Nota publicada por El Orden Mundial

¿Qué conecta fenómenos tan dispares como la piratería somalí, la diáspora caboverdiana y la hambruna en la costa de Senegal? Aunque pueda parecer que no tienen nada en común, lo cierto es que en mayor o menor medida los tres están condicionados por la pesca intensiva en las costas africanas. Este sector también reproduce las desiguales relaciones de poder que dominan el mundo: a causa del agotamiento de los caladeros tradicionales en los países desarrollados, África ve cómo 100 años años después de la colonización de sus tierras les ha llegado el turno a sus aguas.

La pesca es un sector fundamental para la economía y la subsistencia de los países costeros africanos. Tanto es así, que en todo África son más de 12 millones de personas las que viven de ella directamente, por lo general pertenecientes a comunidades pobres. Sin embargo, la gran mayoría de estas personas son pescadores artesanales a los que les ha salido un duro competidor: las grandes empresas pesqueras. 97% de las horas pesca en alta mar a nivel global las realizan las flotas pesqueras de los países ricos, así como 78% de las que tienen lugar en aguas de países pobres. Esta estadística está dominada por los países con las mayores flotas del mundo: China, Taiwán, Japón, Corea del Sur y España, en ese orden.

África cobra una gran importancia como uno de los principales destinos de los barcos pesqueros de las flotas más desarrolladas. Como ejemplo, barcos extranjeros realizan 95% de las horas de pesca en aguas de Guinea Bisáu. En Mozambique, sólo uno de los 130 buques atuneros que tienen licencia para faenar en el país pertenece a la antigua colonia portuguesa. En las costas africanas se encuentran algunos de los mayores caladeros del mundo, pero entre todos los países del litoral no suman más de 30.000 buques pesqueros de los más de 4,5 millones que existen en el mundo. Las flotas pesqueras de medio mundo se han lanzado a la conquista de las aguas africanas, frente a la que apenas han encontrado resistencia.

La expansión pesquera

El interés de estas compañías en la pesca africana obedece principalmente a dos razones. La primera tiene que ver con el progresivo agotamiento de los mayores caladeros de sus países que, como denuncian organizaciones medioambientales, cada año se explotan a un nivel mayor del recomendable. El desarrollo de las técnicas pesqueras y el consiguiente aumento de la producción no ha ido acompañado de medidas suficientes para asegurar la recuperación de los bancos de peces, lo que ha provocado una situación como la que sufre Europa actualmente: 35 de sus 40 mayores caladeros están sobreexplotados y no se regeneran a una velocidad suficiente. De esta manera, el pescado europeo está pasando a convertirse en una rareza en las pescaderías del continente –actualmente supone alrededor de 40% del mercado– y cada año se adelanta más la fecha en la que Europa ha consumido el equivalente a la totalidad de sus recursos pesqueros anuales. En 2019, ese día llegó el 9 de julio, 30 días antes que en 2000.

En Asia la situación no es mucho mejor. El este y el sureste de ese continente son las regiones que más pescado consumen del mundo, con más de 30 kilos al año por persona en una de las áreas más pobladas del planeta, y cuentan con verdaderos imperios pesqueros que surcan los mares en busca de pescado. Estas empresas no venden solamente a Asia, sino que controlan un mercado que provee a medio mundo. De esta manera, hace tiempo que el Pacífico y el Índico se le quedaron pequeños, algo en lo que también ha contribuido mucho la sobreexplotación de sus principales caladeros.

Ello lleva directamente a la segunda causa: la huida hacia delante. Ante la escasez de pescado, la solución que han encontrado las grandes compañías pesqueras ha sido pescar más lejos y más profundo, poniendo sus ojos en los por ahora no tan explotados caladeros de los países africanos. Se trata de países cuya flota pesquera es más bien artesanal y de poca capacidad, con escasas posibilidades de competir con los grandes buques a la hora de capturar toneladas de pescado. Son también, en muchos casos, países donde la regulación de la pesca es mucho más laxa, ya sea por la falta de medidas legales o por la falta de medios para ponerlas en práctica.

