“Para mí esto sigue siendo de vida o muerte, una cuestión en la que me la juego haciendo lo mío. Las reglas actuales, antiguas o futuras me importan un comino. No sé si la palabra me queda grande o chica, pero soy un artista, y la ética y la conducta de un artista son mostrar lo que está haciendo, el último cuadro que hizo, y chau”. Son palabras de Fernando Cabrera, que hoy se presenta por segunda vez en la sala Zitarrosa (a las 21.00, con entradas por Tickantel a $ 500 y $ 700), gracias a que la función de ayer se agotó.

Se trata de un espectáculo de una hora y media en el que estrenará siete u ocho canciones –casi la mitad del show– que formarán parte de su nuevo disco de estudio, que está grabando en Sondor y engalanará las bateas en 2020.

Cada día que pasa se vuelve menos común que un músico toque canciones que todavía no vieron la luz en un disco, video o plataforma online. Cabrera ve que los recitales se han convertido cada vez más en un entretenimiento, entonces, dice, como el público les atribuye esa característica, los artistas piensan en tocar “las cosas más ligeras o más conocidas”, para que haya “menos riesgo”. “Pero yo vengo de otra época, y francamente para mí es muy natural. Una vez que tengo una cantidad de material me viene ansiedad por mostrárselo al público; de repente es una ansiedad que no va de la mano con los tiempos lógicos de la industria, pero no me importa”, enfatiza el cantautor.

A Cabrera le gusta hacer este tipo de recitales para ver cómo reacciona el público ante las canciones nuevas. De todas maneras, le da un “peso relativo” a la primera impresión, ya que tampoco va a mandar al banco de suplentes una canción ante una respuesta tibia. Porque, se sabe, hay canciones –y sobre todo de Cabrera, que es popular pero no muy pop– que pegan tarde.

Cuando se le pregunta al músico por canciones suyas que hayan tenido una respuesta tímida de primera y luego se hayan convertido en clásicos infaltables, contesta “todas” y se ríe. Pero luego recuerda que cuando estrenó en vivo el que quizá sea su máximo himno, “La casa de al lado”, en un recital junto a Eduardo Darnauchans, a principios de los 90 –antes de que saliera el disco Fines, de 1993–, de inmediato se produjo una ovación. Similares reacciones provocaron los temas del que hasta ahora es su último disco, 432 (2017), cuando los estrenó en Bluzz Live.

En 432 Cabrera grabó con su banda estable de hace varios años, pero para el nuevo álbum está grabando él solo todos los instrumentos –ya registró la base de 13 canciones–, con su ritmo pausado y meticuloso de orfebre: bajo, percusión –no habrá batería– e incluso pianos –aunque “muy sencillos”, acota Cabrera, y aclara que no es pianista– y, por supuesto, varias guitarras y coros. El bardo de Ciudad Vieja ya se había puesto el traje multiinstrumentista en otras grabaciones, como en la versión de la canción de Larbanois & Carrero que incluyó en 432, “De las contradicciones”, pero es la primera vez que lo hace en un disco completo. “Es un gusto que me quiero dar, porque si podés hacerlo es muy lindo y una satisfacción muy grande”, dice.

Pero no sólo trae novedades en la forma de grabar el disco, sino también en el terreno de las canciones. Si bien no puede evitar que sean “cabrerísticas” –un estilo indefinible pero identificable–, adelanta que no tienen el mismo tipo de acordes, y tampoco ritmos similares ni el mismo tipo de melodía que escuchamos en sus discos anteriores. El recorrido por el camino de la novedad también se toma en las letras: muchas cuentan historias aún vírgenes en el cancionero de Cabrera.

“Hay un tema que habla de mi época liceal, y es la primera vez que se me ocurre hacer algo sobre ese asunto. Después hay una canción sobre un viaje al interior. A la persona que relata le van pasando una serie de cosas, y está situada en otra época, a principios del siglo XX. Hay otro que habla de una estancia, que también está como flotando en el tiempo, pero abarca todo el período de nuestra historia; es como si fuese un vehículo: te metés en la estancia y se traslada. Hay otro tema que habla de un tipo que se llama Quemando Karma que tiene la sensación de que vivió otra vida en el pasado, pero al mismo tiempo sospecha –porque no le queda del todo claro– que en esa otra vida fue mujer”, cuenta Cabrera. Por último, dice que hay una canción que puede resultar “blasfema”, ya que “modifica” nada menos que la vida de Jesucristo, aunque quizás se pueda pensar que no resultará muy polémica porque Uruguay no es un país muy cristiano que digamos. “No, pero mi familia sí”, acota el músico.