Se está terminando el carnaval, una de las expresiones populares y culturales más intensas en nuestro país.

Las murgas exponen la realidad política y social en un formato cada vez más sofisticado; no sin sesgo, como corresponde. No soy especialista en la materia, pero sí me transformé en un espectador entusiasta.

Tan arraigado está el arte de interpretar e interpelar cantando, que cuando algo sacude la cotidianidad social, deportiva o política, escuchamos frases como: “Pah... cuando lo agarren las murgas...”, “qué cuplé van a hacer con esto...”, etcétera.

Los carnavaleros, espectador y actor, se funden en un rito sagrado que empieza con la prueba de admisión y tiene uno de sus puntos más intensos en la liguilla. Ni hablar de la expectativa y dilucidación de los premiados. Pero me detengo en la materia que empieza a vislumbrarse en la prueba de admisión y estalla, sí, estalla en la primera ronda.

La sátira, las historias y los relatos, la música original y la creativamente adaptada, exponen lo que resulta ser el corazón de cualquier expresión cultural: las ideas. Aquí se transmiten a través del humor, la ironía, la poesía, la narración, y cada año me sorprenden más.

Las murgas cumplen genialmente con lo que Frei Betto denomina alfabetización ideológica o política. Sí, eso que en los últimos años algunos de nosotros debimos hacer mejor.

Es maravilloso ver la capacidad que tienen para explicar en términos llanos tanto nuestras pequeñas conductas cotidianas como la geopolítica global. Interpretan nuestras emociones, preocupaciones, sueños; atrapan nuestras subjetividades y le ponen brillantina y música.

Las murgas cumplen genialmente con lo que Frei Betto denomina alfabetización ideológica o política. Sí, eso que en los últimos años algunos de nosotros debimos hacer mejor.

En un carnaval en pleno año de dilucidación electoral, se impone el tema en las letras. La política, los políticos y sus partidos son un objetivo obvio y esperado. La graduación del “tono” de cada espectáculo tiene directa relación con el desempeño de los candidatos en la campaña, el resultado electoral y el anuncio de medidas. Si alguien esperaba otra cosa no es un habitué del carnaval uruguayo.

No quiero soslayar el hecho totalmente legítimo del perfil de izquierda que impera en los conjuntos. Tampoco voy a soslayar que el partido político Frente Amplio es la organización que representa a la mayoría de las organizaciones de diversa índole con definiciones de izquierda. Ahora, identificar plenamente a las murgas con los lineamientos político-programáticos del Frente Amplio es al menos un error, si no una acción intencional con fines también políticos, aunque, hasta aquí, se trata del juego regular de todos los años.

Admitido esto, también es cierto que la temporada de murgas recibió ataques particularmente duros, en sintonía con lo que viene siendo un impulso de la reacción de derecha a nivel político, social y cultural que operó en la región y en el mundo.

El arma que se usó este año fue de mayor calibre, porque se las acusó de violentas; sí, se afirmó que practican “totalitarismo carnavalero”, que incurren en apología del delito e incitación a la violencia, etcétera. La excusa fue el cuplé “Vamos a la plaza” de la murga Metele Que Son Pasteles, y a partir de ahí dispararon para todos lados.

Claro que la murga lanzó una advertencia interpretando el sentir popular, quién puede dudarlo. Anuncia la movilización en caso de que se afecten derechos conquistados a lo largo de los últimos 15 años. Yo no veo una defensa del Frente Amplio, como se ha dicho. Veo una expresión cultural que recoge la agenda de las organizaciones sociales, las organizaciones políticas y la gente en general –no toda– y anuncia que se defenderán.

Ese mensaje se construye en un marco conceptual ideológico definido, y por supuesto, es político. Todo es político. Creo que no es necesario desnudar aquí la falacia de las expresiones “politizado” e “ideologizado” como adjetivos descalificantes. Lo hacen con las caras pintadas y disfrazados, cantando y bailando, dirigidos por un tipo que despliega una energía y plasticidad que realza, quizá como ningún otro que haya visto, la dimensión espectacular de la puesta en escena; sí, es maravillosamente político.