Hay más factores que explican este auge. La pesca, al igual que muchos otros sectores, es una actividad cada vez más industrializada, tanto por los medios y técnicas empleados como por el volumen de producto que se maneja. Hoy en día, se producen anualmente alrededor de 200 millones de toneladas métricas de pescado, una producción que prácticamente duplica la de 1990. Aproximadamente la mitad de ese pescado proviene de la acuicultura, técnica que representa el máximo exponente de esta industrialización. Su desarrollo no ha sido igual en todo el mundo: mientras que en China representa 73% de su producción de pescado, África continúa basando la mayoría de su producción en las capturas marinas, con sólo 17% proveniente de la acuicultura. Sin embargo, ese dato puede llevar a engaño.

Para producir tantísimo pescado, las granjas de acuicultura de China, Noruega y Chile necesitan cantidades ingentes de harina de pescado: con este producto, basado en peces muy baratos, como boquerones y sardinillas, se alimenta a peces más caros, como salmones y carpas. La demanda es tal que actualmente más de 20% de las capturas salvajes en todo el mundo se destinan a la harina de pescado, y África, especialmente su costa occidental, está convirtiéndose en un destino muy atractivo de las fábricas que la producen. El negocio, que mueve más de 150.000 millones de dólares al año, ha desembarcado con especial fuerza en países como Senegal, Gambia y Mauritania, arrasando con las poblaciones de peces como la sardinela y poniendo en grave riesgo la sostenibilidad de la pesca: para el engorde de un solo kilo de salmón de acuicultura se precisan seis kilos de pescado salvaje transformado en pienso.

Los tratados de pesca

Los peces generalmente se concentran en las zonas costeras, dentro de ese espacio de 200 millas náuticas desde la costa que se conocen como la zona económica exclusiva (ZEE) de cada país. Aunque las ZEE representen solamente 35% de la superficie marina mundial, en ellas se encuentra 90% de los recursos pesqueros. La entrada en vigor de la Convención de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre el Derecho del Mar en 1994, que reconocía el derecho de los estados a controlar los recursos de sus ZEE, amenazaba el acceso de los europeos, chinos y japoneses al preciado pescado de otros países donde faenaban, como los africanos. Sabedores de ello, los gobiernos de las principales potencias pesqueras han alcanzado multitud de acuerdos de pesca, tanto públicos como privados, que les permiten acceder a estas aguas.

Estos acuerdos suelen implicar la concesión de una licencia pesquera a cambio de dinero. Sin embargo, estas cantidades suelen ser ínfimas en comparación con las ganancias que se generan. La FAO, la agencia de la ONU para la alimentación, calcula que mientras que los países africanos reciben 440 millones de dólares al año por estas licencias, podrían ingresar 3.640 millones anuales si ejerciesen ellos mismos esos derechos de pesca. Es la eterna condena que ya sufre África en otros sectores: le sobra la materia prima, pero al no contar con medios productivos que permitan su extracción, transformación y conservación, el valor añadido acaba en los bolsillos extranjeros que sí tienen esos recursos. En este caso, las grandes beneficiadas son las principales compañías pesqueras del mundo, como Maruha Nichiro, Mitsubishi, Marine Harvest y Pescanova, entre las que no se encuentra ninguna africana.

La Unión Europea (UE) mantiene acuerdos de pesca con 11 países africanos, además de uno con Groenlandia, aunque ha llegado a firmar más con otros países del continente. Estos acuerdos permiten el acceso de los navíos europeos a las ZEE a cambio de formación, equipamiento y dinero calculado de dos formas: una cantidad fija anual y otra en función de la cantidad capturada. La formación y el equipamiento se financian con ese mismo dinero, por lo que, a grandes rasgos, constituye la única contrapartida que reciben los terceros países. 79% de las capturas de la UE se hace en aguas territoriales europeas y 8% en la ZEE de los países con los que la UE tiene acuerdos; por el acceso a esas aguas, la UE paga de media 200 millones de dólares en total, 25% de los cuales corre a cargo de las empresas privadas, y el resto, de los gobiernos.

