La editorial Fardo, dedicada a la literatura emergente, acaba de publicar Continuidades, una breve colección de poesías y relatos del investigador Gerardo Ferreira. En rigor, no se trata de un autor nuevo: Gerardo, que ha firmado crítica de cine y poesía en la diaria y la revista online Sotobosque, ya había publicado dos poemarios antes, Imagina del desierto (2009) y La sensación de un lugar (2013).

¿Dirías que el libro tiene dos partes, una primera de poesía y otra de prosa (“Instantáneas”), o lo ves, como sugiere el título del libro, como la extensión de una misma idea?

Diría que sí a ambas cosas. El libro tiene dos partes que exploran o amplían una misma idea, la de la continuidad, de la que todos los textos se contagian. Lo que intenté plasmar con ese concepto es que no se trata de decidirse por un género literario sino por las modulaciones de una voz que es la misma, al menos así lo percibo. Aparecen poemas que son prosaicos y prosas que son poéticas. Y me gusta ese lugar donde uno no debe elegir. Te da verdadera libertad.

La idea sería la de lo cotidiano, lo repetitivo, lo doméstico, con algunas miradas a episodios de la infancia. ¿Lo ves así?

Sí, tal cual. La poética de lo doméstico me interesa mucho en este momento porque toca dos zonas discursivas que puedo seguir revisando a través de la escritura: una zona genérica: los hábitos, rutinas, “tocs”, gustos, vicios, en fin, cuando bajan al papel se provoca un vínculo implícito con el lector que, si es exitoso, logrará identificarse como parte de mi cotidianidad, que acaso pueda ser la suya también. Y por otra parte, habilita una zona personal que me conecta con la experiencia desde un lugar reflexivo e íntimo: los disparadores más simples a veces son los que más contenido guardan, porque se dan por sentado, porque son lugares fijos que han resistido la repetición sin examen: mirar por la ventana, subir al bondi, comprar un pan, pisar una baldosa cuando llueve, hay toda una poética detrás de estas acciones que me parece lindo rescatar desde un código horizontal, sin que el lenguaje poético pierda su fuerza. En ese cruce de lenguajes aparecen la infancia, la literatura, los recuerdos, el amor, los viajes, la familia, todo lo que de alguna manera importa.

¿Qué dirías que ha cambiado desde La sensación de un lugar?

Cambié yo. En ese libro opera bastante la noción de artificio: “Estoy escribiendo esto para generar lo otro de tal manera”. Y funcionó, creo. Hay textos que quiero mucho en ese libro. Pero acá siento que me corrí bastante de mi lugar de confort, porque la posición y disposición de escritura fue otra. Le di más bola al oído, a la espontaneidad del pensamiento y a la emoción. Trabajé mucho para que el resultado sea algo de apariencia sencilla, pero tuvo un costo enorme desde lo afectivo. Es lo mejor que te puede pasar cuando escribís algo nuevo, bah, cuando creás algo desde cero. El premio de dejar todo es quedar satisfecho.