“En la casa donde hoy vive la familia Zitarrosa, en Malvín, fragmentos luminosos de una vida están encerrados en la humildad de cintas y papeles. En el breve espacio de una sola pieza del primer piso, esa casa guarda, literalmente, miles de registros escritos, grabados y gráficos de uno de los artistas más importantes de la historia de este país”. Así anunciaba la extinta revista Posdata, en julio de 1998, que en las sucesivas ediciones empezaría a publicar una serie de diez discos con material inédito de Alfredo Zitarrosa.

Hasta la semana pasada esos discos sólo se podían conseguir básicamente de dos maneras. Si usted es de los que todavía poseen un reproductor de CD en su casa y no tuvo la chance de comprar aquella revista hace 22 años, se podía jugar a la difícil empresa de buscar la colección por Mercado Libre, en algunos de esos sucuchos melómanos que todavía resisten en galerías céntricas o consultar en el Archivo Zitarrosa si todavía quedan algunos discos por ahí guardados. También podía buscar un ripeo de esos discos en formato mp3 con su dealer pirata de confianza, a sabiendas de que la calidad del sonido queda librada a la voluntad de la buena persona que subió el material a la red de redes.

Pero hace una semana en la página web del Archivo Zitarrosa –que pertenece a su familia– se anunció, como si nada, que la colección de material inédito iba a estar disponible por primera vez en plataformas digitales (Spotify, Youtube y afines), de manera oficial, lo que implica escucharlo con la mejor calidad posible. En la página web se consigna que el legendario cantautor “registraba y documentaba su trabajo musical con una dedicación poco frecuente”. Además, que “muchas de esas horas grabadas corresponden a versiones de estudio que no fueron editadas luego, o a recitales en vivo en los más diversos lugares y épocas”. “Otras tantas horas corresponden a ensayos en estudio o en las varias casas que a lo largo de su existencia fue habitando un trashumante Zitarrosa”.

Más adelante, se explica: “A menudo el creador se valía –como hacen otros músicos– de esas grabaciones para recordar o retomar fragmentos, melodías o temas que de otro modo podrían ser difíciles de aprovechar. Pero muchas otras veces el registro simplemente no cumple ninguna función utilitaria; meramente responde al placer de no perder un momento creativo que luego será irrepetible. Por ejemplo, una tarde improvisando con Becho Eizmendi en el violín, temas y sonidos que luego no serían destinados a ninguna formalización o grabación posterior”.

“El resultado de esa vocación por no dejar escapar el instante”, se agrega, son “más de 300 horas de grabación en cintas o casetes, que constituyen uno de los documentos más importantes de la historia de la música de esta parte del mundo”.

El archivo se empezó a rescatar en 1996, con el apoyo del Fondo Capital de la Intendencia de Montevideo y el Fondo Nacional de Música. Todas las cintas se pasaron a CD y luego se prepararon los diez discos con lo mejor de ese material, que terminó viendo la luz con la revista Posdata. Semejante acontecimiento merece realizar un repaso de lo que podemos encontrar en esta colección de diez discos, que como fue publicada originalmente hace más de dos décadas para muchos puede resultar toda una novedad.

Viejos tangos de mi flor

“Vieja viola, garufera y vibradora, / de mis años de parranda y copetín”, canta Zitarrosa, interpretando el clásico tango del minuano Humberto Correa. “Vieja viola” es la canción que abre el primer disco y es un primer sorbo de uno de los mejores jugos que tiene la colección: mucho tango clásico, que nos sirve para ponderar como nunca al Zitarrosa intérprete y cantor, para escuchar más que nada esa voz: única, seria, profunda, grave pero cálida, uruguaya pero universal.

Si bien se puede intuir cierto orden que guía las canciones en cada uno de los diez volúmenes, también es verdad que al ser una recopilación de material de diversas fuentes no se trata de álbumes, en el sentido conceptual más lineal. Por ejemplo, en un mismo disco encontramos material de estudio y grabaciones en vivo o de ensayos que carecen de la misma calidad sonora por ser de fuentes diversas, por lo tanto, hay una discontinuidad estética que hace perder la idea de “álbum”, más allá de que la voz de Zitarrosa obviamente es la protagonista a lo largo y ancho del material.

Pero la gracia de que esta colección esté disponible en Spotify, justamente, es que se puede repasar toda la lista de canciones de los diez discos, de arriba para abajo y viceversa, e ir escuchando de acuerdo a nuestro antojo. Por lo tanto, podemos darle clic a todos los tangos, que están esparcidos a lo largo de toda la colección, y así armar algo así como el disco tanguero que nunca publicó Zitarrosa.

El cantautor se encarga de ponerles voz a clásicas canciones tangueras, como “Madame Ivonne”, “Tinta roja”, “Farolito de papel”, “Mi noche triste”, “Malevaje”, entre otras. Al escuchar, por ejemplo, un himno como “La última curda” (1956), de Aníbal Troilo y Cátulo Castillo, en la voz de Zitarrosa, caemos en la cuenta de que no tiene que envidiarle absolutamente nada a dos legendarias versiones, como las de Roberto Goyeneche y Edmundo Rivero –siempre con la orquesta de Troilo, obvio–.

