eco en África Occidental es un paso adelante en los proyectos de unión, y lo que ocurra en la CEDEAO será un buen ejemplo para probar las posibilidades de éxito de una moneda africana común entre países con tamaños y economías muy diferentes. Mientras, los africanos imaginan una moneda común alejada de injerencias coloniales y que los represente a todos. Ya en 2002 un grupo de jóvenes de Dakar creó el proyecto AFRO, en el que se llegaron a imprimir ejemplos de la nueva divisa, se crearon oficinas de cambio e incluso se puso un valor de cambio con el euro. Menos de dos décadas después, la puesta en marcha de AFRO sigue lejos, pero ya no es un divertido experimento cultural, sino un proyecto real a medio plazo.

Este artículo fue publicado por El Orden Mundial.