En 1998, el escritor e historiador mexicano Paco Ignacio Taibo II editó Arcángeles: doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX. Allí recogía las más variadas historias, tales como el fallido intento de generar un sindicato de pintores mexicanos en la década del 20, la trágica historia de Buenaventura Durruti o la fracasada aventura de Peng Pai por la revolución agraria en China. Todas tenían en común –además de lo apasionante de sus relatos y sus protagonistas– la derrota, la no obtención de aquello que buscaban sus principales interesados.

Con aquello de que se aprende más de las que se pierden que de las que se ganan, Taibo explicaba la motivación de su libro: “Hay que dejar constancia de la memoria de las resistencias y las derrotas que nos llevarán, una y otra vez, a volver a intentarlo, con la certeza de quienes llevan un mundo nuevo en sus corazones”.

En el canon del relato cinematográfico deportivo, el paradigma dominante es el del underdog. Este concepto (difícilmente traducible) nombra al candidato con menos chances de triunfo, al que tiene todas las de perder, al que contra viento y marea, contra todas las adversidades, triunfa. Festejamos porque hemos hinchado por él durante todo su camino, sabiendo siempre que el liberador triunfo nos esperaba a la vuelta de la esquina.

Todos somos fans de ese tipo de historias, y de hecho la épica deportiva nos ha enseñado una y otra vez que pasan más a menudo de lo que uno creería en el mundo real. ¿Pero qué pasa con las que no, es decir la inmensa mayoría? ¿Qué pasa con aquellos que fracasan? ¿Quién cuenta sus historias? Losers nos ofrece ocho de ellas.

Otra victoria como esta y volveré solo a casa

Un boxeador campeón del mundo que odia boxear. Un equipo de fútbol que pugna en cuarta división por no desaparecer. Una patinadora artística negra discriminada por el color de su piel. El campeón de curling al que le cambiaron las reglas para que no ganara más. El maratonista italiano que se pierde corriendo en el Sahara. La corredora de carreras de trineo en Alaska que una y otra vez sale segunda. El gran jugador de básquetbol que no tiene disciplina. El golfista francés al que increíblemente se le escapa el Abierto Británico de entre las manos.

Como se verá, los casos son muy diferentes, los deportes y los deportistas por completo variados e incluso el grado de profesionalismo es radicalmente distinto. No importa. El objetivo de Mickey Duzyj –creador de la serie, director de todos sus episodios y artista detrás de las brillantes animaciones a las que volveremos más adelante– es retratar y analizar el concepto de fracaso.

¿Qué lo origina? Hay varios puntos en común, como un contexto familiar adverso que tiene como eje reiterado una figura paterna o materna invasiva, que pretende vivir lo que no pudo en la piel de su hijo o hija, o un ámbito deportivo estático al que no le resultan fáciles los cambios que pueden representar un diferente color de piel o alguien que se adapta diferente a las reglas del deporte. Pero por encima de todo, lo que tienen en común estas historias y estos deportistas es la perspectiva del fracaso. Porque no es la suya, sino la de los demás. El fracaso entendido como una construcción colectiva, una construcción que se les impone y a la que ellos, en definitiva, terminan por vencer o, al menos, ignorar.

El formato de cada capítulo es similar en su presentación y en su vértigo. Se nos presenta el deporte –en la variedad está el gusto, hay de todo y para todos– y al protagonista. Cada uno de los involucrados y su entorno más cercano están representados. Se nos da una breve reseña biográfica –a veces narrada por el mismo personaje principal– y se nos brinda antecedentes del deporte si este es poco común (como el caso del curling, por ejemplo, que resulta ser una especie de juego de bochas sobre hielo). Y luego vamos derecho al asunto: al fracaso. A ese momento en que se pierde todo o, al menos, en que lo que está en disputa para la gran mayoría no es un asunto relevante.

Cada historia nos resignifica qué es una victoria y nos hace empatizar con el otro. Entender que no siempre salir campeón es aquello que significa algo importante, sino que en ocasiones lo importante corre por el costado y significa la resiliencia, la perseverancia o el logro mínimo y puntual.

En este sentido, de los ocho episodios, el capítulo del partido de fútbol del Torquay británico y su lucha por mantener la categoría es tan divertido como emocionante, algo que cualquier hincha de cuadro chico (quien suscribe sufre por Miramar Misiones) entiende por completo. Se trata de algo que quizá para muchos no signifique nada, pero que para los involucrados es todo.

Sin embargo, para todos los protagonistas “perder” no significa más que reencontrarse con algo más importante, algo que estaba allí y que las ansias –ajenas– de triunfo les habían tapado.

Cada episodio dura una escasa media hora –lo que hace difícil no absorber la serie entera en un par de sentadas– y cuentan con escenas dramatizadas mediante una alucinante animación cortesía de su propio creador, Duzyj, en un estilo que recuerda poderosamente al historietista estadounidense Daniel Clowes, con mucho dinamismo y ocasional humor.

Losers es la obra cumbre del realizador, que ya había estrenado dos largometrajes documentales deportivos con animaciones, The Perfect 18 (2014, sobre el golfista Rick Baird) y The Shining Star of Losers Everywhere (2016, sobre un caballo de carreras japonés), y Duzyj admite que es la más personal hasta el momento, ya que él mismo supo ser un prometedor tenista cuya carrera se vio completamente trunca tras una abismal derrota.

Al igual que sus ocho protagonistas, la derrota le abrió a Duzyj la posibilidad de un triunfo –diferente al buscado, pero triunfo al fin– a la hora de contar esta serie y los retratos de estos entrañables perdedores. O ganadores, pues la serie también podría haberse llamado así y el resultado habría sido el mismo: un disfrute total.