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Roberto Musso, Alvin Pintos, Riki Musso y Santiago Tavella en su estudio de grabación.

Foto: Riki Musso

El primer gran éxito de El Cuarteto de Nos: 30 años de Otra Navidad en las trincheras

11 minutos de lectura
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Un inesperado hito del rock uruguayo, cargado de humor brutal, disparatado e incómodo.

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1994: Roberto Musso viajaba en un taxi y de repente por una genérica emisora de radio FM empezó a sonar una de las nuevas canciones de su banda: “Bo cartero”. Se trataba de una versión en español, de traducción libre y en su estilo –sarcástico y rico en uruguayismos– del clásico “Please Mr. Postman”, de The Marvelettes (aunque más en la línea estética de la grabada por los Beatles). En aquella época El Cuarteto de Nos rara vez sonaba en un programa no especializado en rock, así que, con orgullo, Musso le comentó al taxista que el que cantaba en esa canción era él. “Naaah, qué vas a ser vos, flaco: estos son argentinos”, le contestó.1 Esa pequeña anécdota encierra lo que significó el disco Otra Navidad en las trincheras, porque un par de meses después de su lanzamiento volvió masiva a una banda de rock uruguayo a un nivel totalmente inesperado para propios y extraños –al volante–.

El disco fue editado por el sello Ayuí, baluarte de la música popular uruguaya, que no solía publicar material de bandas de rock, y lanzado en el por entonces novel formato CD, y también en casete. Más temprano que tarde se convirtió en uno de los álbumes más vendidos del rock nacional y de la música uruguaya. Mauricio Ubal, director del sello, estima que en ambos formatos vendió más de 20.000 unidades. Y vaya a saber cuántos más lo atesoran en una copia piratona, a las que ahora hay que sumarle las reproducciones de la plataforma digital de turno.

A excepción de Níquel, que fue otra banda protagonista de la década de 1990 a niveles masivos, el rock uruguayo bajó al under luego de la ebullición del género en la posdictadura (1985-1989), y el entonces flamante disco de El Cuarteto de Nos, que le siguió a Canciones del corazón (1991), representó el cenit del humor, la guarangada y la desfachatez lírica y estética –se pueden hacer chistes con la “música” y estos muchachos siempre lo supieron–, convirtiéndolo en un grupo omnipresente y en material de conversación –y escucha– de grandes y chicos.

55 minutos, un total de 18 canciones cargadas de disparates para todos los (dis)gustos, desparramados en un contexto sociocultural en el que era mejor no hablar de ciertas cosas, ni en broma ni en serio, y menos en público. Cabe recordar un ejemplo paradigmático: en julio de 1991, el recién estrenado, y fugaz, ministro de Salud Pública blanco Carlos Delpiazzo, del gobierno del presidente Luis Alberto Lacalle Herrera (1990-1995), suspendió los avisos de radio y televisión que promovían el uso del preservativo como medio eficaz contra el VIH. Así las cosas, algunos años después resultaba subversiva una balada folk lasciva como “Eres una chica muy bonita”, en la que, con descaro atómico, Santiago Tavella cantaba: “No sólo me pica el pito/ tengo sida”.

Raros

En 30 años, sin embargo, cambió casi todo, y hoy la insolencia liceal, por no decir infantil, de las letras de algunas canciones le puede caer mal a más de uno, por más que siempre fue evidente que el frasco del Cuarteto estaba barnizado por el humor, que todo lo suaviza. Aun así, en 1994 también se podía escuchar con malos oídos algunas de las canciones, y la prueba está en negro sobre blanco, ya que Ayuí estampó una advertencia inédita en el librillo del disco: “El editor no se hace responsable por los dichos y contenidos textuales de las canciones de este fonograma, cuyos autores figuran en la ficha técnica”.

La banda aún sigue en pie, siendo la más longeva, prolífica y constante del rock uruguayo, pero de sus miembros fundadores sólo queda Roberto Musso (voz, guitarra, composición, liderazgo absoluto y afines), dada la reciente salida del bajista –también cantante, compositor y fundador–, Tavella, que se sumó a la huida, hace ya 15 años, de Riki Musso –guitarrista y también cantante, compositor, fundador y hermano del otro Musso–, mientras que Alvin Pintos, el batero, si bien está en el grupo desde hace 40 años, estrictamente no fue fundador. A esto hay que sumarle que desde hace mucho tiempo en el repertorio que la banda despliega en vivo no queda ni medio compás de casi ninguna canción de la larga primera etapa del grupo, no sólo de Otra Navidad…, sino tampoco de todo el material anterior a Raro (2006), el álbum que le dio una vida nueva al grupo a nivel internacional y también estética y musicalmente.

