Cuando nuestro cuerpo ha vivido alguna forma de violencia sexual, relatar nuestra historia es un acto de rebeldía. Con la voz y la palabra rompemos esquemas internos y externos. Poner el cuerpo a nuestros testimonios de abuso y violación destapa sentimientos y emociones que llenan, de a poco, la ausencia de diálogo que existe en la sociedad en torno a la problemática. Compartir nuestro relato con otras que han atravesado una situación similar es ir aún más lejos. En el intercambio nos escuchamos, nos acompañamos, nos encontramos en las historias de otras y otras se encuentran en la nuestra, y habilitamos el espacio a más personas a contar su experiencia. Romper el silencio es revolución.

En este movimiento contra el silencio, 15 mujeres víctimas y sobrevivientes de violencia sexual eligieron compartir su vivencia con la diaria. En sus voces también está parte de mi propia historia. Esta nota resume el camino recorrido por todas: la situación vivida y el tránsito por el dolor, pero también, y sobre todo, el crecimiento postraumático, la resiliencia y cómo es posible apropiarse del pasado para transitar el presente y pensar el futuro.

No se puede reducir a un solo caso lo que una persona atraviesa luego de vivir alguna forma de violencia sexual. La diversidad de historias demuestra que el sufrimiento es subjetivo y la vivencia varía según cada persona. Pero también hay puntos en común. El silencio impuesto, la soledad, la angustia y mucho dolor. Un vacío que cuesta llenar y que pone obstáculos en cada ámbito del desarrollo social. Sin embargo, no hay pozo que no se pueda escalar y la historia de cada una de estas mujeres es una evidencia de que superarlo es posible. Mujeres que deciden romper el silencio y manifiestan la voluntad de seguir haciéndolo hasta que sea norma. Por ellas mismas, por otras que no pueden hacerlo, por las que ya no están.

Definir la violencia sexual

¿Qué entendemos cuando hablamos de violencia sexual? La Ley 19.580 de violencia basada en género la define como “toda acción que implique la vulneración del derecho de una mujer a decidir voluntariamente sobre su vida sexual o reproductiva, a través de amenazas, coerción, uso de la fuerza o intimidación, incluyendo la violación dentro del matrimonio y de otras relaciones vinculares o de parentesco, exista o no convivencia, la transmisión intencional de infecciones de transmisión sexual, así como la prostitución forzada y la trata sexual”.

Por otra parte, el Código Penal Uruguayo (CPU) contempla tres figuras que constituyen delitos de violencia sexual: abuso sexual, abuso sexual agravado y violación. El abuso sexual es definido en el artículo 272 bis como “un acto de naturaleza sexual sobre una persona del mismo o distinto sexo”, realizado “por medio de la intimidación, presión psicológica, abuso de poder, amenaza, fuerza o cualquier otra circunstancia coercitiva”. En el caso del abuso sexual especialmente agravado, se agrega como agravante del delito “la penetración por insignificante que fuera, vía anal o vaginal, con un órgano sexual, otra parte del cuerpo o un objeto, así como la penetración vía oral con un órgano sexual”. En tanto, el artículo 272 determina que existe violación cuando se comete el delito de “obligar o forzar a una persona del mismo o de distinto sexo, con violencias o amenazas, a sufrir la conjunción carnal, aunque el acto no llegara a consumarse”.

Si bien en el ámbito del derecho estas figuras están bien diferenciadas, desde el punto de vista de la psicología las diferencias entre los tipos de abuso y violación radican en la “gravedad” de la intromisión y el “sufrimiento subjetivo” de la víctima, explica a la diaria la psicóloga feminista especializada en abuso Noelia Rodríguez. La especialista sostiene que el concepto que agrupa todos estos delitos de mejor manera es “violencia sexual”, entendida como “todos los tipos de violencia que implican el ataque al cuerpo con intenciones sexuales por parte de quien invade”. Incluye desde el acoso, el abuso y la violación hasta el femicidio.

