Tal vez es banalizar demasiado el asunto, pero a la hipotética y estrafalaria pregunta “¿qué recuerda más usted, la exacta postura de los hombros de la Niké de Samotracia o el logo de los championes Nike?”, la respuesta, creo, sería obvia. Pero, pese a su simplismo, con su patente evidencia habla de algo que varios intelectuales van predicando sacrosantamente: el enorme peso que tiene el diseño gráfico, que incluye, como en el caso de Nike, los “invasivos” isotipos en la construcción del imaginario visual de nuestras sociedades, con todas sus reverberaciones ideológicas. Un peso igual, o tal vez aún mayor, que el de aquel arte “alto” infinitamente más estudiado, aunque más no fuera por la circulación masiva intrínseca a la gráfica editorial y publicitaria y su imposición al consumidor, algo que ni la singularidad de la obra ni sus eventuales reproducciones tienen.

El largo preámbulo sirve para introducir un flamante libro, abiertamente partidario de la urgencia de escritura de una(s) historia(s) de las gráficas locales que pueda rescatar lo olvidado, confrontarse, caso a caso, con ideas comunes sobre esta forma de comunicación, como por ejemplo su posición subalterna debido a los fines inmediatamente comerciales que a menudo la generan, y poder así complejizar asuntos capitales sobre cómo la mirada del público se ha construido en el tiempo, según las diferentes coordenadas geográficas del diseño.

Se trata de Del plomo al pixel. Una historia del diseño gráfico uruguayo, que el diseñador y fotógrafo Rodolfo Fuentes acaba de publicar como postrema etapa de lo que fue un proyecto para los Fondos Concursables, ideado con Ximena Moraes, y una exposición itinerante (no exenta de mala suerte: en su estadía montevideana de 2014 una inundación de los locales del Museo de las Migraciones echó a perder la casi totalidad de los materiales que la componían, como se cuenta en el libro).

El título revela un alto grado de ambición: cubrir aproximadamente 200 años de un oficio que recién en la segunda mitad del siglo XX se empezó realmente a profesionalizar e incluso a bautizar (y no sólo en Uruguay), que por ende fue, en muchos casos, anónimo o prontamente desatendido y que hay que reconstruir a partir exclusivamente de lo que produjo, casi sin fuentes secundarias de la época. Pero, escaseando estudios sobre el tema, la elección es acertada, así como acertado resulta el corte extremadamente didáctico del volumen (y de la exhibición que lo precedió), por ser el primero que intenta semejante resumen.

Por cierto, si a la exposición, constituida mayoritariamente por paneles con fotos y textos, se le podía imputar cierta escasez, en las vitrinas de afiches, tomos y revistas “originales”, cuyos elementos materiales son capitales para una comprensión cabal de los objetos impresos, el libro, que no puede sino recurrir a reproducciones, permite, sin embargo, una consumición más reposada del contenido y lo vuelve quizá un instrumento más acorde para vehiculizar las investigaciones de su autor.

La estructura es bien definida y en general el amplísimo espacio está dado a las imágenes: el texto casi parece –también por la diagramación airosa a cargo, se supone, del mismo Fuentes– la ilustración de las ilustraciones, lo cual resulta una elección pertinente dado el tema, y vuelve el volumen grato a la vista.

En postura mimética, trataré de reseñar con igual orden, claridad y síntesis. El primer capítulo se focaliza en el derrotero de la gráfica en tierra oriental, arrancando con las primeras imprentas (la inglesa que editó The Southern Star/La Estrella del Sur y luego, allí por 1820, la ya plenamente uruguaya Imprenta de la Caridad), cuyos trabajadores oficiaban de diseñadores sin saberlo, componiendo con tipos móviles importados; pasando por las inquietudes de las décadas de 1920 y 1930, que a menudo siguieron aportando soluciones brillantes, la “revolución tipográfica europea” aguijoneada por las vanguardias; la lenta maduración del oficio con las imprentas As y Artegraf como faros, en los 50 y 60, junto con un grupo de independientes; hasta la llegada de la fotocomposición y luego el paso al digital.

Asimismo, Fuentes da cuenta de la falta de enseñanza formal que el oficio padeció durante décadas, e indica instituciones o personas que trataron de establecer cursos y talleres de diseño gráfico, sobre todo en Montevideo; algo que recalca cómo hasta tiempos recientes el trabajo de diseñador se aprendía, a menudo, directamente en las imprentas.

Casi desde el vamos el autor dilucida una de las ideas que vertebran el libro, o sea que, justamente, buena parte del lenguaje del diseño gráfico, de “su anclaje teórico y de sus posibilidades expresivas dependen de los cambios tecnológicos y a ellos se acompasan”: así, la segunda sección del libro, que reproduce, básicamente, las “fichas”/carteles que componían la muestra, encuentra su norte en un cronológico avance de las técnicas de composición e impresión, que se vuelven cada vez más “precisas” y eficientes, con efecto teleológico, ancladas a ejemplos uruguayos elegidos redondamente; si bien, claro está, y aun en una óptica de selección severa, podrían ser muchos más.

Para mencionar apenas un puñado y titilar la curiosidad, la litografía permite ver afiches excelsos de Pedro Figari, Carlos Alberto Castellanos y Humberto Frangella; el offset, el linotipo y el fotograbado se aprecia en tapas de discos y libros de Hermenegildo Sábat, Fidel Sclavo, Jorge Carrozzino y juegos verbovisuales de Clemente Padín, mientras que en el terreno de lo digital se puede citar la revista sobre el oficio Diseñador de fines de los 90, tipos de Gustavo Wojciechowski y un juego con 3D a cargo de Adela Casacuberta.

Cierra el libro un apéndice que recoge entrevistas a 17 diseñadores uruguayos sobre “su relación con la profesión”: el espectro generacional es amplio (nacidos entre 1940 y 1992), abarcando entonces actitudes y formaciones heterogéneas, lo cual logra respuestas bien variadas a las mismas preguntas, aunque, como siempre frente a una “antología”, se podría encontrar fácilmente ausencias llamativas en la selección. Lo que sí queda claro, una vez cerrado este volumen cuadrado, bien impreso sobre papel grueso –con los ojos todavía llenos de imágenes atrayentes y estratificadas en el tiempo–, es que se trata de una excelente y ágil introducción a un mundo donde hay todavía muchísimo para descubrir y descifrar.

Del plomo al pixel. Una historia del diseño gráfico uruguayo. De Rodolfo Fuentes. Montevideo, la Nao editorial, 2020. 144 páginas.