Creo que un lector de la diaria ya sabe que el desajuste climático es consecuencia del actual sistema productivo, pero no es seguro que le conste que para mantener el nivel productivo de Estados Unidos harían falta cinco planetas Tierra, y para mantener el de Europa, otros tres. Y que se prevén deshielos y desaparición de ciudades costeras en pocos años.

Todos tenemos interiorizada una percepción “naturalista” de este sistema de competencia en el que vivimos, combinada, a veces, con una resignada aceptación, como si se tratara de algo inevitable, imposible de cambiar.

Por capitalismo entendemos “la acción del mercado” (como reguladora de la competencia) por encima de una acción racional, suponiendo que la codicia, la corrupción, o simplemente el dirigismo del Estado, no pueden lograr un resultado mejor. Se nos presentan constantemente los ejemplos de experiencias “socializantes” en sus aspectos negativos (el Gulag u otros casos de autoritarismos indebidos), pero no sus efectos positivos (la Unión Soviética pasó del Medioevo a la era del Sputnik –con salud y educación para todos– en medio siglo).

Nos “informamos” y nos “cultivamos” con mensajes que emanan en 90% de empresas mediáticas capitalistas, que cultivan –y medran– reproduciendo una visión favorable al sistema vigente. Pero este sistema, en los últimos 20 años, concentró aun más la riqueza, al punto de que hoy unos pocos miles acumulan tantos medios financieros como los que dispone un tercio de la humanidad, esto es, casi 3.000 millones de habitantes.

Hace unos diez años, Bill Gates obtenía una ganancia diaria de dos millones de dólares, proveniente de sus programas informáticos y de otras inversiones. Ahora, es probable que el cálculo de sus ganancias deba hacerse por hora, no por día. ¿Por qué? Por el sistema bursátil de inversiones. Las cotizaciones en las bolsas varían minuto a minuto. Ya hay máquinas electrónicas que, automáticamente, registran y actúan, en forma instantánea, comprando –según instrucciones programadas– las más rentables. Es decir que el sistema competitivo ha llegado a niveles inimaginables de perfección (en verdad, de deshumanización) que aceleran y profundizan las injusticias propias del sistema.

Pero debemos volver al abecé del problema.

Los argumentos de que el egoísmo del ser humano, al enfrentarse con un sistema competitivo, genera un equilibrio que es saludable para la economía, no sólo han sido superados por doctrinas muy expandidas –hoy desmonetizadas–, sino que también lo fueron por realidades surgidas en muchos países, algunos capitalistas y otros socialistas o socializantes.

En algunos (pocos) países capitalistas, la llamada “legislación social” –jornada de ocho horas, descanso semanal, vacaciones pagas, jubilaciones, licencia por maternidad, seguros legales de salud, educación gratuita– está conformada por disposiciones racionales y solidarias que contradicen la teoría de la “libre competencia” y “las leyes del mercado”.

En los países socialistas o socializantes, esas mismas conquistas fueron acompañadas además por planes económicos racionales destinados a sostener la armonía del sistema social, con diferencias en cada caso: excesos de autoritarismo en los países socialistas o socializantes (muchas veces condicionados por la hostilidad internacional), y eficacia imperfecta en los países capitalistas, puesto que quedan siempre muchas situaciones “informales”, en las que predominan las leyes del mercado. A esto se suma lo que los economistas funcionales al sistema capitalista denominan “tasa natural de desempleo”, en referencia a la desocupación.

Los medios masivos de comunicación destacan siempre los excesos de autoritarismo en los escasos ejemplos de intentos socializadores, pero no lo hacen, por ejemplo, con Arabia Saudita, donde lapidan a las mujeres acusadas de adulterio. Tampoco mencionan los demás regímenes despóticos existentes por doquier. Además, ignoran, o minimizan la desocupación y la “informalidad” crónicas que existen en los países capitalistas con leyes sociales.

Dos comprobaciones

Lo que resulta incuestionable es que los avances científicos y tecnológicos son los que han hecho posible estas diversas experiencias: en algunas sociedades capitalistas, por acción de luchas sociales (y políticas); en las pocas experiencias socialistas o socializantes –todas ellas en países subdesarrollados– con menor vigencia del “liberalismo político”, el que, además, tenía en ellos poca tradición cultural.

La segunda comprobación es que el avance de la infraestructura económica ha sido decisivo en el surgimiento de las ideas solidarias que llamamos –genéricamente– socialistas. Ahora, ese avance (desmedido) empezó a actuar en la ideología emergente y es el que nos indica que debemos desprendernos, con la mayor urgencia, del capitalismo, antes de que este acabe con la humanidad.

Roque Faraone es escritor y docente.