Cuando Omar Díaz empezó a colaborar como fotógrafo en un festival que se improvisaba en casas de amigos, se topó con una movida musical efervescente y sintió que debía ser registrada. Lo que comenzó como un proyecto de documental circunscrito a la escena chilena finalmente se extendió a países vecinos. En sus entrevistas, las bandas locales nombraban constantemente referentes fuera de fronteras, así que se colgó la mochila y emprendió viaje.

De regreso a su país, entusiasmado con lo que había visto y con un montón de nuevos contactos, organizó el Festival Sideral, emprendimiento que ya llegó a su cuarta edición en Chile y en 2018 se replicó también en Perú, con participación de distintas bandas de Latinoamérica. En paralelo, continuó con el documental, que se extendió lo suficiente en el tiempo como para registrar algunos shows del festival.

En La bitácora del sur vemos a los músicos cuando enrollan cables, empujan el auto de gira y cenan sentados en el piso. Sobre el escenario, son ídolos venerados por un público que salta, transpira y se queda sin voz coreando sus canciones. Es claro que se sienten parte de una escena que no obedece a límites geográficos; lo vemos en los pósters que decoran sus cuartos y salas de ensayo, los discos que atesoran con extremo cuidado, los pegotines en sus guitarras, las constantes referencias cruzadas en las entrevistas.

Frente a cámara, integrantes de las bandas ensayan explicaciones sobre el fenómeno, desde factores socioeconómicos hasta la masificación de internet, mientras reflexionan sobre la libertad creativa o los límites de la autogestión. También hay lugar para escuchar su música, un estilo marcado por la urgencia que no se sienta a esperar la aprobación de una discográfica, con canciones en las que se entrevera cierto aire naíf, el humor ácido y una melancolía que parece arrasar con todo.

En la película participan integrantes de bandas uruguayas como Julen y la Gente Sola, Alucinaciones en Familia, Mux y Carmen Sandiego. A su vez, permite conocer grupos de puntos más lejanos en el mapa, como los chilenos Niños del Cerro o los peruanos Mundaka. Ahora, en el marco del Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay, este documental que decidió seguir el paradigma de la escena que retrata y se hizo enteramente en base a la autogestión, llega a nuestro país y tendrá su última función mañana. Su director conversó con la diaria sobre cómo percibe hoy el movimiento y qué motivó la realización del film.

¿Cómo se dio la retroalimentación entre el documental y la organización del Festival Sideral?

Encontraba que ambos podían contribuir a la misma idea, pero de maneras diferentes. Siento que es súper interesante que exista un registro, un lugar al que pueda acceder y obtener información, pero también me gusta mucho que haya una instancia de experiencia. Yo vi esto, conozco esto de internet... pero tal día voy a poder vivirlo, estar ahí y tal vez hablar con la banda, interactuar de alguna forma. El hecho de que, por ejemplo, bandas chilenas se queden conversando con los argentinos Las Ligas Menores, que exista ese diálogo. El año pasado también vino una banda de Perú que se llama Dan Dan Dero. Me gusta que se cree ese ecosistema.

Más allá de la forma de manejarse en cuanto a la producción de discos o la organización de shows, ¿pensás que hay un sonido que caracterice al indie latinoamericano?

Existen varios puntos en común sobre cómo se retrata. Ciertas letras, lo que se trata de contar con las canciones, es algo que puede ser una línea en común. Cómo hablan de la amistad y del compañerismo. Son letras mucho más reflexivas, pero siento que cada país se apropia de esa idea de manera diferente, lo que también es interesante. Por ejemplo, a las bandas siempre les preguntaba qué elementos de su país se reflejaba en la forma en que hacían su música. Y una cosa que me llamaba la atención es que les costaba mucho hablar de los sonidos de su propio país, pero les resultaba muy fácil hablar de otros países. Por ejemplo, en Argentina me decían que no sabían cuál era el sonido propio de Argentina, pero sentían que en Chile predominaba más el pop. Y en Chile me decían que no sabían qué sonido tenían en Chile, pero que en Argentina había más influencias de los Rolling Stones y del punk. Creo que es una identidad que se aprecia más en base al contraste. Cómo suena Chile realmente es algo que me costó entender. Cuando me di cuenta de que el pop era muy predominante allá empecé a pensar por qué. Ahí entendí que Santiago, particularmente, tiene una obsesión con la tecnología. Trata de ser más estructurada y moderna, y esas melodías encajan muy bien en el pop. Los sintetizadores, las bases, las letras, cierto estilo y también cómo se concibe el espectáculo.

En tu recorrido por las escenas de diferentes puntos de Latinoamérica, ¿viste signos de agotamiento o creés que es un terreno fértil para que se continúe creando?

Es un momento de mucha efervescencia en cada uno de los países, y eso se ve reflejado en que aparecen muchos proyectos nuevos, pero siento que está todo tan en movimiento que no duran mucho. Aparece una banda a la que le va muy bien y después es reemplazada por otra. Más allá de si la banda se proyecta muy a largo plazo, se crea un ambiente en el que muchas van a apareciendo, surgen propuestas nuevas. Y me parece que son proyectos que no hubieran nacido bajo otras circunstancias. Son chicos que no se habrían animado a dar ese primer paso, a hacer el intento. Más allá de que sea una banda que duró diez años, con el hecho de que hayan mostrado lo que querían mostrar en ese momento, ya siento que es valioso.

¿Con qué te encontraste cuando llegaste a Montevideo?