Otros países, como China, donde el consumo de pescado ha aumentado significativamente hasta suponer en la actualidad un tercio del total mundial, también han concertado importantes tratados con países costeros. El gigante asiático posee la mayor flota de pesca en aguas lejanas del mundo y es, con diferencia, el país que más explota los mares ajenos, con presencia confirmada en 93 países. De todas estas operaciones, las mayores son las que desarrollan en territorio africano, algo que promete ir a más cuando Pekín ultime sus planes de expansión en el continente en el marco de la Nueva Ruta de la Seda.

Corea del Sur, que obtiene 45% de sus capturas fuera de su ZEE, es otro país con presencia importante en las costas africanas. Junto con Japón y Taiwán, China y Corea del Sur ocupan los cuatro primeros puestos de la lista de potencias pesqueras en aguas lejanas, y todos ellos tienen numerosos barcos faenando en África. Generalmente, estas expediciones también reciben importantes subsidios de sus países de origen: China destinó 20.000 millones de dólares en ayudas a la industria pesquera entre 2011 y 2015, mientras que Taiwán otorgó subsidios por valor de 80% de las capturas totales en 2009. Sin embargo, la geopolítica juega un papel importante aquí, y desde hace cinco años, coincidiendo con el desembarco de la inversión china a gran escala en muchos países africanos, los pesqueros de los otros tres países están desapareciendo, reemplazados por los chinos.

La pesca ilegal

Uno de los principales problemas que surgen a la hora de conocer el verdadero impacto de la pesca es la enorme cantidad de pesca ilegal, no declarada y no reglamentada que aún existe. Según la FAO, esta clase de pesca supone casi 40% del total en África occidental y 20% en África oriental. Las consecuencias son desastrosas: se calcula que la pesca clandestina provoca pérdidas anuales de más de 3.000 millones de dólares, una cifra ocho veces mayor que el montante que los países africanos reciben a cambio de las licencias.

Y eso son sólo los efectos económicos, porque las consecuencias medioambientales son igual o más graves. Quienes llevan a cabo esta actividad pueden llegar a usar redes de arrastre de decenas de kilómetros de extensión cuya boca es capaz de absorber hasta 16 Boeing 747, arrasando con todo lo que encuentran a su paso. Este tipo de técnicas producen daños colaterales irreparables y convierten vida marina en desperdicios que algunos estudios sitúan hasta en 35% del total de capturas mundiales. Además, la pesca legal ya se basta para llegar al tope de las cuotas de pesca que establecen los gobiernos africanos –que ya de por sí suelen estar por encima de los niveles recomendados–, por lo que toda pesca clandestina corresponde a capturas extralimitadas que amenazan muy seriamente la sostenibilidad de los caladeros africanos.

A la hora de combatir esta lacra, los gobiernos africanos se enfrentan a la falta de medios y de voluntad. Por ejemplo, China es el país más señalado por practicar la pesca clandestina, pero los acuerdos que Pekín mantiene con muchos países africanos en otras materias lo desincentivan a perseguirla. Incluso si quisiera tomar medidas, la mayoría de los gobiernos de la región no cuenta con la capacidad para vigilar la totalidad de su ZEE. Kenia sólo tiene un barco guardacostas para vigilar todas sus aguas, adquirido en noviembre de 2018, y no es una excepción. Sin medios que garanticen su cumplimiento, las normativas pesqueras son poco más que papel mojado, y los mares quedan desprotegidos ante la pesca ilegal.

