El periodismo es velocidad y lentitud a la vez. En ese sentido, el polaco Ryszard Kapuściński es capaz de conseguir una avioneta –sin un centavo–, aterrizar en la isla de Zanzíbar, donde acaba de producirse un cuartelazo, y luego estar a punto de morir en altamar cuando intenta salir de esa misma Zanzíbar, ahora en una lancha clandestina, para ir a cubrir otro golpe, que días después ocurre en otro país africano. Pero también puede recorrer Eritrea para entender la guerra que se libró años atrás y los campamentos de Ruanda para internarse en la rivalidad de los hutus y los tutsis, en busca de las raíces de sus entonces cíclicos genocidios. Velocidad y lentitud a la vez.

En cuanto a los protagonistas de esos episodios, ha escrito sobre los últimos monarcas de Irán, en Sha (1982), y Etiopía, en Emperador (1978). Este último es su trabajo más controvertido, por las acusaciones de fabular alguna de sus páginas, algo que sus defensores han rechazado apelando al carácter fronterizo de su literatura. A la vez, ha narrado la parte oculta del iceberg, prefiriendo viajar con los habitantes del lugar en camiones o a pie y vivir en sus barrios antes que en los artificiales countries cerrados para europeos. Lo visible y lo oculto al mismo tiempo.

¿Por dónde empezar a leer su obra? Si se opta por comenzar por el principio, habría que ir a su primer libro, La jungla polaca, escrito en el estilo de la “literatura de los hechos”. Así se nombraba en Polonia, apenas empezada la segunda mitad del siglo pasado, lo que hoy se conoce como periodismo narrativo, ese contar la realidad usando herramientas que habitualmente se reservan para la ficción. O tal vez, mejor incluso, habría que ir a Viajes con Heródoto (2004), que puede considerarse su “versión mejorada”. En cambio, si se elige hacerlo por el final, el libro debe ser Los cínicos no sirven para este oficio (2000).

Pero quizá la mejor manera de abordar a Kapuściński sea entrar con él (y hacia él) por la puerta de África. En ese caso, el libro ineludible es Ébano (1998). Crónica, microensayo antropológico, análisis político, viñetas de aventuras, Ébano es, sobre todo, un canto épico de amor a un continente y, a través de él, a la humanidad entera. En el estante africano, otra muy buena opción es Un día más con vida (1976), su libro más comprometido en términos políticos, más trepidante, más lleno de la tensión por la posibilidad permanente de la muerte. Reporte de actualidad intemportal del nacimiento de la Angola independiente, se dice que era su obra preferida.

La colección Anagrama Compendium –que también dedicó un volumen a ese otro gran periodista europeo que es Emmanuel Carrère, tan ridículamente controvertido como Kapuściński– permite no tener que elegir. En un volumen de 790 páginas reúne Un día más con vida, Ébano, Los cínicos no sirven para este oficio y Viajes con Heródoto. En su conjunto representan un viaje lento y profundo al siglo XX, ese momento de la historia en el que las palabras “lentitud” y “velocidad” todavía tenían algún sentido.