Hace algunas semanas llegó a las salas de cine la nueva versión de Dumbo “con actores de carne y hueso” que los estudios Disney encomendaron a Tim Burton. Y ahorita nomás se estrenó Aladdín, la siguiente de una larga e imparable lista de films que continuará en breve con una remake de El rey león dirigida por Jon Favreau, el mismo que en 2016 reformuló tan bien El libro de la selva.

Con tantos ejemplos, empieza a crearse toda una paleta de adaptaciones, que va desde la reproducción fiel del guion con pequeños cambios (el ejemplo perfecto es La Bella y la Bestia, de Bill Condon, estrenada en 2017), hasta la historia que construye algo nuevo a partir del original, como la mencionada obra del elefante volador.

Aladdín, pergeñada por Guy Ritchie (Juegos, trampas y dos armas humeantes, 1998; Snatch, cerdos y diamantes, 2000; Sherlock Holmes, 2009-2011), está más cerca de Condon que de Burton, lo que ata un poco sus manos como creador, pero el resultado final es una película colorida y entretenida. Algo lógico si se tiene en cuenta que sigue fielmente los pasos de la colorida y entretenida animación de 1992.

27 años más tarde, volvemos a encontrarnos con el ladronzuelo de corazón de oro (entrega a unos niños pobres la comida que acaba de robar) que se topa con la princesa Jasmín en las calles de Agrabah y queda perdidamente enamorado de ella. Este amor sobre toda diferencia social tendrá una oportunidad de concretarse cuando Aladdín encuentre una lámpara mágica que concede deseos. Sin embargo, el visir del sultán está urdiendo un plan para quedarse con el poder y, quizás, con la princesa.

Con esta premisa, veamos qué pueden esperar quienes compren su entrada y cuánto se sorprenderán aquellos que pueden recitar de memoria los diálogos de la original.

Un cancionero ideal

Una característica de los llamados “clásicos” de Disney, desde Blancanieves y los siete enanitos (Hand, Cottrell, Morey, Pearce y Sharpsteen, 1937) hasta nuestros días, es la fuerte presencia de canciones en las historias. Desde aquella que cantaban los enanos al ir y volver de la mina, hasta esa “Libre soy” con la que niños y niñas taladraron los oídos de sus padres luego de la llegada de Frozen: una aventura congelada (Chris Buck y Jennifer Lee, 2013).

Ritchie sabía que contaba con un puñado de grandes tonadas compuestas por Alan Menken, con letras de Howard Ashman y Tim Rice. Así que decidió abrazar el concepto de la película musical y permitió que sus protagonistas cantaran bien fuerte, sin sentir ninguna vergüenza por ello. De nuevo, algo similar a lo que hizo Condon hace un par de años, donde nadie le hubiera permitido obviar hits como “Bella”, “¡Qué festín!” o “La Bella y la Bestia”, tres composiciones nominadas al Oscar, con la última de ellas alzándose como ganadora.

Aladdín (la animada) tuvo dos canciones nominadas, incluyendo “Un amigo fiel” y “Un mundo ideal”, que le reportó otra estatuilla a los estudios Disney. Y podemos escucharlas de nuevo, junto a la pegadiza “Príncipe Alí”, interpretadas por nuevos actores. Hablando de ellos...

Caras nuevas

En la década del 90 no generó el rechazo que hubiera causado en la actualidad, pero aquella primera adaptación del clásico de Las mil y una noches tuvo un elenco de voces tan caucásico que duele. Las necesarias “correcciones” (palabra que muchos temen) obligaron a los productores a dar la diversidad necesaria a su elenco y en la mayoría de los casos alcanzan buenas versiones de aquellos personajes que habíamos conocido.

Mena Massoud logra contagiar toda la energía del protagonista epónimo. El actor de 27 años es creíble desde su comienzo, como “diamante en bruto”, hasta cuando logra sobrevivir a la Cueva de las Maravillas y se marea con el poder que le da la lámpara mágica. Naomi Scott también se luce como Jasmín, con un guion que tiene un par de sencillas motivaciones que la alejan de las princesas sumisas de Disney y la convierten en verdadera artífice de su destino, especialmente luego de que rueden los créditos.

El rol más difícil lo tenía Will Smith, no solamente porque el genio de la lámpara es una verdadera fuerza de la naturaleza, sino porque la actuación de Robin Williams (para aquellos que vieron la película animada en su idioma original) marcó uno de los puntos más altos en la carrera del actor, trágicamente fallecido en 2014.

Para peor, las primeras imágenes de Smith caracterizado como este ser todopoderoso decepcionaron a tanta gente, que los responsables del film salieron a aclarar que el color y los efectos todavía no eran los definitivos. Sonic no fue la única criatura azul que cosechó críticas de los internautas.

En la película el intérprete sale airoso, en especial una vez que nos acostumbramos a esos músculos digitales y esa constante flotación que, por momentos, no parece estar a la altura de la actual era digital. Pero su genio, que no es el de Robin Williams aunque se parece mucho, logra cargar con el peso necesario de la historia para que todo funcione.

Diferente es el asunto con Marwan Kenzari, quien interpreta al malísimo Jafar, eterno complotador detrás del trono del sultán (un correcto Navid Negahban). Aquel personaje anguloso, maléfico y sobre todo bastante veterano es reemplazado por un treintañero al que, además, le falta registro vocal para ser un villano de Disney. Quizás otra sería mi impresión si no tuviera tan presente al visir animado, pero no hubo un solo momento en el que superara el estatus de amenaza risible.

Hora de aventura

Con el guion de 1992 como Biblia a la que interpretar con bastante fidelidad, Ritchie no tiene oportunidad de aplicar aquellas ediciones frenéticas que le volaron el jopo a más de uno a finales del siglo pasado. Sin embargo, a la hora de la acción es capaz de transformar grandes secuencias animadas (la persecución en el mercado, el escape de la cueva) en grandes secuencias “con actores de carne y hueso”. Y algo de CGI (imágenes generadas por computadora), por supuesto.

Los altos valores de producción disponibles también le permitieron crear una atractiva Agrabah y cachetear nuestras retinas con la imponente entrada del príncipe Alí Ababwa y su gran séquito, salido de la imaginación del genio.

Como entretenimiento, en especial para los más jóvenes y los menos cínicos, funciona. Pero funciona porque es una copia ligeramente modernizada, y necesariamente diversificada, de una película muy entretenida. Al igual que en La Bella y la Bestia de Condon, uno se pregunta cuál es la necesidad de haber filmado esta remake. Seguramente podamos hacer una lista de razones, pero La Bella y la Bestia de Condon recaudó 1.200 millones de dólares y eso parece alcanzar y sobrar para que la seguidilla de recaudaciones continúe al menos por un tiempo más.

Fabuloso, Raúl, me encantan las plumas

Sabemos que el público uruguayo, en especial en películas familiares, se inclina por funciones dobladas al español. Por suerte Aladdín, como viene ocurriendo últimamente, llegó con algunas funciones subtituladas.

En el caso de los musicales, el doblaje suele cercenar los versos, eliminando juegos de palabras y abusando de los verbos en infinitivo. Y cuando hay subtítulos, estos se limitan a transcribir las letras de la versión doblada, produciendo textos rimados que distraen al espectador.

Pues bien, por primera vez desde que tengo memoria, en esta ocasión los subtítulos de las canciones son la traducción de lo que los actores dijeron en el inglés original, un detallecito que se agradece y que ojalá fuera la regla.