No se trata de la excelencia sólo en la mera cuestión técnica, lo que se conoce coloquialmente como “cantar bien”, sino también de interpretación, siempre tan fundamental en el tango: a Zitarrosa se le cree cuando canta, “¿no ves que vengo de un país / que está de olvido, siempre gris, /tras el alcohol?”. A tal punto de que esos versos parecen escritos por él desde el mismo instante en que salen de su boca.

Al escuchar estas grabaciones es imposible no pensar que Zitarrosa podría haber hecho flor de carrera sólo como intérprete de tangos. Pero ¿se imaginan la identidad cultural de nuestro país sin sus composiciones? Qué horror, qué vacío, qué pesadilla.

“¿Entendés?”

La segunda pata de la colección de archivos inéditos está en las grabaciones en vivo, que las hay básicamente de dos tipos: los registros de conciertos y de ensayos. A diferencia de la mayoría de los tangos, que son grabados en estudio y tienen un excelente sonido, este otro tipo de registros tiene una heterogénea calidad –los ensayos son de grabaciones caseras, por ejemplo–.

Entre los registros en vivo encontramos varias canciones que son clásicos de Zitarrosa, cuando no himnos, como “De no olvidar”, “Milonga para una niña”, la dolorosamente vigente “Mire amigo” (“no me interesan las “elesiones”; / los que no tienen plata / van de alpargatas, / todo sigue igual”), “Pa’l que se va”, “Stephanie” y varias más, muchas de ellas con las respectivas introducciones de rigor a cargo del cantautor.

Pero es sin duda en los ensayos donde se encuentran verdaderas joyas, o, mejor escrito, en los que comprobamos cómo se le da forma al diamante. Por ejemplo, hay una grabación de cuando Zitarrosa estaba creando nada menos que “El violín de Becho”. Se escucha cómo le da indicaciones a uno de sus guitarristas, silbando y tarareando los arreglos, demostrándonos cómo exudaba musicalidad por cada uno de sus poros. “‘Porque a Becho le duelen violines, / que son como su amor...’. ¿Entendés?”, dice. De yapa, en el compilado también hay una versión de la canción grabada en un ensayo con acompañamiento de flauta en vez de violín.

Oigo tu voz

La tercera pata en la que se apoya este compilado de archivos inéditos son las entrevistas al cantautor, que nos sirven para conocer un poco su personalidad; al menos, claro está, la que decidía mostrar en un ámbito que si bien no es el escenario, sigue siendo público. Desgraciadamente, como se sabe, Zitarrosa murió muy joven, ya hace 31 años, cuando tenía 52 (pensemos que es de la misma generación, meses más, meses menos, que personalidades que hoy siguen bastante activas en lo suyo, como José Mujica y Julio María Sanguinetti), en una época en la que los medios masivos no tenían nada que ver con los de la actualidad y la disponibilidad técnica de grabar todo no estaba al alcance de un mero clic. Por lo tanto, poder escuchar una entrevista a Zitarrosa hoy –sobre todo para los que no vivimos en su época– resulta otra verdadera joya.

En las entrevistas el cantautor era igual que arriba del escenario: un caballero. Serio, reflexivo, con su voz que cuando habla parece incluso más grave que al cantar –no en vano lo llevó a ser locutor de radio antes que músico–; contesta cada pregunta con mesura, siempre en un tono que hace parecer que lo que dice es importante, y la mayoría de las veces lo es.

La primera entrevista con la que nos topamos es una hecha en Buenos Aires en 1976, cuando tenía 40 años. En ella Zitarrosa habla sobre el proceso de creación. Dice que consta de tres partes: impregnación, elaboración y codificación del lenguaje de la realidad. Explica que la impregnación es fundamental, que surge de las experiencias que fue recogiendo a lo largo de su vida. Y si bien “en general es cierto que la realidad supera a la fantasía, la canción es nada más que un boceto de la realidad, en el que hay ciertos datos que la intención o el sentir subrayan como hitos, como fórmulas de interpretación de esta realidad, a la luz de una cierta ideología, en algunos casos”. En su caso, añade, es a la luz “de la simple y pura formulación humanista de la existencia, aun cuando por momentos la canción aborde el tema político”.

Zitarrosa cuenta que le importa todo, “desde el canilla que pasa por tu puerta, sin calcetines, el árbol de la esquina, hasta la nube que pasa por el cielo”, y así vamos cayendo en la cuenta de que también hacía poesía mientras hablaba. Cuando explica que la canción es como un árbol, ya no quedan dudas de su habilidad con las palabras: “El tronco es el ritmo, la melodía es la flor y toda la hoja y el ramaje son los arreglos musicales. ¿Dónde está la letra? No sé, debe ser la savia del árbol, corre por adentro. Si la letra sirve, el árbol está vivo, si no, es una melodía, ya sin hojas, y hasta sin flores”.

Se puede encontrar información sobre el Archivo Zitarrosa en www.zitarrosa.org. Para tener acceso a los materiales grabados hay que buscarlos directamente en las plataformas digitales.