El 29 de mayo, en la diaria, Leonel Briozzo contestó a nuestras observaciones que con el título “Barajar y dar de nuevo” aparecieron en el mismo medio de información el 29 de abril.

Una extensa síntesis sociopolítica conduce a Briozzo a la conclusión (que compartimos) de que es necesario “derribar” el capitalismo, pero en contradicción consigo mismo, y sin nombrarlo, acepta la necesidad de un capitalismo “bueno”. En primer lugar, afirmando: “[...] reconocemos que no hay un modelo alternativo integral que se le contraponga” y luego postulando que el “modelo alternativo” mantendrá cuestiones del viejo modelo, como por ejemplo “el desarrollo del mercado como un motor más del desarrollo”.

¿Cómo se puede destruir el capitalismo si seguimos aceptando la incongruencia de su símbolo fundamental, que permite la dominación del débil por el poderoso? Y es que para que haya demanda debe haber oferta, pero lo ofertado está en manos del poderoso, mientras que la demanda la realiza el necesitado que tendrá que pagar lo que el “dueño” de la mercadería decida. Pero también el concepto de mercado permite a quien robó plusvalías afirmar que él da trabajo, convirtiendo un derecho humano en mercadería, lo que le permite invertir el fenómeno y afirmar que la oferta está en manos del trabajador y que, por estar en exceso, su demanda será pagada “de acuerdo a las leyes el mercado”, es decir, bajando los salarios. Como se ve, el famoso dios del mercado favorece siempre a los que acumulan riquezas.

No vemos cómo puede ser posible, respetando el libre mercado y aplaudiendo derechos exclusivos a los más emprendedores, revertir el injusto desarrollo social.

Por otro lado, Briozzo asume un necesario “reconocimiento social del emprendedurismo”. Ni más ni menos que uno de los elementos fundamentales del neoliberalismo, que permite justificar las grandes fortunas por el merecimiento y esfuerzo hecho por los emprendedores. Y así Bill Gates, el emprendedor por excelencia, puede pasar, según Bloomberg, de ser propietario de 78.500 millones de dólares en 2015 a 1.088 billones de dólares en 2020, por sólo citar a uno de los 100 billonarios emprendedores allí nombrados (www.bloomberg.com/billionaires/). No creo que haya alguien que pueda dudar de que la riqueza de estos emprendedores no sea a costa de los más pobres de nuestra sociedad. Dejemos de lado, por obvio, lo que significa en aumento de poder, en forma exponencial, todo lo relacionado a las nuevas tecnologías creadas por estos emprendedores, todos amantes de la libertad. Bien entendido: la libertad de los empresarios en ausencia del Estado.

No vemos cómo puede ser posible, respetando el libre mercado y aplaudiendo derechos exclusivos a los más emprendedores, revertir el injusto desarrollo social que consiste en que el 1% de la población posea el 50% de la riqueza mundial y el 99%, el 1% de esta (a grandes rasgos).

Todo indicaría que en esa forma sólo se baraja como en el truco, donde quien da apenas mezcla para que la distribución de las “matas” en cada mano sea más o menos la misma. Y fuerte va a ser la protesta de los otros jugadores si se mezcla mucho. “Barajita de lata”, le dirán al que reparte. En otras palabras: no arruines el juego con tanto cambio.

Para terminar, mientras que nosotros hemos hecho proposiciones definidas para el cambio, que nos hubiera gustado ver criticadas punto a punto por Briozzo, este sólo aspira a formar una “masa crítica” “para plantearse el cambio”. O sea, al igual que en los Consejos de Salarios, habrá que esperar que la inflación se produzca para calcular el aumento correspondiente al jornal. Sólo que durante todo el año los trabajadores habrán perdido el valor adquisitivo de sus salarios, que recuperarán únicamente a partir del nuevo laudo. Pero en el caso que tratamos, la “inflación” será de inanición en el mundo, lo que podría desatar incalculables violencias si la solución pasa por salvar a los bancos e imprimir más dinero, “inventando” así aquella riqueza que llevó a la crisis de 1929, cuya solución fue la Segunda Guerra Mundial.

Afectuosamente,
Claudia e Ignacio.