El Cuarteto venía haciendo de las suyas desde principios de los 80, y en 1984 sacó su disco debut, a medias con Alberto Mandrake Wolf, y se mantuvo en la periferia de las movidas del rock nacional. “Al Cuarteto había que buscarlo. En el dial, en el puñado de programas que en algunas emisoras pasaban aquella cosa nueva que era el rock nacional. La primera vez que los escuché fue con el tema ‘Acapulco nos emborracha’, y, para ser sinceros, no me emborrachó demasiado, aunque sí sonaba totalmente distinto a todas las demás bandas del momento”, recuerda Leo Lagos, músico y periodista –compañero de esta casa–, quien con su banda, The Supersónicos, justo en 1994 lanzaron su disco debut, Mundo pistola.

Lagos recuerda que cuando el Cuarteto publicó el álbum Soy una arveja (1987), “la cosa fue distinta”, a tal punto que “esperaba con los dedos puestos en el REC del grabador” para luego poder escuchar cuando quisiera “maravillas” como “Enamorado de un pollo”, “El guardián del zoo”, “Andamio Pijuán” –el hit radiable– “o la delicia entre B’52 y los Talking Heads pasados por el procesador de la ciudad de Tajo: ‘La prima’”: “Cómo iba yo a saber que era mi prima,/ aparte fue ella que se me tiró encima,/ tía Noemí siguió insistiendo,/ mientras me iba persiguiendo”.

¿Qué quiegue decig putón?

Por su parte, Mandrake Wolf rememora que en 1993 estaba grabando su disco solista Primitivo (aquel que arrancaba con “Cococho”), producido por Daniel Jacques y Riki Musso, y dice que al Cuarteto le iba bien, ya que tenía un público “muy fiel”, pero era un poco under. El músico subraya que en algunas canciones de la banda de los Musso había como una válvula de escape, porque por aquella época no era común que en la música se hablara de sexo sin tapujos. “Cuando empezamos, veíamos que no había canciones sexuales, eróticas: todas parecían historias de noviecitos, y el Cuarteto fue uno de los primeros que empezaron a hablar de cosas distintas del amor romántico. Porque se hablaba de amor romántico y no de sexo”, insiste.

Lagos recuerda que el Cuarteto organizaba ciclos en teatros que se daban, por ejemplo, todos los miércoles de un mes, y allí no sólo tocaban, sino que proyectaban videos que expandían su humor, contaban con actores y demostraban que eran más que una banda satírica: “Riki Musso era un guitarrista maravilloso que además te hacía destartalar en la butaca al interpretar canciones como ‘El pelado de los huevos de oro’ o ‘Mabel’, y su hermano Roberto manejaba su voz particular con destreza para que cada tema no sólo fuera ingenioso, sino también disfrutable”, recuerda Lagos.

Pero en 1994 “todo cambió”, señala, porque “ya no había que buscar al Cuarteto”, y con la salida de Otra Navidad en las trincheras “te llegaba estuvieras donde estuvieras”. El músico recuerda particularmente la canción “Sólo un rumor”, a la que cataloga como “una de las mejores baladas jamás compuestas en estas tierras”, con la que “explotaron”, y agrega: “‘Sólo un rumor’ sonó en radios de frecuencia modulada que prácticamente habían ignorado la movida local, como años antes lo había hecho también ‘Candombe de la Aduana’, de Níquel. Ello no implicó que el rock nacional ya tuviera todo resuelto –al menos en el sentido de un circuito medianamente profesionalizado, algo que comenzaría a gestarse en la década del 2000–, pero marcó sin dudas un punto de quiebre. Aquello había venido para quedarse. Y no era sólo un rumor”.

En “Sólo un rumor” Roberto Musso se puso en la piel del chusmeta liceal, y con lenguaje acorde empezaba a desplegar un in crescendo de habladurías sobre una muchacha, pero que desestima por completo porque tiene un solo objetivo: “Dicen que sos una pillada/ y a mí no me importa nada,/ porque yo te quiero amar,/ porque yo te voy a amar”. Wolf destaca que muchas canciones del Cuarteto tienen “hermosas melodías”, pero, como siempre impactaron más sus letras, “se dejan un poco de lado”, y pone como ejemplo la de “Sólo un rumor”: “Lo envidio mucho por haber escrito esa melodía genial”, acota.