Sentí mucha más calma, que había algo en la ciudad, el ritmo era diferente. Aparte, justo venía de Buenos Aires, que es una ciudad mucho más violenta, de alguna forma. El contraste fue muy fuerte y me hizo querer recorrer la ciudad de otra manera. Había llegado y conseguido algunas bandas que quería escuchar mientras recorría la ciudad, para ir impregnándome de la sensación que me generaban, y encontré un punto en común en que era algo mucho más reflexivo, más tranquilo, para caminar y no tanto para ir a paso rápido como hacía en Argentina. Y así, viéndolo desde lejos, creo que es el tono que tiene Montevideo. La gente acá aprecia mucho esa tranquilidad. Por ejemplo, a mi me llama la atención que en la rambla hay mucha gente pescando, pero nunca tienen peces. Sólo están sentados con caña de pescar todo el día. Y es chistoso, pero creo que ellos van a eso, van a sentarse a mirar el río.

La autogestión es algo que existe hace muchísimos años y todo el tiempo hay bandas nuevas creando música pero, en el caso de la movida que retratás, los grupos parecen haber llegado a la gente, tienen un público que los sigue. ¿A qué creés que se debe?

Va mucho con el discurso que tienen, de hablar de cosas más mínimas, con una honestidad y una sensibilidad diferentes. Y creo que también son proyectos sin tantas pretensiones, entonces se sienten más cercanos. No es algo forzado ni están obsesionados con ser una banda hiperfamosa. Son chicos que podrían ser mi vecino o un amigo, o el amigo de un amigo que tiene una banda y habla de cosas cotidianas.

El Mató a un Policía Motorizado aparece constantemente como referencia, en pósters y discos que tienen los músicos. ¿Pensás que fueron pioneros y marcaron el sonido de algunas de estas bandas?

Si bien es un ecosistema, El Mató en particular suele ser un punto en común para casi todas las escenas. Es como la punta de esta lanza. Siento que El Mató sirve mucho como un punto de unión. A esta banda en Perú le gusta El Mató, entonces empecemos a conversar. La habilidad que tiene de ir más allá de la frontera y de influenciar a artistas en distintos lados nos ayuda a todos a unirnos, porque identificamos que es algo que vamos a tener en común. En cuanto al sonido, inevitablemente pasa. Las bandas están constantemente inspirando unas a otras, y al ser un referente tan grande, es inevitable que termine influyendo muchos otros proyectos.

¿Cómo se dio la elección de los grupos que aparecen en el documental?

Lo que traté de hacer fue que las bandas me recomendaran otras de diferentes países. Sabía que había una comunidad de artistas y quería trabajar sobre eso. Cuando partí con Las Ligas, El Mató o Los Faunos les pregunté qué bandas conocían de Perú o Uruguay, porque quería encontrar los puntos en común, trabajar sobre unas redes que ya existían. Me parecía que eso era lo interesante, cómo estas bandas ya se conocen de antes, cómo están trabajando juntas desde hace tiempo. Creo que son uniones súper interesantes y no tan conocidas, pero son muy valiosas en cuanto al compañerismo entre países. Igual, ahora siento que la hora y cuarto que dura el documental no es suficiente para mostrar todo. Me gustaría crear a futuro más proyectos complementarios y dar espacio a nuevas generaciones o bandas. Por ejemplo, tener un canal de Youtube y estar todo el tiempo subiendo material sobre nuevos proyectos, entrevistas. Siento que se puede crear mucho alrededor de esto.

En realidad, más que mostrar las escenas de cada uno de los países, el documental retrata los puntos en común entre bandas de diferentes lugares.

Yo siento que el proceso de cómo abordé el documental cambió mucho desde el principio al final. Por ejemplo, al principio estaba muy decidido de que yo no iba a salir, y al final aparezco en alguna escena. Hubo cosas en las que tuve que ir cediendo. En un principio quería hacer un relato objetivo, contando qué pasaba en cada país, pero después me di cuenta de que no soy National Geographic o History Channel. Yo soy un chico con una cámara que fue acá por un par de semanas y pudo ver esto. Y me dije: “Lo más honesto es que yo hable desde ahí, porque esa es mi visión, es lo que yo supe”. No puedo hablar de la historia de Montevideo porque no he vivido suficiente en Montevideo para contar eso, entonces lo encontraría hipócrita. La historia tenía que ser lo que pude conocer y ver. De ahí surgió la idea de que el relato fuera como un viaje.

En Uruguay, más allá de las locales, llegan mucho las bandas de Argentina. Creo que el documental permite ver que hay proyectos haciendo música similar en otros países de Latinoamérica.

Hay dos cosas que yo encuentro interesantes en eso. A mí me pasó que cuando empecé a grabar tampoco sabía mucho, por ejemplo, qué estaba pasando en Perú. Y el documental nació en base a la curiosidad. En ese momento quería saber qué bandas había en Perú, busqué información y no encontré tanta, entonces me dije: “Voy a ir allá, a buscar bandas, ir a conciertos, entrevistar, y quiero grabar el proceso, de conocer eso que me genera curiosidad y de lo que no encuentro tanta información”. Y hay otra cosa, en ese camino me di cuenta de que muchas veces el intercambio cultural que tienen los países es de una sola vía. Por ejemplo, en Chile nos llega mucho la música de Argentina, pero siento que en Argentina no se sabe tanto lo que pasa en Chile. O que en Perú se escucha mucha música de Chile, pero en Chile no se sabe lo que pasa en Perú. Me gusta crear un proyecto en el que se te expone a todas las visiones diferentes. Por ejemplo, aunque yo haya ido a ver el documental por El Mató, igual voy a terminar sabiendo qué está pasando en Perú, en Uruguay, en Chile. Me gusta crear proyectos que generen ese intercambio cultural en ambas vías.

La bitácora del sur se exhibe mañana a las 18.25 en la Sala 1 de Cinemateca Uruguaya (Bartolomé Mitre 1236).