Este martes se conoció la noticia de la muerte de Daniel Vidart, una de las figuras intelectuales más relevantes del siglo XX uruguayo. De orgullosa raigambre vasca, afirmaba haber sobrevivido a picaduras de araña normalmente letales y a las mordeduras de “tres víboras parejeras, que tienen un veneno muy fuerte”. La marihuana no le hacía efecto.

Decía que la curiosidad por las sustancias psicoactivas le había aparecido después de un viaje espiritual compartido con un cantor tradicional de Mongolia con el que había recorrido parte del desierto de Gobi. “El día que volvíamos a Pekín, él me hizo una seña, cuando estábamos en la mesa, para que me quedara. [...] Él tenía una botellita de moutai, un licor de arroz muy fuerte, y la terminamos de tomar. Cuando ya estábamos medio alegrones, se levantó y de una alacenita trajo otra bebida, hecha a base de leche fermentada y destilada. [...] después empezó a tocar un tambor y me convidó con [...] el orín de alguien que había comido amanita muscaria, un hongo alucinógeno que es tremendo. Al ratito de tomar eso, emprendimos un vuelo que desembocó en un puente mental y terminamos hablando; él me contó su vida y yo le conté la mía. Infancia, adolescencia, juventud y madurez, nos contamos recíprocamente nuestras vidas; para mí fue una experiencia estremecedora. Desde entonces, como antropólogo, siempre tuve un gran interés por las sustancias”. Eso que empezó como un interés curioso se completó con investigación y trabajo. Pasó 12 años en los Andes estudiando, a “puro trabajo de campo”, los cultivos de coca y el uso que le dan a la planta los pueblos indígenas, y ese conocimiento terminó reunido en el libro Coca, cocales y coqueros en América andina, de 1991. En 2014 publicó Marihuana, la flor del cáñamo, un texto que repasa la historia del cultivo del cáñamo y las razones –económicas, políticas, culturales– que determinaron su prohibición. Para entonces ya estaba en pareja con Alicia Castilla, la investigadora argentina que estuvo presa en Uruguay por tener en su casa plantas de marihuana y herramientas apropiadas para cosechar y fumar. Castilla fue absuelta por la Justicia cinco años después, pero tras su detención debió cumplir una pena de 95 días de cárcel en 2012. En las muchas fotos en que se los retrató juntos se los ve sonrientes, divertidos. Compartían la curiosidad intelectual y la pasión por el conocimiento y la experiencia. Fue ella la que avisó de su enfermedad y la que confirmó ayer su muerte.

Nacido en Paysandú en 1920, Vidart estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República (Udelar) y en la Universidad Nacional de Colombia, pero su impresionante formación en antropología se fue forjando al ritmo de su andar por campos y ciudades, y en la convivencia con poblaciones de las más variadas geografías, con las que compartió experiencias y de las que recibió saberes y prácticas que dieron a su investigación una perspectiva enriquecida y poderosa.

Fue autor de más de una veintena de obras, entre las que se destacan varios textos dedicados al tango, así como numerosas investigaciones sobre la realidad rural uruguaya, la inmigración, la cuestión indígena, el juego, la fiesta y hasta la vestimenta, además de las ya mencionadas investigaciones sobre sustancias.

En 2007 fue declarado ciudadano ilustre de Montevideo junto con su colega y amigo Renzo Pi Hugarte. Desde 2009 fue miembro de número de la Academia Nacional de Letras, y en 2013 recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de la República, que se sumó al reconocimiento como profesor ad honorem y perpetuum de la Universidad Nacional de Colombia (1985). También fue miembro de la Cátedra UNESCO de Derechos Humanos de la Udelar (2003) y académico de la Real Academia Gallega (1963). Entre los numerosos premios que se le otorgaron se destacan los Morosoli y Bartolomé Hidalgo en 1996 y el Morosoli de Oro en 2000, pero sobre todo el Gran Premio a la Labor Intelectual que el Ministerio de Educación y Cultura le otorgó en 2018.

En esa oportunidad, Lisa Block de Behar se refirió a la obra de Vidart como una “rara y feliz” combinación de conocimiento y gracia. Hacía referencia al “excepcional rigor” de su trabajo, pero también al apasionamiento con el que lo concebía y a la belleza de que lo dotaba: “No es frecuente que esos atributos se armonicen con tan espléndida claridad como la que transparenta la producción de Daniel Vidart”, decía, y observaba que sus estudios ponían al ser humano en un centro siempre próximo al modo de estar en la tierra y entre sus semejantes.

Sobre su inabarcable bibliografía, Block destacaba las referencias al trasfondo indígena, “al culto nostálgico del negro radicado en el silencio de tierras que hace vibrar al ritmo de sus musicalizados arrebatos, así como a las gestas del gaucho circunspecto que allí se ambientan, a la rica variedad de un patrimonio que no es ajeno a las crónicas de los viajeros ni al legado melancólico de los inmigrantes, ni a la agudeza de los dichos de los paisanos”. Con ese bagaje, según Block, Vidart podía ilustrar “las alternativas del paisaje natural así como las del paisaje humano o urbano, desentrañando mitos y costumbres de sus pobladores, sin dejar de advertir y aproximarse al horizonte en fuga de su cosmovisión”.

Sus restos serán velados este miércoles en el Paraninfo de la Udelar entre las 10.00 y las 16.00.