A su vez, Lagos vuelve a esa canción y va más allá, porque la cataloga de ser “la balada más hermosa, conmovedora y entrañable que se haya compuesto jamás en este país”. También destaca “Sólo soy un polaco enamorado”, en la que “Riki Musso brilla como Sirio en el cielo nocturno”. Y aunque “hoy sea incómoda”, dice que aún le es imposible no escuchar con una sonrisa de oreja a oreja “El putón del barrio”, una reacción “ante una invasión de marchas en español lamentables” que hacían “sangrar las orejas” por aquellos días.

Lagos se refiere a un tipo de música electrónica muy rudimentaria, machacona y con sonidos de juguete, oriunda de España, que por allá algunos llamaban “mákina”, y ya de por sí tenía algo de humor, al menos involuntario. Por ejemplo, en 1993 sonó demasiado “La kabra”, de The Farmlopez, que repetía obsesivamente esta pavada: “La cabra, la cabra, la puta de la cabra, la madre que la parió./ Yo tenía una cabra que se llamaba Asunción”.

El Cuarteto hizo una adaptación de ese estilo con “El putón del barrio”, que habla de una mujer en los peores términos posibles, pero el chiste está en los efectos de sonido de todo tipo y color –sumados por Riki–, empezando por la bullera sirena del principio. Wolf destaca el “invento” que resultaba esa canción hace 30 años, y también dice que ahora la escucha y se ríe solo porque la “musiquita es tremenda”, le parece un “gran hallazgo, muy divertida, más allá de la letra”.

La gragea más graciosa de esa canción seguramente sea Oliver Noël, el por entonces cuñado francés de los Musso, que pregunta, en su mejor tono afrancesado, “¿Qué quiegue decig putón?”, e incluso su aporte aparece en los créditos del disco. Las vueltas exitosas del Cuarteto hicieron que, con su estrellato a nivel latinoamericano que vino después, se pueda encontrar algún comentario en Youtube en el que de verdad un usuario pregunta qué quiere decir putón (“mujer de comportamiento promiscuo y de indumentaria zafiamente provocativa”, según la RAE).

Las “vacas sagradas” y lo “cancelable”

El cantautor Walter Bordoni, que en ese momento ya había sacado su segundo disco, Flor nueva de películas viejas (1994), subraya que en aquella época el Cuarteto no era visto “estrictamente como un grupo de rock”, y que si bien participaron en algún festival más o menos masivo del género, también recalca que su actividad se desarrollaba más bien en teatros (como El Tinglado y el Notariado), “haciendo ciclos de recitales con una puesta en escena que combinaba cosas de teatro y carnaval”. Subraya que la explosión que se produjo con este disco “fue tan inesperada como inexplicable”.

“Quizá la diferencia con los trabajos anteriores sea que, si los otros discos traían uno o dos temas que además de ser muy buenos eran potencialmente populares, en Otra Navidad... aparecieron cinco o seis. O, de pronto, llenaron el vacío dejado por Los Tontos, grupo con el que tenían un perfil parcialmente similar; ahora que lo pienso, ambos hicieron cosas junto con Leo Maslíah, y no es casualidad”, comenta.

Bordoni dice que en 1994 “todavía se podían hacer chistes machistas, de homosexuales o de negros, y no había mayores dramas”. En cambio, no cree que a “cierta ortodoxia intelectual o de izquierda” le haya caído demasiado bien que se metieran con “vacas sagradas” como Alfredo Zitarrosa o Los Olimareños. Bordoni se refiere, por ejemplo, a “Zitarrosa en el cielo”, de Tavella, en la que el bajista narra que la historia real de la famosa canción “Stephanie”, del legendario cantautor uruguayo, era al revés: “No se había levantado a una yira brasilera, sino que “era la princesa hija de Raniero y fue ella quien compró placer pagando con dinero”. “Y aunque esto no le pareció muy bien a Alfredo/ aceptó porque esa noche estaba medio en pedo”.

Asimismo, del otro lado del tablero, Bordoni cree que “a los censores patrioteros y miliqueros se les pasó totalmente inadvertida” una canción como “El primer oriental desertor” , que para él es bastante más irreverente y “traidora a la patria” que “El día que Artigas se emborrachó”, que dos años después, en 1996, armó el revuelo subversivo más famoso de El Cuarteto de Nos, ya que involucró nada menos que al Poder Ejecutivo y legisladores, con un pedido de censura incluido, que terminó materializándose, pero a medias, cuando se catalogó la canción como no apta para menores de 18 años, volviéndola más irresistible para los de esa franja etaria, claro está.

