En su maravilloso libro de 1993, Understanding Comics (editado en español por Astiberri como Entender el cómic), Scott McCloud nos cuenta los orígenes de eso que conocemos como “historieta”, su lenguaje y su potencial infinito, muchos años antes de que comenzara a ser respetada por otras formas de expresión, quizás ayudada por los miles de millones de dólares de ganancias en adaptaciones del cine y la televisión.

Al comienzo de este volumen de 216 páginas, que está presentado como una gran historieta protagonizada por McCloud, su avatar se atreve a postular una definición acerca de qué constituye este “noveno arte”. Parado sobre los hombros del inmenso Will Eisner, quien no solamente modernizó la historieta, sino que publicó uno de los tratados más importantes sobre ella, retoma la idea de “arte secuencial”.

Scott señala que un dibujo, tomado individualmente, es sólo una imagen. “Sin embargo, cuando es parte de una secuencia, el arte de la imagen se transforma en algo más: el arte de la historieta”. Esta definición dejaría de lado aquello que conocemos como “humor gráfico”, esa viñeta única en la que uno o más personajes reflexionan, interactúan y (con suerte) terminan la conversación con un remate gracioso.

Pues bien, en las últimas semanas se publicaron en Argentina dos libros que cubren ambas categorías arbitrarias: una recopilación de humor gráfico de quien (al menos para mí) es el mejor exponente de la región en la actualidad, y una recopilación de historietas de un conocido de la casa.

Pensar adentro de la caja

Esteban Podetti (quien pierde una “t” en su nombre artístico de Podeti) tiene 51 años y una trayectoria de más de 20 que incluye la revista Fierro y el irreverente periódico Barcelona. Su arte suele ser secuencial, pero en los últimos tiempos explotó en las redes sociales gracias a sus viñetas, que Historieteca editorial recopiló en La caja.

Sus dibujos, como los de su colega Tute, parecen perfectos para el nuevo consumo cultural; un chiste promedio tiene a dos personas y apenas uno o dos globitos de texto. Llega, se planta frente a su rostro y se va, tan pronto como el dedo índice se desliza por la pantalla del celular en busca de más información. Sin embargo, mientras que el chiste de Tute te deja pensando “qué simpático este muchacho”, el de Podeti te deja pensando “qué hijo de puta”. Dicho con el mayor de los respetos y conteniendo la carcajada.

Si hay un adjetivo que les calza bien a los dibujos de Podeti es “crudo”. Su trazo es un perfecto garabato, si se me permite el oxímoron. Los personajes son feos, con dientes que sobresalen incluso de boca cerrada, ojitos pequeños o lentes que tapan las pupilas, extremidades que se tuercen como si fueran un hombre de goma que pasó por las manos de un niño.

Todos estos elementos, manchados ocasionalmente por tonos de gris, gritan lo gracioso de su contenido. Y, a diferencia del pastorcito del cuento, cada una de las viñetas del autor cumple con el objetivo de hacer reír. Salvo que el lector haya perdido el dominio de sus músculos faciales, claro.

A diferencia de lo que ocurría con Quino, un enorme tanto en el humor gráfico como en la historieta, aquí prácticamente no hay viñetas mudas. En general tienen diálogo, y allí se esconde (a simple vista) la otra mitad de la magia. Sus globitos de texto, diseñados con la misma línea chunga, contienen las palabras justas y los remates precisos. Parecerá que exagero, pero es que este hombre anda con la pólvora seca desde hace un buen tiempo.

La cereza de la torta suele ser la oralidad de esos textos, ejemplificados desde el chiste impreso en la tapa, que además es, a opinión de este cada vez menos objetivo reseñador, el mejor de todo el libro: “¡Quiero que envejezcamos juntos, Graciela!”, dice un hombre arrodillado frente al amor de su vida, que le contesta con una mano en el pecho: “Ah bue, qué programón”. Esa respuesta, escrita en las típicas mayúsculas de la historieta, es un Podeti perfecto.

En cuanto a las temáticas, suele abordar a su manera los tópicos más conocidos del humor gráfico: desde el tipo que encuentra a su esposa en la cama con otro hombre, pasando por el diván del psicólogo (también favorito de Tute), el médico que da malas noticias, el criminal en el cadalso o la Parca llevándose a un recién fallecido.

La caja. De Esteban Podetti. Buenos Aires, Historieteca Editorial, 2019. 120 páginas.

La caja. De Esteban Podetti. Buenos Aires, Historieteca Editorial, 2019. 120 páginas.

Siempre con un humor que algunos definirán como “incorrecto”, pero que en realidad es mordaz, franco y directo. Que se ríe de sus propios clichés y nos deja expectantes hasta la llegada del chiste siguiente, que será a la vuelta de la página o en la próxima actualización de Facebook (@yocontraelmundopodeti) o Instagram (@podeti99).

La quinta de Gustavo

Por otro lado, tenemos la historieta, en esta oportunidad en el formato de tira horizontal, con un puñado de dibujos en secuencia que cuentan una pequeña historia. No con personajes recurrentes, como la Mafalda del mencionado Joaquín Salvador Lavado, sino con un elenco casi infinito que se reinventa en cada nueva entrega. Algo así hace su compatriota (y también figura de la casa) Andrés Alberto en cada revista Lento.

Bife angosto 5 es la más reciente recopilación de las tiras homónimas publicadas por Gustavo Sala en el suplemento No de Página 12 y luego compartidas por al autor en su Facebook (Gustavo Sala), Twitter o Instagram (ambos @tintadown), editada por Ediciones de la Flor.

Con el subtítulo “Humor con olor a rock” y la figura de una guitarra eléctrica haciendo caca con forma de notas musicales, desde su portada nos anticipa que habrá incontables referencias a artistas, discos y géneros musicales, así como una pasión por lo escatológico que acompaña la obra de este marplatense, con quien tengo el gusto de hacer el podcast Sonido bragueta, de frecuencia circunstancial.

Volviendo al libro, este Bife angosto 5 continúa la tradición de los anteriores, pero no es necesario haberlos leído para entender chistes como “Kraftwerk y el pelotudo” o “Roland Hanglin, el teclado machista de mierda”. Por momentos, Sala continúa filoso; por otros, naíf o absurdo, pero siempre muy divertido.

Los seguidores acérrimos descubrirán que en esta ocasión se optó por publicar las tiras en blanco y negro. Más allá de que se extrañe el coloreado, queda claro que los trazos de Sala se defienden muy bien con sólo dos colores. Y el cambio de formato de su sección hace que se intercalen tiras clásicas con otras que ocupan el total de la página. En cuanto al estilo, sigue apelando a lo que conocemos como “dibujo humorístico”, y le sigue saliendo muy bien.

Con respecto a la temática, regresan sus tradicionales obsesiones, como el Indio Solari, los comediantes de stand-up y cualquier cosa que salga del trasero de una persona, pero se suman elementos de actualidad, como Mauricio Macri o el trap (uno menos entendible que el otro).

El humor de Bife angosto es corrosivo, de mal gusto, con la cuota necesaria de incorrección política pero sin olvidarse de quiénes merecen realmente el escarnio y la burla: los machistas, los abusadores, los fascistas y los integrantes de La Beriso.

La caja. De Esteban Podetti. Buenos Aires, Historieteca Editorial, 2019. 120 páginas. Bife angosto 5. De Gustavo Sala. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2019. 96 páginas.