No es que Louis Garrel, el director, protagonista y coguionista de Amante fiel, imite a su padre, el famoso cineasta Philippe Garrel. Pero, claramente, está en sintonía con su herencia. No sólo se dedicó al mismo arte, sino que lo aborda, al menos en esta, su segunda película autoral, con un mismo criterio de respeto por ciertas tradiciones cinematográficas francesas. Es decir, la herencia de su padre implica, de por sí, prestar atención a algunas herencias del cine francés de los últimos 60 años. En el caso de esta película, esos tributos tienen que ver con la veta más clasicista de la Nouvelle Vague (François Truffaut, Éric Rohmer), con la versión pos Nouvelle Vague de la tradición de la qualité (esa premisa estilítico-temática que Truffaut, luego de señalar despectivamente, contribuyó a perpetuar en forma renovada) y con el cine de Robert Bresson. Louis Garrel tenía 33 años cuando concibió y rodó esta película: en la escritura, quiso que colaborara el octogenario Jean-Claude Carrière (uno de los más prestigiosos guionistas vivos) y, en la música, recurrió al entonces sexagenario Philippe Sarde (compositor de varios directores importantes, incluido Bresson).

La influencia de Bresson es especialmente clara: al igual que ese gran maestro, Garrel no tiene empacho alguno en usar recurrentemente la voz subnarradora de alguno de los personajes para explicar detalles del pasado, sintetizar lo que está ocurriendo, explicitar y definir lo que el personaje sintió en ese momento. Sin que los actores pongan esa “cara de nada” que le gustaba a Bresson, las actuaciones son de baja intensidad, basadas en detalles de expresiones faciales y en reacciones contenidas. Marianne le dice a su compañero Abel que está embarazada del mejor amigo de él, Abel hace unas preguntas para asegurarse de los detalles esenciales de la situación y empieza a prepararse para dejar la casa. La onda general es “qué triste, pero la vida es así”: todo bien civilizado, razonable. Otro aspecto muy bressoniano es el gusto por los planos cerrados y la austeridad formal (pocos movimientos de cámara, nada de ángulos llamativos).

Amante fiel es sencilla, escueta, directa y breve (dura sólo una hora y cuarto). La primera imagen es un panorama urbano con la torre Eiffel bien destacada, como quien dice “la historia que sigue transcurre en París”. Un giro panorámico con un ajuste hacia abajo y un zoom adelante concentran la imagen en la fachada de un edificio parisino de formato tradicional, y asumimos que los personajes, que aparecerán en el plano siguiente, viven ahí. Se podría reprochar tanta simplicidad, si no fuera porque es claro que la película cultiva esa poética de lo directo, de lo dicho sin adornos, sin volteretas.

Ese carácter directo trasciende el estilo e invade a los propios personajes, sus decisiones y acciones, y es eso lo que impregna este drama amoroso con un levísimo toque de comedia. En esencia, Abel retoma su relación amorosa de hace ocho años con Marianne, luego de que queda viuda. Pero Ève, la jovencísima hermana del fallecido esposo de Marianne, ama a Abel, y se produce una situación de triángulo. Nadie esconde lo que piensa por demasiado tiempo, y todos, en algún momento, dicen lo que piensan como si no existieran las timideces, las convenciones represoras y el temor a quedar pegado. “¿Quisiste matar a alguien alguna vez?”, pregunta Abel a Joseph, el hijo de Marianne. “Sí, a ti”, contesta el niño tranquilamente. “¿Te molestaría que me casara con tu mamá?”, insiste Abel, en forma quizá redundante. “Sí”, contesta el niño con sencillez. Algo celoso porque Marianne le fue infiel durante un tiempo, Abel le pregunta todas las curiosidades que uno por lo general reprime: si, en alguna ocasión, ella llegó a acostarse con ambos en un mismo día, y con quién le gustaba más el sexo.

Pequeña y refinada

Los personajes son sinceros entre ellos, y también con nosotros, cuando nos cuentan de todo en su voz over: es muy interesante que los tres integrantes del triángulo alternen la voz subnarradora. Es casi como si se tratara de una investigación y estuvieran contando a alguien su punto de vista de la historia. Hay un momento en que un personaje nos cuenta algo, cortamos a otro personaje y su voz empieza: “Por mi parte…” y sigue diciendo qué le pasó a él.

Con otro tratamiento, una historia como esta podría manejar emociones muy intensas. Aquí, simplemente la seguimos con interés. Esto en realidad es todo un logro, porque no es fácil enganchar con una historia que se arma sin misterios y sin expectativas fuertes, con un personaje central que, en esencia, se deja llevar por las situaciones que se generan a partir de que dos bellas mujeres lo quieren por momentos, y, por otros, lo dejan de querer. Él simplemente navega en ese mar de afectos, melancólico cuando le va mal, y conforme cuando le va bien.

El potencial simbólico de un vínculo amoroso entre personajes llamados Abel y Ève (Eva) no se explora. El estilo es simple pero muy elegante, lleno de paralelismos (plano de Marianne escribiendo, corte a Abel, en otro sitio, escribiendo en una postura idéntica y tomado desde un ángulo muy similar). Dentro de lo escueto, clásico y directo, hay opciones poco comunes, como el diálogo en el auto entre Abel y Joseph: una situación de plano-contraplano en que los dos personajes miran a una misma dirección en la pantalla no es lo usual, y el manejo sabio de la puesta en escena se las arregla para dar colores diferenciados a los planos de uno y de otro, además de un rico juego de reflejos en la ventanilla que será utilizado para el plano en que Joseph se baja del auto. No creo que sean detalles como para ser observados, pero contribuyen al aire no vulgar y un poquito descolocado de esta película pequeña pero refinada.

Amante fiel (L’Homme fidèle), dirigida por Louis Garrel. Con Louis Garrel, Lætitia Casta, Lily-Rose Depp. Francia, 2018. En Cinemateca, Alfabeta.