Un padre huye de la ciudad, acompañado por su hijo. Es de mañana en Buenos Aires, y el viaje en auto será largo. Acaba de romper unos pasajes de avión que consideraba una tentación: necesita hacer el viaje por tierra, tomarse su tiempo, perderse en la ruta. La madre del niño, su pareja, acaba de morir en un accidente, y de eso también huyen padre e hijo, del peso de su ausencia. Pero la muerte también los rodea: su viaje está ambientado en los años finales de la dictadura en Argentina, por lo que Juan y Gaspar, padre e hijo, mientras lloran la desaparición de Rosario se ven acechados por los fantasmas de un presente violento. Porque Juan es un médium poderoso, vinculado a una poderosa sociedad secreta, y su hijo Gaspar parece condenado a heredar tanto sus dones como su cruel vínculo con ellos. Durante su huida, Juan le enseñará a mantener a distancia las visiones de esos muertos que viajan demasiado rápido y piden ser escuchados, intentará una apresurada invocación demoníaca buscando descubrir una forma de mantener lejos a quienes querrán utilizar a su hijo, y también se sorprenderá por la rapidez con la que Gaspar manifiesta sus capacidades y anuncia su posible condena.

Tomándose su tiempo, pero sin desperdiciar ni un solo movimiento, Mariana Enriquez destila en las intrigantes, inquietantes y seductoras largas primeras páginas de Nuestra parte de noche –la admirable novela con la que acaba de ganar el Premio Herralde–, la historia de un padre que intenta evitarle a su hijo el destino al que lo condena su herencia, un relato con el que se despliega una trama mayor, la de la Orden, una sociedad que adora un poder ominoso y extraterreno al que denomina la Oscuridad y le dedica rituales atroces.

Además de ir asomando lentamente durante esa seudo road-movie inicial, esas dos dimensiones de la historia continuarán entrecruzándose durante otros tres largos capítulos (y dos comparativamente pequeños intermedios, admirables cada uno de ellos por distintas razones). De esos otros capítulos extensos que, junto con el inicial, cada uno podría ser una pequeña novela en sí mismo, dos ponen en escena el crecimiento de Gaspar –su adolescencia primero y el fin de esta después–, y otro viaja atrás en el tiempo y se instala en Londres durante los años 60, revelando la historia de la relación entre Juan y Rosario, que además de ser su mujer y la madre de Gaspar forma parte de una de las familias más influyentes de la Orden. Pero así como esa huida con la que comienza la novela, lejos de intentar un escape, es un decidido viaje hacia el centro del peligro y de la trama, lo mismo sucede con cada una de sus historias, expandiéndose para luego enfrentar decididamente su destino, algo que hace que las casi 700 páginas de Nuestra parte de noche reinventen una y otra vez su capacidad de sorpresa, jamás agotadoras, siempre fascinantes y nunca a la deriva.

Al escribir el prólogo para la tardía reedición de su debut literario, Bajar es lo peor, Enriquez enumeró sus obsesiones adolescentes. Que, aclaró inmediatamente, eran muy parecidas a las actuales: “el vampirismo, el sexo entre hombres, la turbia belleza baudelaireana, la belleza injuriada de Rimbaud, la literatura fantástica y de terror, los subterráneos, los demonios”. Esa hoja de ruta –sumando referencias específicas, como la obra de Clive Barker, La casa de hojas, de Mark Z Danielewski, o It, de Stephen King– funciona como una buena guía para aproximarse a este contundente regreso a la novela, luego de los dos libros de cuentos que la instalaron en un lugar destacado de la literatura actual: Los peligros de fumar en la cama (2009) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016). Si en ellos (y en la nouvelle Éste es el mar, de 2017) las protagonistas son principalmente mujeres, aquí vuelven los hombres al centro de la historia, como en sus dos novelas iniciáticas: Bajar es lo peor (1995) y Cómo desaparecer completamente (2004).

Por aquella época, si alguien le preguntaba a su autora si tenía algún cuento para publicar, su respuesta era contundente: “Yo no escribo cuentos”. Tres lustros y una consagración más tarde a partir de esos relatos, Nuestra parte de noche parece ser su forma de volver a esos inicios, y reclamar públicamente para sí un formato en el que seguía trabajando cuando publicó aquella primera antología, pero cuyo flamante resultado empezó decididamente a escribir recién después de haber editado su sucesora, ya con las puertas abiertas al mundo como autora de Anagrama.

En aquel prólogo para Bajar es lo peor, escrito en 2013, cuando aún no se había convertido en una escritora de proyección internacional, Enriquez confesaba que –a pesar de los cándidos problemas de aquel debut– sentía que sus otras novelas y cuentos le tenían envidia, porque ninguna había generado en sus lectores semejante fervor. Es difícil que Nuestra parte de noche siga ese camino, porque es un libro abarcador, que consigue el milagro de ser fiel a sí mismo y también a las obsesiones de su autora, y a su historia como narradora.

Todo encuentra lugar en sus páginas, y al mismo tiempo nada es gratuito. Ahí está su fanatismo por la música (es ejemplar la escena en la que se recorre la música del Swinging London, en la que sin decir nombres está todo dicho, tanto para el que no sabe como para el que sí), por sus actores cinematográficos fetiche (el modelo para Juan es el sueco Alexander Skarsgård, por ejemplo), y –especialmente– por la literatura, el terror y la fantasía. Y así como concentra, también multiplica: hay escenas macabras a granel, que merecen volver a ellas y serán capaces de generar pesadillas, y también personajes por los que apasionarse, ya sea por la fascinación (la bella y arrebatadora Tali) o el desprecio (la sádica y brutal Mercedes).

Por supuesto, también está Gaspar, y al terminar el libro el lector ya lo imagina –y desea– de regreso. Su autora confiesa haber tenido problemas para relatar su infancia porque no tiene empatía con los niños (la delata esa sonrisa que aparece en su rostro cada vez que acepta que Juan es un mal padre), pero el capítulo final con su historia de iniciación en La Plata es hoy su preferido. Hay mucho en él de la historia personal de Enriquez (es un escenario al que suele regresar en sus cuentos), y también sería posible ubicar allí a Matías, el protagonista de Cómo desaparecer completamente, su novela menos leída y más incomprendida, que –en el caso de existir algo así como una justicia literaria– podría dejar de lado la posible envidia que le atribuye su autora para disfrutar de una revancha en manos de una novela-cauce que, como aquel anillo único de JRR Tolkien, convoca a todas sus ficciones, y que, en un mismo movimiento, se suma al coro de posibilidades de una narrativa que no por fantástica deja de ser social y realista, permitiendo contar las miserias del presente y de la historia al mismo tiempo que perderse en un mundo nuevo, pero tan real como el de todos los días. Y, especialmente, sus noches.

Nuestra parte de noche. De Mariana Enriquez. Anagrama, 2019. 672 páginas.