Esto es participación, nada más sano en un estado democrático republicano, nos guste o no lo que se transmite; aunque, claramente, la reacción no se limita al repertorio, la reacción es contra la herramienta cultural y su uso. La reacción es contra el espíritu crítico como forma de abordar la realidad. La reacción es contra la filosofía, la historia y la educación popular.

Como afirma Darío Sztajnszrajber en Filosofía a martillazos, las palabras y el lenguaje crean sentido y realidad. Es una manera de “plantear una resistencia política en el lugar donde más se construye sentido común: en el lenguaje”.

Con esta clave de lectura se evidencia la reacción intencionalmente exagerada. En febrero de cada año, las ideas y el ánimo forman parte de algo mucho más grande que los comprende y transforma, los reinterpreta o deconstruye.

En una segunda mirada, el fenómeno de la reacción se agrava a partir del análisis de quiénes y cómo reaccionan.

No hace tanto tiempo, un ex fiscal, ahora diputado, estaba siendo entrevistado y, en determinado momento, sin pudor alguno, en medio del intercambio, llevó su mano a la cintura, empuñó un revólver y “desenfundó” ante la sorpresa del periodista.

Más allá del tema que se estuviera tratando en la entrevista, ¿qué significaba aquello?; lo que queda claro es que se trató de una señal de violencia de quien acusa de autoritarismo a las murgas.

La forma también importa, y, para transmitir posiciones, parece clara la diferencia entre empuñar un arma en una entrevista en un medio masivo de comunicación y empuñar bombo, platillo y redoblante para ponerles música y brillantina a las ideas.

No le tengo miedo a la diferencia y sus expresiones. Siguiendo al autor citado, “la democracia implica una nueva noción de comunidad donde la clave no es tanto buscar lo que tenemos en común sino deconstruir todo intento de homogenización para poder convivir con las diferencias… voy construyendo con la diferencia del otro, pero en tanto diferencia y no tratando o de tolerarlo o de asimilarlo a mi posición previa. La democracia no resuelve los conflictos sino que nos provee el marco para convivir con ellos. Tiene que haber conflicto para que el otro siga siendo el otro”.

Entonces, ¿qué marco democrático nos proponen unos y otros? No somos lo mismo; la reacción no dependerá de si me favorece o no la letra de un cuplé. La evidencia es abrumadora en este sentido. Por si hubiera alguna duda, basta repasar el maravilloso cuplé “Fuiste”, de la murga Un Título Viejo. Sí, ese que presenta una bandera del Frente Amplio rasgada para simbolizar, según interpreto, las heridas que dejaron las acciones del gobierno, en la organización política Frente Amplio y la gente en general, y adjudicándoles a estas la pérdida del gobierno nacional. Y se lo cantaron en la cara a 50.000 personas en La Teja en un acto que contaba en la primera fila de espectadores al presidente de la República en ese momento, Tabaré Vázquez y varios de sus ministros, al ex presidente José Mujica y a las principales autoridades de la organización política Frente Amplio, encabezadas por su presidente, Javier Miranda. Sí, incomprensible si no se lo ve con la perspectiva del carnaval, y la oportunidad a través de una de las más lindas expresiones culturales de la imprescindible y humilde autocrítica en todas las áreas de la vida.

Creo que los mensajes son claros respecto de dónde vamos a estar parados unos y otros. También respecto de la forma de expresar nuestras diferencias; no le tengo miedo a la diferencia, pero sí le tengo miedo a la violencia. Antes que a una persona que anda armada –adjetivo que significa que está provista de armas–, prefiero a las murgas que andan “almadas” –adjetivo que significa que están provistas de alma, ideas, trascendencia–. Está bien, es cierto, no existe ese término. Digamos que es una licencia carnavalera, porque prefiero la diversidad, y prefiero que para expresarla andemos “almados” y no armados.

Paz y bien.

Juan Andrés Roballo fue prosecretario de Presidencia de la República.