El impacto socioeconómico

Para muchos de estos países, como Marruecos, Mauritania y Seychelles, la pesca representa una de sus principales exportaciones y un motor importante de su economía. Sin embargo, pocos son los pescadores locales que no han visto empeorada su situación tras la llegada de la pesca industrial. La pesca artesanal, a la que se dedica la gran mayoría de los pescadores africanos, agrupa a 90% de los empleos relacionados con la pesca a nivel mundial, pero la riqueza se concentra en las grandes compañías, que emplean a mucho menos personal y, a menudo, dirigen sus actividades hacia la rentabilidad económica, sin tener en consideración su impacto social y medioambiental.

La pesca intensiva ha provocado consecuencias negativas para muchas de estas poblaciones, que han reaccionado de diversas maneras. En Somalia, los pesqueros internacionales esquilmaron los caladeros aprovechando la inestabilidad de la guerra civil, obligando a los pescadores locales a integrarse en los grupos de piratas que aterrorizaron el golfo de Adén a principios de esta década. Aunque fueron prácticamente destruidos por una alianza militar internacional, desde 2017 se han vuelto a registrar ataques y la violencia podría volver a aumentar tras la firma del reciente acuerdo pesquero con China.

En Cabo Verde, país donde una gran parte de la población vive directa o indirectamente de la pesca y que no cuenta con muchos otros recursos económicos, la respuesta no fue la violencia, sino la emigración. Las prohibiciones del gobierno colonial portugués a que los caboverdianos desarrollaran el sector pesquero les impidió aprovechar los inmensos recursos marítimos del archipiélago, lo que los condenó a grandes hambrunas y a la huida del país de cientos de miles de personas en la primera mitad del siglo XX. Finalmente, esa industria se desarrolló con la independencia del país, pero está en manos de flotas europeas o asiáticas que acaparan la mayor parte de la producción. De esta manera, se impide que sean los propios caboverdianos los que puedan desarrollar su economía nacional y favorecer así el regreso de la población emigrada, que ya es más del doble que los caboverdianos que viven en el país.

Los pescadores africanos tienen cada vez más dificultades para volver con suficientes capturas, lo que pone en riesgo a las poblaciones que dependen del pescado para su alimentación. La costa de Senegal, uno de los mayores caladeros de África, provee de 75% de las proteínas que consume la población senegalesa, así como la de países vecinos como Burkina Faso y Malí. Allí el pescado es el alimento básico, pero los pescadores tienen cada vez más complicado conseguirlo, porque 90% de los caladeros del país están sobreexplotados y al borde del colapso, a causa de la intensa actividad de los pesqueros europeos y chinos.

La falta de pescado ha desencadenado migraciones, hambrunas y episodios de violencia a lo largo del país, algo que sucede también en las vecinas Guinea y Mauritania. En Sierra Leona, donde el pescado supone más de 80% de las proteínas de origen animal que ingiere la población, los buques extranjeros redujeron los caladeros hasta tal punto que el gobierno ha llegado a prohibir por completo la pesca industrial por períodos de un mes para permitir la recuperación de los bancos de peces. Y estos problemas no son fenómenos exclusivos de estos países, más bien al contrario.

Cuando la riqueza de la pesca, de la minería o del petróleo se va fuera, se fuerza a millones de personas a emigrar detrás de ella como única forma de sobrevivir. Si se suman las pérdidas de la pesca ilegal al importe que deja de ingresar por no ser ellos quienes pescan sus propios peces, la pesca debería reportar a los países africanos aproximadamente 6.000 millones más al año de los que actualmente reciben. En los países costeros de África, la llegada de la industria pesquera ha venido de la mano del expolio de los recursos marítimos del continente por parte de terceros países, que se añaden así a la larga lista de recursos naturales africanos bajo explotación extranjera. Sin el control de sus recursos más básicos, cualquier esperanza de los africanos seguirá pasando por emigrar y no por construir un futuro mejor en sus propios países.