Victoria Marichal, psicóloga feminista especializada en violencia sexual, sostiene que este concepto también contempla otras situaciones, como las violaciones dentro de la pareja y del matrimonio que “no se dan con fuerza física sino con coerción sexual” mediante el “uso de la manipulación y la intimidación: ‘tenés que hacerlo porque es tu rol como pareja’. Estas situaciones, dice la experta, son “más difíciles de identificar y reconocer”, por el contexto en que suceden y la ausencia de violencia física en algunos casos.

Asimismo, Marichal hace hincapié en que es muy importante tener presente que, sobre todo en la infancia, una situación de abuso sexual no necesariamente tiene que implicar contacto físico. El abuso sin contacto físico contempla, por ejemplo, actos de exhibición sexual en persona, por medio de imágenes, videos, y distintas formas virtuales, ante niñas, niños y adolescentes.

“Busquen ayuda profesional y con otras mujeres. Compartir con otras sobre nuestro sufrimiento es sanador y nos encamina en la búsqueda de una vida más sana y la posibilidad de convivir con el dolor, que siempre estará allí, pero no volverá a ser más fuerte que ninguna de nosotras”. Lina

Poner en palabras

“Vivimos en una sociedad que te arrastra al silencio. Lo que viví no lo puedo cambiar, pero me di cuenta de que escuchar a otras abre una puerta a hablar y eso lleva a sanar”, dice Lina. Hace dos años, con 37 años, compartió con su familia lo que le ocurrió. Luego de hacerlo, descubrió que romper el silencio no sólo fue un alivio personal, sino que logró establecer las condiciones necesarias para que otras personas puedan salir del silencio, como ocurrió con una amiga que hace poco le contó su historia.

Por su parte, Yermén encontró cobijo entre amigas que, aunque no atravesaron alguna situación de este tipo, lograron acompañarla.

Miriam les contó su historia a sus amigas cuando tenía 19 años. Hoy tiene 56 y recuerda ese momento como un “despertar” y soltar “muchas cosas encerradas y comidas para dentro”. Lograr poner en palabras la situación de violencia sexual vivida es una experiencia liberadora. Hay tantas formas de quebrar la norma del silencio como existen historias. Y, contrariamente a lo que se puede pensar, la familia y las personas del entorno más cercano no siempre son las más adecuadas para hablar del tema. Lo importante es “tener a alguien que te escuche y poder hablarlo”, dice Yermén, “buscar gente afín, le haya pasado lo mismo o no, pero que sean empáticas y que del otro lado haya receptividad y sensibilidad”.

En la mayoría de las historias detrás de esta nota, las mujeres encontraron apoyo en grupos y colectivos de mujeres que atravesaron una experiencia semejante. Lucía G reconoció los abusos que había vivido en su infancia luego de comenzar a vincularse con el feminismo y los movimientos que surgieron a partir de 2017 contra la violencia sexual, como el #MeToo en Estados Unidos y principalmente el #MiráComoNosPonemos en Argentina, luego de la denuncia de la actriz Thelma Fardín contra Juan Darthés en 2018, además de experiencias más actuales en Uruguay como #VaronesCarnaval.

Fue en una conversación entre amigas sobre el caso de Fardín que Lucía contó su historia por primera vez. Tenía 18 años. “Sentí que respiraba nuevamente. Me fui a mi casa un poco más liviana”, cuenta sobre ese momento. “Ver todas las movidas de mujeres hablando y hablando fue un placer enorme. Me hizo sentir muy acompañada”, expresa. Hoy, con 21 años, dice que está decidida a hacer el esfuerzo necesario para luchar contra el silencio: “Una vez que hablás, es como que necesitás hacer algo con eso. Querés que se escuche”.

