La última encuesta de Radar sobre la intención de voto en las internas del Partido Nacional (PN), con Luis Lacalle Pou primero pero en descenso, mientras Juan Sartori crece y se le acerca, no asegura nada, aunque señala la posibilidad de resultados que nadie podía imaginar hace un año. Y plantea interrogantes: si Sartori ganara el 30 de junio pero por un margen estrecho, ¿cuál será la actitud de los convencionales electos por los sectores que apoyan a Lacalle Pou, Jorge Larrañaga o Enrique Antía? Y si se ubica en segundo lugar, ¿cuánto pesará su opinión en la definición de la fórmula? Por último, la más importante: ¿cuánto incidirán estas cuestiones en la configuración de la campaña para las elecciones nacionales de octubre?

Con independencia de estas hipótesis, es importante identificar primero en qué consiste la novedad sustancial que trajo Sartori. No es el peso de los pesos ni la centralidad del marketing, dos características presentes desde hace mucho tiempo en la competencia electoral uruguaya. Lo que singulariza el fenómeno de Sartori es su ajenidad previa al PN y al sistema de partidos. Eso es lo que potencia y le da un significado muy distinto a todo lo que él hace pero que otros ya habían hecho.

En el sistema partidario de nuestro país, notablemente sólido y estable dentro del contexto latinoamericano, los dirigentes emergen tradicionalmente desde las estructuras internas o –cada vez más en las últimas décadas– porque los reclutan y apoyan quienes ya son líderes consolidados. Pero en uno u otro caso, siempre (hasta ahora) los nuevos crecen en interacción con lo establecido, de modo que el ascenso requiere una sucesión de transacciones y compromisos.

Sartori no recorrió ese camino. No comparte historia, códigos ni referencias ideológicas con los demás precandidatos, y por lo que se sabe tampoco tiene, hasta ahora, diálogo con ellos. Es lógico que los actuales dirigentes lo vean como a un intruso peligroso que viene (no se sabe bien de dónde ni por qué), a quitarles todo, justo cuando veían el gobierno nacional al alcance de sus manos.

Resulta muy difícil pronosticar qué pasaría, de julio a octubre, si Sartori estuviera en la carrera por la Presidencia. Hace tres elecciones que el PN se ubica claramente como la única alternativa posible al Frente Amplio, pero eso está muy ligado a lo que han representado sus dirigentes, y no hay seguridad de que vaya a mantenerse con alguien muy distinto, sin errores anteriores que se le puedan reprochar, pero también sin antecedentes que faciliten confiar en él. A Sartori le podría ir mejor o peor que a Lacalle Pou o a Jorge Larrañaga, pero sería por otros motivos.

Además, ninguna encuestadora registra que el ascenso de Sartori se haya visto acompañado por un aumento de la intención de voto al PN en octubre. Esto significa que, hasta el momento, el empresario no ha mostrado eficacia en la conquista del sector de la ciudadanía que definirá las elecciones nacionales: los actuales indecisos entre el oficialismo y la oposición.

Más allá de cómo le termine yendo a Sartori el 30 de este mes, es muy importante –y no sólo para el PN–comprender cómo y por qué pudo llegar hasta donde está hoy: qué debilitamientos de las organizaciones partidarias, y en general de las mediaciones políticas entre la ciudadanía y los dirigentes, qué frivolidades y qué arrogancias le allanaron el camino.