Recientemente el sitio de la revista Sudestada hizo pública una investigación sobre lavado de dinero en Uruguay y los vínculos con el caso Lava Jato. No entraremos en detalle de lo que allí se explica (remitimos a su ineludible lectura). Simplemente queremos colocar en el centro de nuestra atención y compartir una reflexión sobre la participación de un conocido emprendedor y abogado uruguayo (Ignacio de Posadas) y la relación con la religión dominante por excelencia en este momento: la religión neoliberal de mercado o la religión del capital.

Dicho emprendedor fue ministro de Economía y Finanzas en el gobierno de Luis Alberto Lacalle y legislador del sector herrerista. A fines de los años 90 y principios del 2000 estuvo relacionado con las sociedades y creaciones de empresas en las que –según se denunció públicamente– se podía lavar dinero: las famosas Sociedades Anónimas Financieras de Inversión (SAFI).

Habitualmente este ultramontano (que es directivo de la Cámara de Comercio Uruguay-Estados Unidos) escribe y publica sus opiniones. En sus escritos –publicados generalmente en Búsqueda y El País– se puede leer su impronta de católico conservador (sí, no todos los integrantes de la iglesia católica son conservadores: solamente recordemos a José Luis Rebellato; este año se cumplen 20 años de su fallecimiento y parecería que su pensamiento y su obra han caído en el olvido absoluto).

De Posadas cree en la igualdad, cree que todos somos iguales. Pero esta igualdad es particular: según su concepción, todos somos criaturas de dios y, a su vez, todos somos hermanos de Cristo. Esa es para él la igualdad. Aquellos que promueven y trabajan por una igualdad material y económica (expropiación, distribución de la riqueza, reparto de tierras para quienes la trabajan), terrenal (hacer el cielo en la tierra o tierra) tienden a quebrar la libertad de acción de los humanos, por eso –según este abogado emprendedor– se alienta la desigualdad ante la ley. De esta manera se va directo a la imposición continua de la ley y así a la pérdida constante de libertad, hasta llegar a la “castración de la imaginación”.

La religión neoliberal de mercado o la religión del capital necesita de la imaginación de las personas, necesita la libertad absoluta para que los agentes económicos (los humanos) puedan desarrollarse de manera plena. Digámoslo de una vez, para que puedan desarrollar su codicia tranquilamente (como veremos luego, esta es una forma de pensar en el prójimo).

El economista y teólogo alemán Franz Hinkelammer identifica que esta codicia se transforma en piedad en la religión de mercado. Pero no es cualquier piedad. Es la piedad del empresario, del emprendedor, del abogado que transforma el dinero “sucio” en legal. “Cuanto más alta es su ganancia, mayor ha sido la eficacia de su amor al prójimo, por medio del servicio que ha dado a su cliente”, señala Hinkelammer.

Por este motivo es que la religión de mercado es la religión dominante. Si el cristianismo/catolicismo se adapta a ella, pueden convivir y son socios sin ningún problema. De allí que los escritos del abogado emprendedor no sean contradictorios con estas dos religiones: por eso sus pensamientos e ideas contienen una coherencia con el accionar concreto que (aparentemente) desarrolla en su estudio jurídico.

Otro elemento que nos parece clave es el concepto de excelencia que maneja y sostiene este Hayek criollo. Los elegidos llegan a la excelencia. No es para todos el sobrevivir, el poder desarrollarse plenamente. Muchos, la mayoría, quedarán por el camino, quedarán fuera de la fiesta, fuera de todo el reparto, quedarán en la vía (no será la misma que trasladará al tren de UPM y, cuando terminen esta obra, también sus obreros quedarán en la vía).

Estas ideas hoy son dominantes en Uruguay, la región y el resto del mundo. Los seres humanos que viven en las calles, en un asentamiento o los que viven del micronarcotráfico, por ejemplo, son seres humanos no elegidos, ya que optan por vivir de esa manera. Ellos lejos están de la excelencia proclamada por el abogado emprendedor. Él tiene la capacidad de proferir sus ideas e inculcarlas en la sociedad.

No conforme con lo anterior, llega a dar cátedra de moral y opina sobre la seguridad del país y cómo este ha caído en una decadencia absoluta. También brinda una solución: aumentar la represión del delito. Por supuesto que no se dirige al delito realizado desde las grandes empresas multinacionales ni desde los estudios jurídicos, pues en esos lugares están los que desarrollan la excelencia de la religión de mercado.

Lo recién mencionado se sintetiza en la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30). En próxima vida seremos juzgados de acuerdo al uso que hayamos hecho de los dones que recibimos en esta. Inteligencia, posición económica, capacidad de dirigir, de convencer, de trabajar con la mente o con las meras manos.

Claro, todo lo recién mencionado es un don que nos brinda el señor, la autoridad máxima, el creador. Él con su poder es el que transforma a los seres humanos en elegidos para llevar adelante la obra de la religión del capital; los que quedan afuera serán los vagos, perezosos y poco imaginativos.

Por eso algunos están con los bolsillos llenos y buscan por todos los medios obtener paz en la tierra bajo cualquier circunstancia.

Héctor Altamirano es docente de Historia.