Pocas veces en discursos políticos se puede decir tanto con tan pocas palabras, como las del “Conductor” Guido Manini Ríos citadas por la diaria: “Más que un programa o un equipo” se elige “un Conductor” que se encargue “de este barco que se está hundiendo y hace agua por todos lados” y lo lleve “a buen puerto”.

Es decir: no se necesita un partido político conformado por una colectividad capaz de discutir y proponer un programa, se necesita un “Conductor” (podría decirse “un Jefe”, “un Capitán”, “un Comandante”, “un Líder”) que, por supuesto, es él. En todo caso, si es necesario un partido político debe estar conformado por “seguidores”, personas con fe en que el “Conductor” sabe quiénes son los enemigos y cómo derrotarlos para llegar a “buen puerto”.

Por cierto que esta concepción no es nada nueva, tiene numerosos antecedentes. Para ilustrarlo, voy a citar algunos párrafos de un libro fascinante del filósofo español José Antonio Marina: La pasión del poder. Teoría y práctica de la dominación (Anagrama, 2008), donde analiza las formas de poder en las relaciones familiares, en las empresas y en la política.

Escribe Marina: “En 1927, Rudolf Hess (teórico del nacional socialismo alemán) comenta en una carta: ‘El gran líder popular se parece al fundador de una religión: ha de comunicar a sus oyentes una fe apodíctica. Sólo entonces puede ser conducida la masa de seguidores allí donde debe ser conducida’. Más adelante se refiere a España, citando a Primo de Rivera, fundador de la Falange: ‘El jefe no debe obedecer al pueblo, debe servirle, que es una cosa distinta; servirle es ordenar el ejercicio del mando hacia el bien del pueblo, procurando el bien del pueblo regido, aunque el pueblo mismo desconozca cuál es su deber; es decir sentirse acorde con el destino histórico popular, aunque se disienta con lo que la masa apetece’”.

Agrega Marina: “Los hilos de comunicación del conductor con su pueblo no son ya escuetamente mentales, sino poéticos y religiosos. Precisamente para que un pueblo no se diluya en lo amorfo –para que no se desvertebre–, la masa tiene que seguir a sus jefes como a profetas. Esta compenetración de la masa con sus jefes se logra por un proceso semejante al del amor. De ahí la imponente gravedad del instante en que se acepta una misión de capitanía”.

Finalmente, no estoy diciendo que el “Conductor” Manini sea nacionalsocialista o falangista, sino que su postura política tiene esos antecedentes. Acaso eso explique por qué un joven con una camiseta nazi lo fue a escuchar, quizás necesitando un Líder. Mi consejo es que le diga: “vení cuando quieras, pero sin la camiseta”.

Sergio Villaverde es médico y escritor.