“El primer oriental desertor” es un punk rock directo, sin chistes musicales, con un bordoneo afilado de Riki Musso que va al hueso, mientras su hermano plantea una hipotética invasión de Brasil a nuestro país. Así como la música, sin vueltas, dice que la patria le “chupa un huevo” y desliza sobre nuestro máximo prócer: “De Artigas en mí sólo hay/ las ganas de borrarme al Paraguay/ con el primer grone que ande por ahí”. Encima, al final se mezcla con la marcha “Mi bandera”, poniendo más fichas a la maquinita del sacrilegio. Bordoni resalta ese tema como uno de sus preferidos del disco, “por ser el más rockero musicalmente y por su mordaz antinacionalismo”.

La música os hará libres

A los más ortodoxos quizás también les podía caer mal la amplitud de géneros que incluía la música de la banda y en este disco en particular. De hecho, el álbum se abre con la bailable, pero de enfoque denso, “El calzoncillo a rayas”, de Tavella, que toma como una de sus tantas referencias la canción “La pollera amarilla”, el éxito cumbiero de la argentina Gladys, la Bomba Tucumana, que había arrasado el dial y los boliches en 1992. Lagos subraya que, musicalmente, el Cuarteto siempre le pareció “maravilloso” porque, “sin ser músicos virtuosos, podían tocar prácticamente la música que quisieran, desde una marcha camión a una marcha espantosa de las que había en aquella época”. “Y para colmo, en cada ritmo o género en el que incursionaban, mantenían su personalidad. No sé si he visto por acá otra gente capaz de hacer algo similar”, agrega.

“El Cuarteto siempre fue así en toda esa primera etapa, tómalo o déjalo. Ellos no eran estrictamente un grupo de rock, y siempre jugaron con eso, en clave más o menos paródica y humorística. De hecho, usaban tanto músicas del pop anglosajón de comienzos de los 60 (un par, popularizados por los Beatles) como el cuartetazo o el motivo popular ‘Ea ea’, pero el fuerte del Cuarteto, lo que le daba una personalidad única, eran las letras”, dice Bordoni.

El músico también destaca entre sus preferidas “Manfreddi”, de Riki Musso, “por el humor negrísimo y a la vez sanamente chabacano”, y agrega que hoy, “sin dudas”, varias de las letras de este disco serían “cancelables”: “Y no porque yo esté de acuerdo, por supuesto. Hoy en día estamos sometidos a una literalidad que asusta”. En una línea parecida, comenta Wolf: “A veces siento que en la actualidad estamos como en el siglo XII, la época de la Inquisición. Sí, está lleno de inquisidores”.

Por su parte, Lagos remarca que El Cuarteto de Nos ya había estirado varios límites cuando salió Otra Navidad… y recuerda que “las primeras canciones que sonaron en la radio hablaban de pajeros –el poeta Juan Bojorge Ocorbojón– y de un tipo con apellido Pijuán”. Además, “ya habían realizados atentados musicales contra la religión cristiana”, como en “Al cielo no”, de Canciones del corazón (que empieza con el “Ave María” de Schubert), o contra “algunas vacas sagradas de nuestra cultura”, y pone como ejemplo “Tabaré, that’s right”, del mismo disco, cuyo estribillo reza: “Tabaré, ye, ye, ye/ el indio trolo ataca otra vez”.

“Sin embargo, pese a que creo que había una rigidez mayor hacia determinadas cosas, todo aquello era escuchado por un círculo de personas que no se escandalizaban. Dentro de la burbuja del rock de aquellos años, tal desparpajo era celebrado. Con la masividad de Otra Navidad… esa burbuja se rompió un poco, pero ya era la década del 90 y el país estaba más a tiro con lo que pasaba en otras partes, algo que la dictadura había entorpecido”, señala Lagos, y agrega que lo que sucedió dos años después con “El día que Artigas se emborrachó” es el “ejemplo típico de lo que pasa cuando algo que funciona en determinados círculos es escuchado fuera de contexto en otros muy lejanos”.

Para terminar, Lagos señala que algunas de las cosas de aquel Cuarteto de Nos “hoy suenan de otra manera, lo que es sano, porque muestra que como sociedad no estamos en el mismo lugar que hace 30 años”, y deja una reflexión final: “El propio Cuarteto de Nos hoy les canta a otras cosas. Las letras de Otra Navidad... buscaban, como hacía siempre la banda, descolocar. A veces lo hacían para criticar algo, otras para buscar el absurdo o la risa. Ofender no era parte de aquel menú. Y quienes lo íbamos a ver jamás nos quedábamos con la idea de que su intención fuera oprimir o hacer pasar peor a quienes ya estaban oprimidos. Muy por el contrario, su música era pura liberación”.


  1. Esta anécdota la contó Roberto Musso para el libro Otra Navidad en las trincheras (Estuario, 2017), del autor de esta nota (p. 62). 

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