La expresión se traduce como “placer culpable” y usualmente se emplea en inglés: guilty pleasure. Corresponde a cuando vemos, escuchamos o leemos algo que sabemos que no es alta cultura o siquiera un producto de gran calidad, pero lo disfrutamos de todos modos. Admitimos, entonces, con cierta culpa el placer que nos genera.

Los hay a montones y probablemente todos tenemos uno o bastante más de uno, y no cabe duda de que la televisión los ha generado para todos los gustos. Ya sean las desventuras de guapísimos médicos y hermosas doctoras (desde Grey’s Anatomy hasta las últimas temporadas de ER Sala de urgencias), pasando por las comedias dramáticas adolescentes (varían según la edad del espectador, pero podemos destacar One Tree Hill y Dawson Creek) hasta incluso para los amantes de lo fantástico (hay pocas cosas más berretas y populares como True Blood o Spartacus).

El género policial, que probablemente sea el que más y mejor subsiste ante los arrolladores cambios de formato y producción acontecidos en la televisión durante los últimos 20 años, también genera series de consumo rápido y dudosa calidad, que todavía pueblan nuestros televisores. Desde los forenses que desarticulan con tecnología imposible crímenes en cada ciudad de CSI, pasando por la inagotable unidad de investigación militar criminal de NCIS, hasta los muchos ejemplos de serie policial relacionado directamente con una ciudad (Chicago PD, la reciente 911, su derivada tejana Lone Star 911). Dentro de este último grupo y con un gran espíritu noventero se cuenta la que nos ocupa hoy: The Rookie.

Todos queremos mucho a Nathan Fillion

Tenemos aquí a John Nolan (Nathan Fillion: ya volveremos a él), un cuarentón recién divorciado, constructor sin vocación, que de pura casualidad asiste –mínimamente– a la Policía durante un robo a un banco. Allí se ilumina y resuelve, en una bizarra crisis de la mediana edad, cambiar de trabajo y volverse policía. Se convierte así en el novato (rookie, en inglés) más viejo en la historia del LAPD (Los Angeles Police Department).

La historia –vagamente inspirada en un caso real, créase o no– no lo sigue sólo a él, sino también a sus dos compañeros de generación. Lucy Chen y Jackson West (Melissa O’Neil y Titus Makin) son, respectivamente, la hija de una pareja de psicólogos que va a contramano de las enseñanzas familiares y el hijo de un superpolicía mítico. También aparecen los policías que les hacen de oficiales instructores: Talia Bishop, Tim Bradford y Ángela López (Afton Williamson, Eric Winter y Alyssa Diaz). Andan por ahí, además, el sargento gruñón (Richard T Jones), la capitana buena onda (Mercedes Mason) y el amigo de Nolan en la ciudad (Currie Graham), que además le brinda alojamiento. Y aunque el argumento de la serie en sí no es particularmente inolvidable –es un policial de manual, que combina comedia con drama (a veces, mucho)–, está muy bien resuelta, con muchísimo ritmo, personajes queribles y un Nathan Fillion maravilloso, por completo en su salsa.

El caso de Fillion es cuando menos curioso, y a esta altura se puede arriesgar que estamos ante uno de las últimas estrellas televisivas a la vieja usanza. Uno de los actores fetiches de Joss Whedon, Fillion permaneció en la pantalla chica cuando su amigote pegó el salto a las grandes ligas filmando películas de superhéroes para Marvel Studios. Canadiense de nacimiento, con participación en telenovelas locales, en 1994 dio su salto a Estados Unidos, donde comenzó a volverse un rostro reconocible en un variado puñado de sitcoms (Two Guys, a Girl, and a Pizza Place fue la más reconocida).

Su salto a la fama llegó de la mano de Whedon, cuando dio vida al capitán Malcolm Reynold en Firefly, serie de ciencia ficción de muy escasa vida y monumental trascendencia. La serie no llegó a completar siquiera la exhibición de su única temporada, pero se volvió luego un exitazo tremendo en ventas en DVD y de culto a lo largo de los años, y eso reposicionaría a Fillion de manera permanente. Sus muchas apariciones en las más variadas series –como actor en vivo o prestando su voz– continúan hasta hoy, intercaladas con sus roles secundarios en otras tantas películas.

Fillion es de esos actores con una enorme base de seguidores, cimentada además por sus simpatiquísimas apariciones públicas y su constante tomarse muy poco en serio. A medida que se consagraba, más y más se volvió un representante de ese tipo de televisión que ya no abunda: la del capítulo y a dormir por muchas, muchas temporadas, como confirmó con su otro gran éxito: el policial Castle (del que admito que no pasé del segundo episodio, por mucho que banque a Fillion).

The Rookie es una serie hecha por completo a su medida, ya que se le da mucho material para jugar. Fillion ya es excusa suficiente para transitar los 20 episodios que dura esta temporada. Y sí, hay bobadas de televisión “barata”: los protagonistas parecen ser los únicos policías de la ciudad (están en todos los casos), les disparan capítulo sí y el otro también, cosas que parecen gravísimas (matar a alguien) son olvidadas literalmente al capítulo siguiente. Pero en sí, se trata de un pasarrato muy bien hecho, muy entretenido y que genera genuino interés en seguir viendo qué será de la vida de este novato de 45 años, episodio a episodio.

Como colofón, ver esta serie también parece algo escapado de otros tiempos, ya que –de manera legal, claro– sólo puede verse por ahora su primera temporada en Universal Channel, tal y como se veían las series antes del mundo streaming: una vez por semana, cuando se agarraba de rebote el episodio y quién sabe en qué orden. No pasa nada: The Rookie está pensada para eso.