La experiencia de colectivizar los casos de violencia sexual genera un doble impacto porque, al mismo tiempo que libera, una empieza a dimensionar el problema. Genera un “sentimiento agridulce”, así es como lo siente Cecilia. “Está buenísimo que nos juntemos y hablemos, que colectivicemos y problematicemos, que tratemos de hacer algo, pero es triste que seamos tantas, cada vez más, y que sea tan común”, sostiene. Fue en la formación de grupos de trabajo de Cotidiano Mujer que abordaron el abuso sexual entre fines de 2018 y mediados de 2019 donde Cecilia se encontró con otras mujeres que habían pasado por una experiencia similar a la suya. Allí encontró más que un espacio para hablar sobre el tema; se vio frente a mujeres con las que podía empatizar y establecer un espejo que dialogaba y respondía: “Yo también”.

“Si hay alguien que está pasando por una situación y no encuentra quién la escuche en su entorno, lo encontrará en otro lugar. Compartir y escuchar nos permite saber que no estamos solas y eso alivia la carga. Por suerte, la cultura de silencio que hubo en una época empieza a desmoronarse”. Yermén

Para Natalie, “cuando las mujeres compartimos nuestras historias, nos despojamos del peso que cargamos sobre nuestros cuerpos, quizás durante mucho tiempo”. “Fue a través del intercambio que pude entender que la culpa de lo que me ocurrió es de otro y de la sociedad que lo protege”, agrega.

Por su parte, Irma sostiene que hablar saca el abuso de un “lugar que genera soledad y culpa. A veces ayuda en la sanación, a veces quizás no, pero ya no te sentís sola”.

Atravesar la experiencia de poner lo ocurrido en palabras es “fundamental”, sostiene Marichal, “no importa si es a los ocho, los 15, los 20 o los 40 años. Lo importante es hacerlo cuando la persona se sienta preparada para hacerlo, cuando el cerebro y la situación traumática lo permitan, cuando se tenga la fuerza necesaria para poder afrontarlo”.

Transformar el trauma

“Lo personal es político” fue el nombre del proyecto que lanzó Cotidiano Mujer en 2018, orientado a mujeres que hubieran sufrido violencia sexual, con el objetivo de abordar el problema desde una perspectiva feminista y colectiva. La organización convocó a tres grupos entre fines de 2018 y mediados de 2019. Luego de la experiencia, las integrantes de dos de ellos (Laurencias Cotidianas y Elefantes) formaron dos colectivos, La Culpa a los Culpables y Colectiva Elefante, con el objetivo de poner la problemática de la violencia sexual sobre la mesa, difundir redes de atención para personas que hayan atravesado una experiencia de este tipo, acompañar, escuchar y brindar espacios para el intercambio.

Colectiva Elefante surgió como “una necesidad” de las integrantes del grupo. “Lo primero que pensamos fue que esta experiencia tenía que salir para afuera” y “visibilizar más esta temática y que sea un tema de discusión en cualquier lugar”, cuenta Emily, integrante del colectivo, a la diaria. Así, establecieron como uno de sus objetivos crear instancias en que todas las personas que vivieron alguna forma de violencia sexual tengan la oportunidad de “conectarse” con otras. Para Emily, la formación del colectivo es una forma de transformar el trauma y de seguir sanando.

La pandemia de covid-19 trajo consecuencias para el funcionamiento de la colectiva y sus objetivos, pero no dejó de tener proyectos en marcha. En marzo de 2020, ganaron el fondo Fortalecidas de la Intendencia de Montevideo para la financiación de intervenciones en espacios públicos y otras instancias para hablar sobre abuso sexual. Además de las reuniones que organizan entre las integrantes, Colectiva Elefante participa en la Asamblea Feminista de la plaza Las Pioneras, en el colectivo Encuentro de Feministas Diversas y comparte proyectos con las integrantes de Laurencias Cotidianas.

