A los 13 años Leopoldo Brizuela fue testigo de un secuestro en el barrio: en plena dictadura militar, el escritor nacido en La Plata estaba en su casa tocando el piano, y de pronto irrumpió una patrulla militar. Mientras interrogaban a sus padres, él nunca dejó de tocar a Bach: “Llevaban gabanes muy finos color té con leche. El único recuerdo absolutamente autobiográfico es que cuando hicieron la requisa en casa, en toda la cuadra, yo estaba tocando el piano. A mi mamá la llevaron para un lado y a mi papá para otro. Y yo tocaba el piano con un tipo al lado con una Ithaca”, contó una vez. En 2012, cuando decidió llevar esta experiencia a la novela, ganó el Premio Alfaguara (el jurado la consideró un “thriller existencial hipnotizante”). Una misma noche evocaba los horrores de la Junta Militar, enmarcaba la historia en dos momentos (el año 1976 y la actualidad) y proponía un sugerente relato sobre los verdugos y sus víctimas. “¿Por qué se supone que esas voces me tendrían que importar a mí?”, decía a la diaria ese mismo año, cuando se le preguntaba por las voces que se oponían a la literatura que bregaba de la historia reciente, de las dictaduras latinoamericanas. Estaba convencido de que esas voces traslucían una incomodidad con el tema: “Esas preguntas hablan más de sí mismas que lo que hablan las novelas”, planteaba, ya que en realidad “el nervio siempre está puesto sobre el tema”.

Ayer, el fallecimiento de este querido y valorado escritor, poeta y traductor conmovió al medio y a muchos de sus colegas. Tenía 55 años. Había publicado obras como Inglaterra, una fábula (con la que ganó el Premio Clarín de Novela en 1999), Lisboa. Un melodrama (2010), y la nouvelle El placer de la cautiva (2001); tradujo a autores como Henry James, Flannery O’Connor y Eudora Welty, y desde 2016 trabajaba en la Biblioteca Nacional argentina rastreando y rescatando archivos de escritores de ese país. A su primera novela, Tejiendo agua (1985), la escribió a los 16 años (y ganó el Premio Fortabat), si bien en 1977 ya había comenzado a publicar sus primeros relatos en la revista Oeste, siguiendo el consejo del escritor Gustavo Nielsen, y enseguida comenzó a colaborar como periodista en distintos medios.

La última obra que publicó fue Ensenada. Una memoria (2018), una novela polifónica que definía como “una metáfora sobre la imposibilidad de ver la realidad” que se ambientaba en setiembre de 1955, el momento en que la Marina amenazaba con bombardear la refinería YPF si Juan Domingo Perón no renunciaba a la presidencia.