¿Qué le parece la forma en que se armonizaron las posiciones de México, Uruguay y la Comunidad del Caribe (Caricom), por un lado, y la de la Unión Europea (UE)? ¿En qué lugar le parece que quedó nuestro país?

El País de Madrid en su cobertura de la reunión de este jueves señala que Uruguay “jugó con dos barajas”. La descripción resulta bastante acertada. Confieso que veía con preocupación la forma en que el gobierno uruguayo venía manejando todo esta situación. Con la mochila pesada de posiciones contradictorias dentro del Frente Amplio sobre la legitimidad de Nicolás Maduro y su régimen, la cancillería llegaba a la instancia con desprolijidad, algunas posturas vagas y ambiguas, aunque también con la racionalidad de buscar evitar las peores hipótesis. Las exigencias de la UE y su aceptación por parte de Uruguay (no así por parte de Bolivia y de México) expresan un cambio positivo y hasta esta altura indispensable. Por supuesto que hay que hacer lo imposible para evitar la guerra civil en Venezuela, así como cualquier tipo de intervención militar (nada menos que con los Estados Unidos de Donald Trump y del “resucitado” Elliot Abrams tan cerca). Estas eventualidades serían catastróficas para América Latina, la harían retroceder más de medio siglo, en momentos en los que el continente muestra su mayor nivel de desintegración. No violencia y antiimperialismo (sí, antiimperialismo, algo inherente a cualquier visión latinoamericana que valga la pena) como objetivos centrales se logran con política y diplomacia, con diálogo, pero en serio, exigente, verdadero. No hay diálogo ni negociación sin que haya condiciones efectivas y desde objetivos concretos. Y de inmediato surgen dos objetivos tan centrales como los anteriores: exigencia de elecciones totales libres, creíbles, transparentes, en el menor tiempo posible, con el imperativo de la ayuda humanitaria inmediata y sin manipulación política. Si no se agregan con claridad los objetivos de la transición democrática inmediata y la promoción efectiva de los derechos humanos, lesionados en forma salvaje por el régimen de Maduro, todo queda en retórica o en un “saludo a la bandera”. Rompe los ojos que el pueblo de Venezuela no resiste dilaciones y que se encuentra en una situación terrible, límite. Aunque no se lo diga, toda transición genuina implica facilitar la “salida” de Maduro y de la “corte” de su régimen, hace ya largo tiempo indefendibles. La declaración del Grupo Internacional de Contacto (GIC) no es la panacea, pero al menos es inobjetable en su texto, con el logro de equilibrios difíciles pero reconocibles. Dice lo que tiene que decir y lo hace en forma prudente pero firme. De allí no salen habilitaciones encubiertas para la intervención, no se omite la necesidad de prevenir rápidamente y por todos los medios la hipótesis de la guerra civil, tampoco se abren atajos ni oxígeno para que el oficialismo madurista pueda una vez más “dormir el partido” mientras el pueblo venezolano se desangra. No se cae en personalizar la disputa entre Maduro y [Juan] Guaidó, se pone el énfasis en el pueblo venezolano, el que tiene el “primer derecho”. El gobierno uruguayo que, navegando entre arrecifes llegaba vacilante a esta instancia, al plegarse a las exigencias de la delegación de la UE y de los cancilleres europeos, dio un giro hacia una posición creíble, racional, aunque siga “jugando con dos barajas”. El problema principal lo tiene ahora México, que no logra encontrar esa síntesis en la que al imprescindible rechazo a la intervención (bajo amenazas de nuevos “Guantánamos” e invocaciones imperiales a la “hora de la acción”) y a la guerra civil, se le sume la exigencia de elecciones con garantías y la consideración prioritaria de un pueblo venezolano que no admite la prolongación de su agonía humanitaria. En términos de iniciativa internacional, el gobierno uruguayo efectivamente comenzó a cambiar su postura, tal vez en forma tardía pero todavía a tiempo para sumar en la buena dirección. Ahora Trump y el Grupo de Lima no juegan tan sueltos en este “festín de leones”.

¿Qué opina del rol que está jugando la oposición en nuestro país?

Con honrosas excepciones, me parece que la oposición ha terminado electoralizando bastante su postura en el tema de Venezuela. Casi no se advierten matices allí. Por supuesto que comparto el repudio más firme al régimen de Maduro y la exigencia de una transición democrática de verdad, sin vacilaciones. Pero no creo que sea responsable ignorar los peligros ciertos de la intervención norteamericana o de la guerra civil en los actuales contextos. Tampoco creo que sea plausible aplaudir sin matices todo lo que emerge del Grupo de Lima (con Bolsonaro y otros presidentes latinoamericanos compitiendo por quién es más complaciente con las bravuconadas de Trump y sus halcones), personalizar en exceso la disputa venezolana, renunciar de plano a cualquier tipo de acción multilateral creyendo que todo se va a resolver por presión. ¿Dónde ha quedado la sensibilidad herrerista o wilsonista frente a la historia ominosa del intervencionismo norteamericano en América Latina? ¿Es que no se advierten las consecuencias de este mundo “neo patriota” que parece emerger con los Trump y los Bolsonaro, con ese rechazo casi visceral a todo lo que huela a multilateralismo o regionalismo? ¿No se están banalizando las consecuencias dramáticas de lo que puede ocurrir en Venezuela? En medio de una disputa bastante provinciana entre gobierno y oposición, una vez más la figura sabia de Enrique Iglesias puede mostrar el camino. Advertir que el tiempo de Maduro se acabó y que hay que facilitar su “salida” no significa que haya que renunciar a explorar siquiera la posibilidad de una iniciativa internacional multilateral. La crítica –legítima y necesaria– al gobierno no puede culminar en la permanente negación de todas sus iniciativas o en la presunción de que tras estas se esconde la corrupción o el dogmatismo. Por cierto que 2019 es un año electoral en Uruguay, pero también es un año que puede ser decisivamente dramático para América Latina y para el contexto internacional. En un marco tan cargado de incertidumbres y de amenazas como el actual, volver a recordarlo no es trivial.

¿Cree que algo de lo acordado en Montevideo pueda contribuir a aliviar la situación en Venezuela?

La declaración del GIC no es para nada la panacea, tampoco es perfecta, con seguridad no será definitoria en un conflicto tan incierto y múltiple. Pero tiene la virtud de constituirse en una iniciativa internacional bastante mejor de lo que ha emanado desde el Grupo de Lima o de lo que puede esperarse de la plataforma bastante abstracta del “Mecanismo de Montevideo”. Las perspectivas siguen siendo muy inciertas. Nadie sabe cómo va a terminar el drama del pueblo de Venezuela. Pero para que haya una salida verdaderamente “venezolana”, la iniciativa internacional y en lo posible multilateral son indispensables. Si no todo queda subordinado a lo que hagan los poderosos desde afuera o lo que definan los militares desde adentro. Desde América Latina ya sabemos cómo termina eso. Y “eso” no puede ocurrir nunca más. No se defiende en serio la democracia, la libertad, ni se contribuye al fin del drama humanitario del pueblo de Venezuela sin enfrentar con igual decisión toda posibilidad de intervencionismo externo (de Estados Unidos, de Rusia o de cualquier otro) y sin buscar prevenir el drama apocalíptico de una guerra civil. Hay que bregar en forma denodada y con sentido de urgencia para sintetizar esos objetivos necesariamente complementarios.

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