La Culpa a los Culpables (La Culpa) es el nombre que las integrantes de Laurencias Cotidianas eligieron para su proyecto y que manejan en conjunto con Colectiva Elefante. “En el análisis general que hicimos en el grupo, la culpa siempre apareció como un tema. El nombre que elegimos expone uno de los objetivos del proyecto, que es devolver la culpa a los verdaderos culpables”, sostiene Evelyn, integrante del colectivo, y explica que “devolver la culpa” implica entender que no existe un único responsable, sino que los abusadores son parte de una sociedad que los protege y que permite y mediatiza la violencia sexual. La sociedad entera es responsable. Otro de los propósitos del colectivo es “visibilizar, sensibilizar y expresar el temón de la violencia sexual en todas sus dimensiones y facetas”, agrega.

Una de las herramientas de trabajo del colectivo es un grupo cerrado de Facebook, que fue creado el 6 de julio de 2019 y hoy cuenta con 430 participantes. En el grupo, quienes deseen pueden compartir su experiencia, así como intercambiar información sobre dónde solicitar ayuda, notas de prensa, bibliografía o materiales sobre el tema. Una de las tantas historias compartidas fue la mía.

Al igual que para Emily, Irma, que integra la coordinación de La Culpa, considera este proyecto como una forma de transformar su experiencia. “Al inicio tenía mucho miedo de dar el paso de entrar a un grupo que hablara sobre abuso sexual. Pero el grupo rompió con todo. No soy la misma persona que era antes”, expresa. La apuesta es a que otras mujeres tengan la misma oportunidad.

Rodríguez, que fue una de las psicólogas que coordinaron los grupos de trabajo, sostiene que la gran ventaja y beneficio de colectivizar la experiencia es “entender que esa historia nos atraviesa en lo personal, pero tiene que ver con una cuestión política y cultural”, al tiempo que permite “trasladar la responsabilidad que se nos dio y que nosotras asumimos” a su lugar correspondiente.

Por su parte, Marichal sostiene que “el colectivo tiene un poder sanador increíble” y el intercambio con otras que pasaron situaciones similares pone de manifiesto lo que a nivel teórico se conoce como “la cultura de la violación”. “Si somos un montón que pasamos por lo mismo no puede ser coincidencia, por eso hablamos de la cultura de la violación. Tiene que ver con las mujeres como objetos para satisfacer el deseo irrefrenable de los varones y con un conjunto de creencias que se estructuran en la sociedad que habilitan este tipo de conductas de violencia sexual”.

“Hay tantas realidades que una no puede decir ‘dale, hablá que vas a sentirte mucho mejor’, porque no todas estamos en las mismas circunstancias. Pero hay una red de mujeres enorme que van a estar ahí para ayudar, apoyar, contener y escuchar. Para decirte que no estás sola, aunque parezca que sí”. Lucía G

La importancia del proceso terapéutico

Salir del silencio y generar el intercambio entre pares siempre resulta fructífero, pero no se debe desestimar la importancia de la atención con profesionales luego de haber vivido alguna forma de violencia sexual. “El pasar un proceso terapéutico es fundamental para resignificar lo que pasó, debe hacerse desde una perspectiva feminista y con una mirada actual”, manifiesta Marichal. “La sociedad nos llama al silencio, nos culpabiliza, nos responsabiliza por estas situaciones. Entonces, el proceso terapéutico permite poner esas cosas en su lugar: que la responsabilidad sea de la persona que ejerce esta violencia, nos permite ubicar la culpa y la vergüenza en otros lugares y no en nosotras mismas”, agrega. Para Rodríguez, la atención profesional “permite exteriorizar la experiencia” y obtener “el monopolio interno de la situación y tener la responsabilidad de resolverla, y no es algo que debemos hacer solas”.

Transitar un proceso terapéutico abre las puertas para “entender que en esa situación nosotras fuimos víctimas y no podíamos hacer otra cosa, hicimos lo mejor que pudimos”, plantea Marichal. Además, nos brinda la posibilidad de “entender que haber atravesado una forma de violencia sexual no nos va a marcar para toda la vida”. No quiere decir que se trate de olvidar, sino de “ubicar lo ocurrido en otro lugar y que no sea un impedimento para la vida”.

