A veces la singularidad de la obra de algunos escritores genera una discutible y selectiva admiración carente de inocencia. Ese es el caso del escritor uruguayo Tarik Carson da Silva (1948-2014), y a quien sorprendan sus nombres no debe esperar menos de su literatura. Dos libros de cuentos que fracturaron el silencio en especiales circunstancias históricas, El hombre olvidado (1974) y El corazón reversible (1986), fueron reeditados en forma conjunta en 2010 por la editorial Irrupciones.

Las variadas etapas de su creación indican distintas dimensiones de series temáticas que permean hermandades secretas, sectas, violencias rituales y culturales, ciencia militarizada en extrañas y asfixiantes estructuraciones sociales, mutaciones, sexualidades despistadas, culposas, utilitarias, pretensiones irónicas, canibalismo organizado, torturas, alegorías revueltas, paisajes brumosos e indefinidos, así como viajes milenarios en naves espaciales y devaneos incómodos. Pero también humor, crueldad, sadismo, una invasiva cartelería de mundos posatómicos, pantallas desconcertantes que parecen tensionar y configurar la distorsión de mundos alternos con tránsitos contaminados. Y quizá esta desgobernada enumeración sólo sirva para ser recordada como un halo inconsistente cuando soñemos con retener alguna certeza en la potente estrategia de indeterminación de El corazón reversible.

Vista la obra de Carson da Silva en perspectiva, cabe arriesgar que el trabajo creativo del escritor riverense también explora varios márgenes ficcionales en la línea de Felisberto Hernández, LS Garini, Armonía Somers, Héctor Galmés, Mario Levrero, Juan Introini y Ricardo Prieto.

Los raros

El nombre de este autor se suele vincular, con simpleza, a los “raros”. Sin embargo, el desarrollo de un esteticismo alejado de los códigos realistas, influido por ciertas correspondencias argentinas de la literatura fantástica, lo distingue parcialmente de la etiqueta propuesta por Ángel Rama cuya intención inicial era desmarcar a los “raros” uruguayos del grupo de la revista Sur. Y es que su temprana ruptura con el realismo dominante (marcado por la destrucción de sus primeros relatos realistas a mediados de los 60) le permitió a Carson abrirse camino a una personalísima idea de literatura fantástica (que incluía a la ciencia ficción como un derivado menor) de la mano de Jorge Luis Borges y una serie de lecturas de Franz Kafka, Edgar Allan Poe y Ambrose Bierce, entre otros.

Como Mario Levrero, en sus dudas críticas frente a las categorías literarias de peso histórico (como la llamada literatura fantástica o la asociada con esa especie de “compulsiva fidelidad” que fue y sigue siendo la práctica de la ciencia ficción en el continente) Carson se resuelve en una decodificación sin precedentes. Pero las influencias no sólo admiten la irrupción de lo fronterizo en aspectos netamente literarios: la gran biblioteca esotérica de sus abuelos en Rivera transmutó en una experimentación de la mano de referencias y temáticas ocultistas y seudocientíficas que realmente llegaron para complicar el panorama.

Contrariamente a la idea de una utopía negativa, en sus comienzos Carson amasijó una actividad seudoensayística reorganizando categorías cuya mezcla lo llevó a escribir, muy tempranamente, un potente cuento llamado “Ogedinrof”. Otro cuento que acompañó la edición de El hombre olvidado (criticado por Heber Raviolo en 1974, en el anteúltimo número del semanario Marcha) fue “Por la Patria”, un superviviente del realismo que, con un incisivo sacrilegio político, armó de valor a los moralistas, quienes lo castigaron retirando su libro de los puestos de ventas.

Su paso por el grupo Universo, junto a autores como Hugo Giovanetti, Guillermo Chaparro, Daniel Betancourt y Hugo Bervejillo, le dio más de una herramienta y batió innumerables técnicas en su creación. A partir de 1976, su viaje a Argentina (donde vivió hasta su muerte, sin perder contacto con el panorama literario uruguayo) lo acercó al “boom de la ciencia ficción de los 80”. A partir de 1983, su atractiva y aguda forma de escribir le permitió publicar cuentos en un importante número de revistas y fanzines que florecían durante la época de la restauración democrática argentina (Nuevomundo, Sinergia, Clepsidra, Cuásar, Neuromante, entre otras), además de escribir reseñas y críticas sobre autores de ciencia ficción. Así como su compatriota Levrero, con quien tuvo varios contactos y por quien profesó una indestructible y crítica admiración, también supo hacerse del premio Más Allá, del Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía.

Percibido como un caso disruptivo, capaz de salir del gueto del llamado género de la ciencia ficción, una parte importante de su obra se distanció de las prácticas circundantes, algo que podríamos asociar al recurrente Levrero y al escritor argentino Carlos Gardini, con quienes compartió la antología Latinoamérica fantástica (1985). Y, ciertamente, la aparición de El corazón reversible puso en jaque la codificación fantástica. Cuentos como “El corazón reversible”, “Los labios de la felicidad”, “La muerte de los reflejos insoportables” y “Percepciones extrañas” experimentan, transmigran y contraen aspectos decantados de la práctica de la ciencia ficción, desarticulan postulados y motivos de la llamada literatura fantástica y cultivan rasgos esotéricos, mediados por resonancias y latidos alegóricos.