Sobre dos amenazas concretas y globales, que de tan concretas y globales tienden a integrarse de forma natural a la pedestre cotidianidad que vivimos, pautada por el vil consumo, la degradación educativa, la mediocridad de la clase política y la cultura devenida simple mercancía en serie, ha dispuesto la crítica argentina Graciela Speranza (1957) la estructura y la argamasa de Lo que no vemos, lo que el arte ve, el revelador y perturbador ensayo recientemente aparecido en la colección Argumentos de la editorial Anagrama: el colapso ambiental en que se encuentra sumido el planeta y el control digital de nuestras vidas a partir de las pantallas. Las dos amenazas se potencian, se ensamblan monstruosamente y se convierten en disparadores para la reflexión en épocas de pandemia de coronavirus, bajo cuya sombra apocalíptica fue escrito este libro lúcido y luminoso, que en muchos aspectos dialoga con el anterior ensayo de Speranza, el inevitable Cronografías. Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo, también aparecido en la serie Argumentos, en 2017.

Dividido en dos grandes bloques –“Lo que no vemos. Hacer con el cosmos” y “Lo que no vemos. Detrás de la red”–, seguidos por un colofón a partir de la premisa de que “el arte y la literatura no dejan de crear artificios para volver a hacer lo real más real, imaginar nuevos atajos para traducir la experiencia infinitamente facetada del mundo contemporáneo” –“Reconstrucciones”–, Lo que no vemos, lo que el arte ve se adensa y brilla a partir de la prodigiosa capacidad de Graciela Speranza para mirar y diseccionar a ciertos exponentes del arte moderno, en una suerte de dominó en el que cada pieza que se suma arroja nueva luz sobre el fenómeno en cuestión. La pintura y escultura expuestas en museos y galerías, así como la literatura que se ajusta a los anquilosados formatos del mercado industrial-editorial, ya no sirven para dar cuenta de la complejidad de este presente caótico del Antropoceno que habitamos. ¿Cuál es el arte que atraviesa y ve esa realidad que los humanos no vemos por estar, entre otras cosas, sumidos en el caótico trajín del mundo? Sin pretensiones absolutas y sin poses alarmistas, lo que Graciela Speranza realiza en su ensayo es una lúcida aproximación a determinadas manifestaciones artísticas que, a su juicio, han horadado el magma del presente puro para establecer un diálogo directo con esa entelequia conocida como futuro.

El viaje que propone Speranza es una auténtica aventura de los sentidos. Por las páginas de Lo que no vemos... aparecen, entre otros, la artista conceptual húngara Agnes Denes (1931) y su plantación de una hectárea de trigo en el bajo Manhattan (Wheatfield, a Confrontation, 1982); “la figuración visible de lo infinito”, realizada por la artista visual letona Vija Celmins (1938), que en un momento de su extensa trayectoria se dedicó a coleccionar imágenes de desiertos, océanos y cielos nocturnos para luego “redescribirlas” con tal ilusionismo que es prácticamente imposible distinguir la foto de la reproducción pictórica; la muestra/instalación Galaxias formándose a lo largo de filamentos, como gotitas en los hilos de una telaraña (2008), del artista argentino Tomás Saraceno (1973), a partir del trabajo de 300 arañas desarrollando simultáneamente sus redes; la instalación After ALife Ahead (2017), del francés Pierre Huyghe (1962), creada para el Skulptur Projekte Münster en una pista de hielo abandonada en las afueras de Münster, pronta para ser demolida, y en la que excavó en el piso de cemento, alcanzando napas de otras eras geológicas “hasta crear una mezcla de ruina industrial y paisaje arrasado por un extraño cataclismo, con pozos profundos y elevaciones escultóricas del material excavado que alojaban colonias de abejas”; y Sun & Sea (Marina), la ópera-performance para 13 voces que las lituanas Lina Lapelytė, Vaiva Grainytė y Rugilė Barzdžiukaitė presentaron en un antiguo edificio de la Marina Militare de Venecia entre mayo y octubre de 2019, “con treinta y seis toneladas de arena traídas desde Lituania, luz artificial, una treintena de performers entre cantantes y extras, y la parafernalia completa que los veraneantes suelen desplegar a orillas del mar en un día soleado”.

En el ámbito de la literatura, las obras que Speranza integra a esta suerte de catálogo diseccionado y ensamblado a través de sus siempre lúcidas derivas ensayísticas se apartan, como fuera apuntado antes, de la lógica convencional del relato, pero no como mera experimentación de voces y formas, sino como aproximaciones a la complejidad del mundo a través de las herramientas del lenguaje. De esa forma, analiza la novela Los errantes (2007), de la Premio Nobel de Literatura Olga Tokarczuk (1962), a partir de un pasaje del discurso de la autora al recibir el galardón (“Sueño con un nuevo tipo de narrador, una ‘cuarta persona’ que no es simplemente una construcción gramatical, sino que logra abarcar la perspectiva de cada uno de los personajes, además de tener la capacidad de ir más allá del horizonte de cada uno de ellos, que ve más y tiene una visión más amplia”. Otra autora abordada por Speranza es la estadounidense Jenny Offill (1968), especialmente su novela Departamento de especulaciones (2017), construida como una suma de fragmentos, sin distinción de escalas o jerarquías, y que funciona como “un fluir de interrupciones”, al decir del crítico James Wood.

De lectura amena y atenta –el lector que lee subrayando debe recurrir, dos por tres, a la inevitable pantalla para googlear alguna de las obras, instalaciones y performances que se mencionan a lo largo del ensayo–, Lo que no vemos, lo que el arte ve es una interesante invitación no a pensar el futuro del arte sino el futuro de nuestra propia especie, ese que tiende a olvidarse al encontrarnos demasiado ocupados chapoteando en el presente.

Lo que no vemos, lo que el arte ve. De Graciela Speranza. España, Anagrama, 2022, 192 páginas.