Fue por la noche cuando comencé a leer el Libro de sombras, de Rafael Juárez Sarasqueta, y el dato horario importa, pues unos minutos después de terminar el primer relato, “La naturaleza es una casa encantada”, se cortó la luz en el apartamento. Un hecho curioso, pues no es común por estos lados la tiniebla repentina y, sobre todo, porque el advenimiento del reino de las sombras coincidía inquietantemente con la lectura recién terminada. A grandes rasgos, ese primer momento del libro es la historia de una despedida. Ante la inminente separación por la distancia continental, Emilia y Equis intensifican su experiencia de contacto durante el último par de días disponibles en una casa de balneario. Pero el corazón del drama no es tanto el quiebre de la relación como el ambiente en el que ellas viven esos últimos días de cercanía: “Este monstruo con ojos de vidrio astillado, empañados por el salitre del mar y la mierda de los insectos; este pozo. Esta trampa de ladrillo y revoques que se desmoronan. Estos pisos de cemento, cuarteados por grietas a punto de abrirse como bocas descomunales; listos para tragarse las mesas, los roperos y las camas de hierro con sus colchones rellenos de lana. Muebles y huéspedes cayendo al fondo de su estómago de arena mojada y secretos mohosos”. Así es la bienvenida a la casa que, especialmente de noche, se desliga de su imagen protectora y se yergue como una amenaza para Emilia. La vieja casa de playa pertenece a la estirpe de arquitecturas encantadas, de atmósferas enrarecidas, tensas, peligrosas, o es la impresión que le da a Emilia, que regresa a ese lugar subyugada por una fuerza inexplicable. Ahí, en medio de la negrura, cómo no recordar la casa de mi abuela y sus amenazas sobrenaturales tan corrientes en una montaña andina venezolana, esa naturaleza temible que ha dado tantos relatos. Ahí se afina el oído ante los ruidos de la arquitectura y el ojo ante el movimiento de las sombras.

Pero la tensión sugerente, en el texto, se subraya con un ejercicio de metaliteratura, pues Emilia relata una oscura leyenda de una niña ultrajada y su posterior venganza. Incluso alguna parte del recorrido de esta pareja coincide con el de la leyenda. Ese primer relato del libro, por tanto, se sostiene en otro que en principio corre como un arroyo subterráneo, que por momentos inunda la superficie. En ese vaivén las fronteras pierden claridad; son límites confusos cuando la ficción interviene en la ficción. Porque no se puede reducir esta primera narración, y menos el libro, a una etiqueta de terror o algo similar: lo enigmático es una de sus tantas piezas, y el detonador de la escritura, otra más.

Cuando retornó la luz al hogar, pude comprobar los múltiples sentidos que se ramifican a partir de la lectura de las otras partes –“Los sueños de una sombra” y “Las yeguas”–, atravesadas igualmente por lo misterioso y por cierta opacidad que le juega a favor. Este efecto se logra no sólo por el tema sino, aun más, por el tratamiento del lenguaje, que oscila entre la imagen y el concepto, con altos vuelos poéticos. Pero acá lo visual no se restringe a la metáfora ni a otras licencias, pues el segundo relato es la imagen expresándose bajo el lenguaje de la fotografía, que se desliga de la cómoda mimesis. Un relato visual, entre lo minimalista y figurativo, que prescinde de las palabras para abrir múltiples capas de sentido. En “Las yeguas” lo visual persiste al final del relato con una fotografía intervenida por el autor que compendia la anécdota del cuento: el proceso de una intervención artística pero no descrita por boca de la “afamada artista” sino bajo la mirada de sus ayudantes. Al igual que en el cuento anterior, hay una nota realista que es invadida por lo ficcional, por la mirada subjetiva de un personaje que vuelve una situación común en algo impredecible; sin duda, un logro inobjetable de su propuesta. El libro juega con los contornos borrosos, vacila en el umbral en que se separa lo externo e interno de sus personajes, se mueve entre lo textual y lo visual. El arte no como excusa de una historia sino como eje de un concepto, porque este libro es un objeto pensado y pulido, es la literatura considerada más como arte que como documento. Bajo la luz nocturna y el silencio acompañante, me doy cuenta de su virtud al enfrentar la escritura como construcción, las sombras como guías.

Libro de sombras | Rafael Juárez Sarasqueta. Ediciones Campeón, Montevideo, 2018, 39 págs.