La crisis internacional evidenciada y agudizada por el fenómeno de la pandemia reaviva la vieja y conocida tensión entre lo socioeconómico y lo ambiental, desafiando al extremo el antiguo enunciado que reza que las máximas potencialidades humanas se expresan en las crisis. Mientras el estilo de civilización humana extractivista, bélico, patriarcal y de maximización económica llega a su pico, la agroecología aparece como uno de los campos de pensamiento-acción más promisorios, capaces de brindar enfoques y claves para transiciones necesariamente ecologizadoras de los sistemas agroalimentarios. A nivel nacional, la ley de urgente consideración (LUC) plantea puntos de discordia en este sentido.

Es muy difícil lidiar con la realidad de que, como especie, estamos produciendo la sexta extinción masiva de especies. Análogamente, es mórbidamente duro asumir que tenemos acceso a inmensos volúmenes de información científica, que la profundización de los efectos del cambio climático llevará ineludiblemente hacia desastres humanitarios con muertes masivas, desplazamientos forzados y caos de envergaduras incalculables. Esto no es futurismo ni covidismo. Esto es ahora, está pasando y la comunidad humana planetaria es la responsable.

La crisis socioeconómica planetaria está recrudeciendo la vulnerabilidad de los sectores más desfavorecidos de la sociedad, al tiempo que la gobernanza del sistema internacional muestra falta de convergencia, tensiones y disputas, y los problemas estructurales y sistémicos de escasez de agua y energía, inseguridad alimentaria y degradación ambiental se evidencian interconectados y dependientes los unos de los otros.

Abordar temas ambientales en un mundo pospandemia debe intentar integrar las principales lecciones del fenómeno coronavirus que pueden ayudarnos a incorporar elementos para una planificación hacia una mayor base de resiliencia económica y ambiental.

¿Puede el mundo permitirse prestar atención al cambio climático y a la agenda de sostenibilidad más amplia en este momento? Simplemente no podemos permitirnos hacer lo contrario. La búsqueda de una sustentabilidad más ambiciosa y la acción climática no sólo siguen siendo críticas en la próxima década, sino que las inversiones en infraestructura resistente al clima y la transición a un futuro sostenible con menos emisiones de carbono pueden impulsar una importante creación de empleo a corto plazo, aumentando la resiliencia económica y medioambiental.

En este presente parece fundamental, como siempre y más que nunca, la noción de asegurar la soberanía y la seguridad alimentaria. La agricultura familiar es un actor determinante para el diseño de sistemas agroalimentarios resilientes, ya que provee cerca de 70% de la canasta familiar doméstica, representa alrededor de 30% de producto bruto agropecuario (PBA) y quienes la llevan adelante son los que habitan y manejan los agroecosistemas.

Acción climática y búsqueda de sustentabilidad

Las cadenas de suministro deberían tender a acortarse y localizarse, reduciendo emisiones y asegurando la seguridad y soberanía alimentaria. Si a este fenómeno le sumamos un efecto de upgrade de los sistemas agroalimentarios haciendo transición hacia una producción agroecológica, podríamos construir una vigorización y dinamización del flujo de intercambio en base a una primarización creativa de la economía. Recordemos que la apuesta a sistemas agroalimentarios agroecológicos se basa en articulaciones descentralizadas, distributivas, de agregado de valor en base a atributos ecológicos, con equidad de género y generaciones y trazabilidad, y reducción de las burbujas financieras, entre otros. Se deberá aquí apoyar profusamente un emprendedurismo y sector privado acoplado, acorde y coherente, y fortalecer su competitividad local y regional. Y por último, pasa por apoyar y estimular al creciente sector de consumo responsable y comprometido para seguir aportando al consumo de productos agroecológicos certificados.

Los ejemplos de transiciones agroecológicas son muy numerosos y diversos. Pero quizás el proyecto más ambicioso desde el punto de vista regional y político-institucional se esté cristalizando en el seno de la Unión Europea, enlazando hojas de ruta y planes estratégicos sinérgicos como el European Green Deal, la Biodiversity New Strategy y la Estrategia de la Granja para un sistema alimentario justo, saludable y ambientalmente amigable. Los cruces sinérgicos entre los planes son notables.

Los pasitos de Uruguay y las incongruentes urgencias de la LUC

Para hablar de agroecología en el Uruguay de hoy es necesario relacionar este enfoque-ciencia-movimiento social y conjunto de prácticas y tecnologías, con lo establecido en la reciente Ley 19.717, Plan Nacional para el Fomento de la Producción con Bases Agroecológicas, en la que se entiende por agroecología “la aplicación de los conceptos y principios ecológicos al diseño y manejo de ecosistemas agrícolas sostenibles”.

La comisión honoraria designada por esta unánime ley presentó recientemente un documento preliminar en el que se esboza la estructura del Plan Nacional de Agroecología. Esta elaboración contó con la participación de toda la plataforma institucional pública involucrada y de organizaciones y redes de la sociedad civil del sector. El documento esboza cómo, por medio de cuatro ejes estratégicos y nueve programas, es posible cambiar una parte del sistema agroalimentario y beneficiar a un importante porcentaje de los uruguayos y del territorio y sus bienes naturales.

Mediante este plan se busca la promoción de un sector agropecuario que conserve un ambiente saludable, los campos naturales, proteja el suelo de su degradación y erosión, y la afectación sistemática de ríos, arroyos y playas. Por otra parte, apunta centralmente a disminuir drásticamente el uso desmesurado e ineficiente de agroquímicos y proteger la agricultura familiar que pierde cada año a familias que son expulsadas (entre 2000 y 2011 desaparecieron 12.241 predios). También se propone ampliar el acceso por parte de la sociedad a alimentos probadamente inocuos, libres de residuos de agroquímicos y modificaciones genéticas. Asimismo, se propone que los sectores más vulnerables (infancia y pacientes del sistema de salud, etcétera) puedan recibir, mediante las compras públicas que el Estado efectúa, productos que no tengan residuos de agroquímicos y que redunden en contribuciones para la producción familiar con excelencia en la gestión ambiental.

El proyecto de LUC plantea algunas incompatibilidades básicas con el proyecto agroecológico para el país:

  1. Los artículos relativos a las áreas naturales protegidas del Sistema Nacional de Áreas Protegidas tendrían efectos negativos, ya que la delimitación o ampliación de áreas naturales se volvería todavía más difícil al imponerse condiciones municipales y al ampliarse los ministerios intervinientes.
  2. Modifica en su artículo 353 lo dispuesto en la Ley 11.029 que creó el Instituto Nacional de Colonización, en lo referido a la afectación de casi 140.000 hectáreas al sistema de colonización. Además, en otro artículo la LUC también modificaría los requisitos de residencia en el predio para constituirse en colono.

El cruce de caminos de la estrategia pospandemia muestra escenarios de crisis extremas y también esboza oportunidades grandiosas. La posibilidad de un sistema agroalimentario uruguayo sostenible inclusivo y con equidad, ambientalmente íntegro y económicamente viable es inspirador y posible. La semilla de la agroecología, materializada en su Plan Nacional, es una estrategia de enorme trascendencia para el país, y está lista para ser sembrada.

Federico Bizzozero es coordinador del Programa Agroecología de CEUTA y consultor del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en producción agropecuaria sostenible.