El viernes, la familia anunció la muerte de la legendaria Agnès Varda, una de las últimas glorias vivientes de la era de oro del cine francés, y también una de las últimas representantes de la Nouvelle Vague, distinguida por su estilo experimental y por su interés social y político.

Esta pionera del cine feminista trabajó hasta el final de su vida. De hecho, en febrero presentó su documental autobiográfico Varda por Agnès en el Festival de Cine de Berlín, un testamento de su vida como directora a lo largo de una cincuentena de ficciones y documentales que filmó desde los años 50, entre los que se encuentran grandes clásicos como Cleo de 5 a 7 (1961), La felicidad (1965), Sin techo ni ley (1985), Los espigadores y la espigadora (2000), Los espigadores y la espigadora... dos años después (2002), Las playas de Agnès (2008), un docuficción en el que recrea fragmentos de su vida, o Caras, lugares, el documental que inauguró el Festival de Cinemateca del año pasado que Varda codirigió con el treintañero JR, un artista francés especializado en intervenciones urbanas, que fue presentado y premiado en Cannes y nominado a un Oscar. Es que, a los 91 años, Varda seguía siendo una de las creadoras más curiosas y vitales, y cruzaba como nadie lenguajes, historias y géneros.