La multiplicidad de historias y su impacto sobre las víctimas hace muy difícil estructurar el proceso en etapas definidas. Cada una va construyendo su camino. Sin embargo, las expertas intentan identificar puntos clave en el proceso. Para Rodríguez, el proceso inicia con la presentación de una “especie de pancarta”, que puede manifestarse en forma de “enojo, compasión u otra emoción”, y el paso siguiente es pasar de ese “titular” al “texto completo de lo que sucede y trabajar sobre todo eso”.

La psicóloga considera que un factor determinante en el tratamiento terapéutico es la respuesta social que reciben las víctimas al exteriorizar su experiencia. “La experiencia traumática existe, pero lo que genera la dimensión del trauma es la respuesta social. Si la experiencia de la persona es negada o no se valida, el golpe es más fuerte”, comenta. En su opinión, en la “mayoría de los casos” es mejor comenzar por un tratamiento individual antes de pasar al ámbito colectivo, pero no hay un orden estricto ni soluciones mágicas. Se hace camino al andar.

Por su parte, Marichal plantea que lo primero es “entender que se vivió una situación traumática que excedía los recursos que tenía la persona en ese momento para afrontarla y eso me está dejando determinadas consecuencias”. La profesional identifica como un factor importante el momento en que la persona recuerda la experiencia traumática. Por ejemplo, en algunos casos de abuso sexual infantil se produce una “disociación” como mecanismo de supervivencia y los recuerdos, y el reconocimiento de lo ocurrido llega en la vida adulta. “No es lo mismo alguien que se acuerda en el momento que alguien que no. No es lo mismo alguien que en el momento puede exteriorizar lo ocurrido o que alguien del entorno se da cuenta” que casos en que la persona no puede contar lo que sucedió o lo bloquea.

Caminar la vida

“Hoy me considero una persona con mucha energía, muy abrazada y agradecida a la vida. Está bueno agradecer. Sí, pasé cosas horribles. Muchísima gente pasa cosas horribles de diferente tipo, pero lo importante es saber sobrellevar lo que una vive y aprender o no, porque no de todo se aprende. La vida es así, agridulce, una tragicomedia. Estoy contenta de estar acá en este mundo y eso es un montón”, expresa Cecilia. En sus palabras logra sintetizar el sentimiento de muchas y demostrar cómo, ante este tipo de experiencias, también hay una salida posible.

¿Cómo es tu vida ahora? Muchas de las mujeres consultadas responden que es una vida “común”, “normal”, “como la del resto de las personas”. “Tratando de remarla con el trabajo”, pero “con una postura mucho más positiva”, dice Emily. Algunas celebran compartir con sus hijas e hijos, haber establecido vínculos sanos, tener trabajo o poder estudiar. “No hubiera creído que eran posibles los momentos de felicidad. Antes era todo un pozo negro, pero al final hubo luz”, reflexiona Miriam.

Natalie dejó la casa de sus padres y convive con dos mujeres que de a poco se van convirtiendo en sus amigas. “Tengo momentos duros, pero aprendí a dar prioridad a las cosas que realmente considero importantes en la vida”, dice. En el caso de Lucía F, dice que trata de convivir con los momentos de recaída con naturalidad porque “son parte de su vida”, pero hace el esfuerzo de “vivir con mucho humor y reír”. Asegura que sus hijos le dan la fortaleza necesaria para hacerlo. “Estoy en un proceso de sanar y no mirar para atrás. Tengo que mirar hacia adelante, la vida continúa y sí se puede vivir, claro que se puede”, dice María. Y concluye que su vida “vale muchísimo más” que la experiencia que tuvo que atravesar. Lo peor ya pasó.